Capítulo 4 3

Todos terminaron alrededor de las ocho, dejando su plato en la barra y pasaban a la sala. Pero al llegar el turno de Juan, dijo:

-Me regalan más.

Mau me miró con la mirada triste, casi pidiendo ayuda, pues no le gustaba hacer estas cosas. Se quedó mudo, parado ahí sin decir nada, así que no me quedó de otra más que actuar.

-Juan, no habrá más. Uno, porque ya no tenemos más comida hecha, y dos, tú te lo sabes, son dos raciones por niño. Mau y yo te lo aclaramos desde el primer día que nos conocimos.

-¿Y sí era verdad?

Jazz y yo habíamos conocido al niño unos tres días después de que llegara. Era obediente, educado y callado, hasta ese lunes que tuvo el primer ataque de violencia. En el chat fue redactado por la misma Elil y lo sucedido ella comentaba que siendo las 7 de la mañana le había pedido al niño que se parara de la cama. Al no moverse, decidió quitarle las cobijas, pero cuando se las quitó, fue como si hubiera despertado un monstruo. Empezó a decirle que era una estúpida, una mala persona, una hija de muchas palabras, a patear, a golpear y a quererse ir encima de ella. Arañazos. Entre Rubén y Rafa, lo retiraron. A la mañana siguiente, Fabiola, la líder de los cuidadores, lo llevó al doctor. Este terminó llevándolo con un psiquiatra. Este psiquiatra nos dijo que el niño había consumido drogas, que su cerebro estaba acostumbrado a las drogas y como nosotros habíamos estado exigiendo a su cuerpo por estos días y dándole de comer sanamente, se había limpiado. Entonces, ahora no sabía cómo responder ante la falta de esta droga. Fue ahí cuando nos dimos cuenta de que Juan, en su vida anterior, había sido niño maltratado, que lo drogaban e inyectaban.

-Sí, pero yo quiero más -gritó, enfurecido, y comenzando a bufar.

-Cálmate -exigió-, ya no habrá más. Acéptalo y ve a la sala.

Pasó su mano por los platos, tirándolos de la barra, pateaba una y otra vez el mueble.

-¡Basta, cálmate!

Me jaló por la mesa. Yo suplicaba que Mau interviniera de inmediato. Se cruzó la barra. Se colocó enfrente del niño, pero este lo evadió, brincó la barra y se puso sobre ella corrió por la cocina revisando cada cajón, debajo de la estufa, en el refrigerador. Mau lo sacó a jalones, lo tiró en el piso y ya fuera de la barra se colocó encima de él para detener su fuerza. Mientras tanto, insultaba con groserías, pataleaba, gritaba y mordía. Jazz trataba de mantener a los niños en la sala mientras buscaba medicamento en enfermería, el cual se lo dio y lo mandó a un sueño mientras peleábamos con Juan.

-Dieron las 8:30 -dijo Mau-. Llevaré este año a la sala y nos haremos cargo de bañarlos.

Arrastró a Juan y subió a la sala, subiendo a sus niños a bañar, mientras Jazz bañaba a sus niñas. Para las 9:30, todos estaban bañados y yo decidí, junto con Jazz, que los dejaremos dormir a las 10:30. Con el susto con Juan, ya ni disfrutaron la película. Los vigilamos mientras llegaba la hora acordada. Después nos despedimos mientras Jazz se llevaba a sus niñas soñolientas.

-Hasta mañana, Mau -dije.

-Apúrate, Daniel me exigió, vélo solo juega con sus nudillos.

-Voy -le grité-, llevas sentado ahí más de tres minutos frente al teléfono y no has hecho nada.

-No es fácil. Estoy buscando las palabras correctas.

-Para que solo dile y ahora si no ingreso los papeles antes de las cinco, Guanajuato decidirá por nosotros. ¡Así que muévete! -sus gritos casi ordenándome me hicieron tomar el valor que me faltaba para marcar.

-Ves, suena y no contesta. Creo que no tenemos suerte.

-Vuelve a intentarlo.

-Está bien -gruñó-. Ponlo en altavoz -ordené.

-Daniel. -Sonó una voz al fondo del teléfono.

Daniel me observaba erguido, pero sobre todo pálido, pues se quedó trabado y no pudo contestar.

-¿Estás ahí, Daniel? -repitió la voz lejana y sociable, y debía hacerle frente ahora o se nos iría esta oportunidad.

-Contesta -susurró.

-Saluda -lo asesiné con la mirada.

-Buenas tardes, Brenda, ¿cómo estás?

-Bien, pero por favor dime Bren.

-De acuerdo. Pero dime, ¿a qué se debe tu llamada?

-Ante todo me gustaría saber, ¿cómo estás? ¿Cómo va Renacer?

