Capítulo 5 Ecos en la Niebla

En el juego del misterio, cada revelación es solo el comienzo de un enigma aún mayor.

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Ezekiel:

El susurro del viento nocturno acariciaba las ventanas de mi habitación, un eco distante que apenas lograba penetrar el silencio sepulcral del lugar. Estaba acostumbrado a la oscuridad, a la quietud inquietante que reinaba cuando la luna estaba oculta. Mi vida, mi mundo, giraba en torno a las sombras, a los secretos que solo se revelaban cuando los ojos no podían ver. Y aún así, esa noche algo era distinto. Sentía la tensión en mis músculos, como si el aire mismo estuviera cargado con una amenaza invisible, una que no podía identificar, pero que no me abandonaba.

Suspiré profundamente, dejando que mi cuerpo se hundiera en las sábanas de seda. El confort material siempre había sido mi refugio, un recordatorio de lo lejos que había llegado. Pero ni siquiera la opulencia de mi entorno podía calmar la inquietud que me envolvía. Intenté cerrar los ojos, buscaba el escape del sueño, pero en lugar de descanso, mi mente se llenó de imágenes distorsionadas. Mi madre, de pie en la penumbra, con una expresión que no podía descifrar. Su voz, dulce pero cargada de advertencias, reverberaba en mi cabeza.

-"Ezekiel... no puedes huir del destino"-.

El eco de esas palabras me arrancó de mi letargo. Abrí los ojos de golpe, sintiendo un sudor frío recorriendo mi espalda. Sabía que no era real, sabía que los muertos no hablaban. Y sin embargo, había algo en ese sueño que me perturbaba más de lo que estaba dispuesto a admitir. Mi madre siempre había creído en esas supersticiones, en los destinos entrelazados, en el poder de las estrellas para dictar nuestras vidas. Yo, en cambio, nunca había creído en cuentos de hadas. El destino no era más que una excusa para los débiles, una mentira que la gente se contaba para justificar su mediocridad.

Me levanté con brusquedad, ignorando el mareo momentáneo que me invadió al ponerme de pie. La sensación de desequilibrio fue breve, pero suficiente para irritarme. No podía permitirme vulnerabilidades, no en mi posición. Me dirigí al baño, buscando en el agua fría un escape, un borrón momentáneo de los pensamientos que me atormentaban.

Después de ducharme, mi reflejo en el espejo me devolvió la mirada. Los ojos dorados oscuros, la mandíbula tensa, y esa sonrisa ladeada que tantos habían aprendido a temer. Un lobo disfrazado de hombre. Me vestí con rapidez, la seda de la camisa negra acariciando mi piel mientras el traje a medida se ajustaba a mi cuerpo como una segunda piel. Sabía el impacto que mi apariencia tenía en los demás. El poder no solo se mostraba en acciones, sino en presencia. Y yo lo dominaba todo.

El día transcurrió en una vorágine de reuniones y acuerdos. La mafia tenía sus propias reglas, y yo era su maestro. Cada trato que cerraba, cada alianza que consolidaba, me acercaba un paso más a mi objetivo final: el control absoluto. Pero incluso en medio de la vorágine de mi mundo, no podía sacudirme la extraña sensación que me había acompañado desde el sueño.

Cuando finalmente volví a mi mansión al atardecer, buscaba la calma que rara vez encontraba. Mi despacho, mi santuario, ofrecía una vista directa al hotel de lujo que había adquirido recientemente. Un monumento al exceso, una extensión de mi imperio que no solo albergaba a los ricos y poderosos, sino que también servía como base para mis operaciones más discretas.

Fue entonces cuando la vi por primera vez.

Estaba apoyado contra la ventana, observando con indiferencia la entrada del hotel, cuando un movimiento inusual capturó mi atención. Una hilera de trocas negras se detuvieron frente al edificio. Automáticamente, mi instinto de cazador se activó. Algo no encajaba.

Desde una de las trocas, emergió una figura femenina. Lo primero que noté fue su porte: altiva, casi desafiante, como si el mundo entero le debiera algo. Pero lo que verdaderamente me dejó sin aliento fue el destello azul de su cabello cuando se quitó la peluca. Era como si un rayo de luna se hubiera materializado en pleno día. Sus ojos, de un azul tan profundo que parecían capaces de ver más allá de la realidad, se clavaron en los míos por un breve segundo antes de desviar la mirada.

-¿Quién eres? -murmuré para mí mismo, incapaz de apartar la vista de ella.

