Capítulo 2 Sombras y Secretos

En el sórdido submundo de la espionaje, la verdad tenía un precio, y aquellos dispuestos a pagar eran también los que imponían su ley sin compasión.

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Bellatrix:

El hedor de humedad y muerte impregnaba el aire, espeso como una niebla que se pegaba a la piel. Mis botas resonaban en las frías losas del sótano, cada paso amplificado por el silencio sepulcral del lugar. Podía sentirlo, aunque no lo viera. La oscuridad envolvía todo a mi alrededor, y eso me daba poder. No necesitaba la luz para ver el miedo de Ethan Blackwood, el hombre atado frente a mí. Lo sentía en cada jadeo que escapaba de sus labios, en la tensión de sus músculos, en el modo en que el sudor empapaba su frente.

Mi respiración era lenta y controlada, una calma que contrastaba con la tormenta que rugía dentro de él. Me incliné hacia adelante, acercándome a su rostro, lo suficiente como para que el calor de mi aliento acariciara su piel. Pese a la venda que cubría sus ojos, podía imaginar perfectamente cómo sus pupilas se dilataban bajo la tela, cómo cada fibra de su ser estaba alerta, esperando lo inevitable.

-Ethan -dije con voz suave, casi como un susurro, pero cargada con la suficiente amenaza como para hacerlo temblar-. No tienes que sufrir. Solo dime lo que quiero saber, y te prometo que esto terminará pronto.

Su respiración se aceleró. Un sonido agudo escapó de su garganta, algo entre un gemido de miedo y una súplica silenciosa. No le respondí, permitiendo que el silencio hiciera su trabajo. Sabía que el silencio, más que el dolor, era el verdadero torturador. En la oscuridad, los pensamientos se volvían armas contra uno mismo, y Ethan ya había comenzado a desmoronarse, aunque aún no se diera cuenta.

Me enderecé lentamente, caminando alrededor de él, dejando que mis pasos fueran un recordatorio constante de mi presencia. Cada vez que la punta de mi dedo rozaba su piel, Ethan se tensaba. Sonreí para mí misma. No necesitaba tocarlo para infligirle dolor; ya lo había hecho con mi mera presencia.

-No tienes salida, Ethan -dije finalmente, rompiendo el silencio-. Lo sabes tan bien como yo. ¿Cuánto tiempo más crees que puedes resistir? Tarde o temprano, todos hablan.

Su cabeza cayó hacia adelante, y por un momento, el silencio fue total. Luego, su voz emergió, débil, quebrada.

-No... no lo sé todo -balbuceó, con las palabras empapadas en desesperación-. No soy... el hombre que buscas. Solo soy... un peón.

Me detuve frente a él, estudiando su cuerpo, cada tic nervioso, cada espasmo.

«¿Estaba mintiendo?» Tal vez. Pero yo sabía cómo quebrar incluso a los mentirosos más habilidosos. Me incliné hacia él de nuevo, esta vez con la intención clara de destruir la última pizca de esperanza que pudiera quedarle.

-Los peones son prescindibles, Ethan -le susurré al oído-. Y aquellos que no sirven a un propósito mayor... desaparecen.

Un sonido gutural salió de su garganta, un lamento que no era ni un grito ni una palabra. Sabía que estaba cerca. Ethan estaba al borde, justo donde yo lo quería. Mi magia oscura comenzó a serpentear alrededor de la habitación, como si el aire se espesara con su poder, envolviéndonos en un abrazo mortal. Apreté su hombro con fuerza, mis dedos clavándose en su carne mientras las palabras de un antiguo hechizo se formaban en mi mente. No necesitaba pronunciarlas para sentir cómo la energía oscura fluía desde mí hacia él, invadiendo cada rincón de su ser.

Su cuerpo se convulsionó violentamente, los grilletes tintineando mientras luchaba por liberarse. Pero no había escapatoria. No ahora. No nunca.

-Dímelo -ordené con una voz que ya no era completamente humana-. ¿Quién está detrás de todo esto? ¿Quién te envió?

Ethan gimió, su cuerpo colapsando bajo el peso de mi poder. Finalmente, después de unos segundos que se sintieron eternos, sus labios comenzaron a moverse de nuevo, las palabras escapando de él como si fueran arrancadas a la fuerza.

-Es... es... Valerius -susurró, su voz apenas audible-. Él... él es el que lo controla todo.

Me aparté, permitiendo que mi poder se retirara lentamente de su cuerpo. Valerius. El nombre resonó en mi mente, encajando como una pieza de un rompecabezas que había estado armando en las sombras. Pero no dejé que la emoción o el interés se reflejaran en mi rostro. No, Bellatrix Ironclaw no se permitía tales debilidades.

-Gracias por tu colaboración, Ethan -dije con frialdad-. Ha sido... esclarecedora.

Antes de que pudiera responder, lancé un último hechizo. Su cuerpo quedó inmóvil, el sonido de su último aliento desvaneciéndose en la oscuridad del sótano. Me tomé un momento para observarlo, para asegurarme de que no había dejado nada al azar. Luego, me di la vuelta y caminé hacia las escaleras, mis pasos firmes y calculados.

Al llegar a mi despacho, cerré la puerta tras de mí, respirando hondo. La adrenalina aún corría por mis venas, pero no me permití disfrutarla. Sabía que Valerius era alguien importante, alguien con quien tendría que lidiar eventualmente. Pero no hoy. No aún.

Me dejé caer en la silla, tomando un trago de whisky mientras observaba los documentos esparcidos sobre mi escritorio. Había más trabajo por hacer, más secretos por desenterrar. Y, como siempre, yo era la única capaz de hacerlo.

Porque en mi mundo, solo los fuertes sobreviven, y yo era la más fuerte de todos.

            
            

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