-Mira, pues yo me encuentro muy bien y pues mi casa hogar sigue de pie y eso ya es un mérito -dijo con sarcasmo-. Y dime, ¿hay cupo para recibir pequeños?

Su risa se disipó y se convirtió en un silencio aterrador. Después de unos segundos, salió un sí del otro lado. Suspiré.

-Pero eso sí, ya sabes que no sean bebés, sino imagina la mezcla con tantos adolescentes. Pero dime, ¿a qué se debe la pregunta?

-Pues mira, el motivo de mi llamada se debe a que tengo un caso muy especial y pues como tú lo has mencionado, en Renacer hay bastantes adolescentes y mi chico hace unas semanas cumplió 14. ¿Crees poder acogerlo entre tus chicos?

-De acuerdo, me dices que tiene 14 años, adolescente. Pues mira, en Renacer tengo espacio aquí. La cuestión es ver qué tipo de persona es. Antecedentes, expediente. Bueno, tú sabes en qué clase de joven voy a tratar.

-Sí, comprendo. Se llama Cristiano de la Fuente. Es muy buen chico y tanto Sara como yo le tenemos cariño.

-Espera, ¿estás hablando del hijo del capo Ernesto?

-Así es. Ya hablé a varias casas y en ninguna están dispuestas a aceptarlo. Recurrí a ti porque tienes muchos adolescentes.

-Sí, estoy consciente de eso, pero ¿te das cuenta de lo que me estás pidiendo? Él es el hijo de un narco. Me pones en riesgo a mí, a mis niños, a mi familia, a mis conocidos. Soy una figura pública y al tenerlo conmigo arriesgo demasiado.

Brenda no hacía más que justificarse para no aceptar a Cristiano. Daniel estaba tan nervioso que estaba casi seguro de que colgaría el teléfono. Así que me armé de valor y se lo arrebaté. Si no lo hacía ahora, no lo haría nunca.

-Hola, soy Sara, trabajadora social, y aunque Daniel es mi jefe y no debería saltarme su autoridad, me atrevo a hacerlo porque durante años he defendido el caso de Cristiano tanto como él. Es un buen muchacho, honesto y trabajador. Sí, puede que sea un poco rebelde, pero merece una oportunidad. Y tal vez su padre sea un narco desgraciado, asesino que ha cometido muchos errores y la mayoría de las personas que usted conoce lo desprecian y hasta le tienen miedo. Pero dígame, si usted no hace un cambio, ¿quién lo hará? Y perdón que le hable así, pero como le dije, llevo años defendiendo a Cristiano, merece una oportunidad. Él es diferente y va siendo hora de ver la diferencia. Por favor, ayúdenos. Prometo que solo serán unos días. El joven tiene familia y tal vez encontremos alguna red diferente.

La voz de Sara se calmó y por un segundo pareció paz y serenidad. Ambos podíamos escuchar la respiración de cada uno. Yo escuchaba a Brenda a través de la línea en ese soluto silencio, pero se escuchaba lo fuerte de su pecho. Pasaron segundos, minutos que se hacían eternos en lo que a mí y a Sara concierne. Sara me miraba atentamente. Pasaban minutos y más minutos. El tiempo se hizo largo. Sara tenía los ojos húmedos y tristes, parecía que se soltaría a llorar de un momento a otro. Me hizo una señal para que colgara el teléfono, hasta que escuchó un leve sonido al otro lado y dijo:

-¿Siguen ahí?

-Sí, aquí seguimos.

-No supe qué decirle después de todo lo que me ha dicho -contestó Brenda al otro lado de la línea.

-¿Qué saben del Capo Ernesto? -preguntó.

Daniel tomó aire, tosió un poco y contestó:

-No mucho, sabemos que huyó a España y su otro hijo también está en una casa hogar, pero digamos que a él tampoco lo tienen tan ubicado porque no es el primogénito, ni siquiera es su primer hijo.

-Okay, me parece bien, como entenderán, tengo un socio, Toribio, que está dentro de todo esto. Me interesa acoger a Cristiano, pues aunque es riesgoso, es una persona más. Pero sí que necesito tiempo para pensarlo, hablar con Toribio, mi socio, de todo esto y, claro, por qué no, acogerlo. Pero mi respuesta no se las puedo dar ahora, como entenderán, es una decisión difícil, tengo niños, adolescentes, familia, pongo muchas cosas en juego -agregó Daniel. Suspiró y entonces continuó:

-Claro, lo entendemos.

-¿Cuánto tiempo tengo?

-Son las 4:30, te podría decir 20 minutos, pero si no mandamos los papeles a las 5, todo será un caos.

-Okay, la decisión la tendrás en menos de cinco -y así, sin más, Brenda colgó el teléfono.

Sara suspiró y casi dando saltos se volvió a sentar de nuevo en su silla.

            
            

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