Su andar, sus movimientos, todo en ella exudaba poder. Pero no el tipo de poder que se compraba con dinero o influencia. Era algo más oscuro, más primitivo, como un depredador que acechaba bajo una máscara de porcelana. Mi cuerpo reaccionó antes de que mi mente pudiera procesar lo que estaba sintiendo. Sin pensarlo dos veces, llamé a dos de mis hombres de confianza y salí de la mansión, mi mirada fija en esa figura que se alejaba hacia el interior del hotel.

-Quiero saber todo sobre esa chica. -ordené a mis hombres mientras cruzábamos el vestíbulo del hotel.

Busqué a alguien que pudiera proporcionarme información, y no tardé en encontrar a una empleada que pasaba cerca.

-¿La chica que acaba de entrar? -pregunté, mi voz cargada de autoridad.

La empleada parpadeó sorprendida, pero finalmente respondió.

-Ella es Bellatrix. Es la hija de los propietarios del hotel.

Bellatrix. El nombre rodó por mi mente como un eco lejano, como una pieza de un rompecabezas que aún no lograba ensamblar. Algo en su presencia me inquietaba, algo que no lograba descifrar. Pero una cosa estaba clara: no iba a dejar que desapareciera sin obtener respuestas.

Me retiré a un rincón, esperando que mis hombres regresaran con más información. Mientras lo hacía, no podía sacudirme la sensación de que había algo más profundo, algo más oscuro que conectaba a Bellatrix con el destino que tanto había evitado reconocer.

Este encuentro no era casualidad.

Y en mi mundo, las casualidades no existían.

Caminé con pasos seguros por el vestíbulo del hotel, mis ojos rastreando a la figura de Bellatrix mientras se desvanecía en la distancia. Aún podía sentir la curiosidad ardiendo en mi interior, un impulso incontrolable que no podía ignorar. Todo en ella gritaba misterio, y yo, más que nadie, sabía lo peligroso que era el misterio en mi mundo. Era como una telaraña que, una vez que caías en ella, no te soltaba hasta que estaba segura de haberte devorado por completo.

Vi a una mujer de pie cerca de donde Bellatrix había desaparecido. Alta, con una postura imponente, vestida de negro como una sombra. No la había notado antes, y mi instinto me dijo que podría tener respuestas. Me acerqué lentamente, midiendo cada paso, intentando descifrar si ella era parte del rompecabezas o simplemente una espectadora más.

-Tú -le llamé la atención con mi voz profunda y autoritaria, mientras la mujer giraba lentamente hacia mí-. La chica que acaba de entrar, ¿quién es?

Ella alzó una ceja con desdén, como si mis palabras no la hubieran impresionado lo más mínimo. Me escrutó de arriba abajo, analizándome con la misma frialdad con la que yo la observaba. No apartó la vista, lo que me dijo mucho de su carácter. Era fuerte, quizás más de lo que aparentaba.

-No tengo la costumbre de compartir información con extraños -dijo con una voz tan gélida como la suya.

Mi mandíbula se tensó. Era obvio que estaba relacionada con Bellatrix, pero no iba a soltar nada sin luchar. Di un paso más cerca, acortando la distancia entre ambos, dejando que la tensión se apoderara del aire.

-No soy un extraño -repliqué, la advertencia en mi tono clara-. Soy Ezekiel Stormrider. No suelo repetir mis preguntas.

Ella permaneció impasible, aunque pude ver una ligera chispa de reconocimiento en sus ojos. Mi nombre no era uno que se olvidara fácilmente. No obstante, su rostro se mantuvo tan impenetrable como una máscara.

-Sé quién eres, Stormrider -dijo, cruzando los brazos frente a su pecho-, pero eso no cambia nada. Si tienes preguntas, deberías dirigírtelas a la persona adecuada.

Un gruñido bajo y peligroso escapó de mi garganta antes de que pudiera contenerlo. No era frecuente que alguien me desafiara de esa manera, y menos aún que alguien se negara a responderme. Mi mirada se endureció, pero la mujer no mostró signos de ceder.

-No quiero que esto sea difícil -dije, controlando la creciente irritación que me recorría. Mi lobo, Athos, empezaba a agitarse en mi interior, su presencia una sombra inquieta en el borde de mi mente. Sabía que él también percibía la tensión, y el instinto de lucha comenzaba a emerger.

La mujer se encogió de hombros con indiferencia.

-Lo siento, pero Bellatrix no está disponible para responderte ahora. Tendrás que esperar, como todos los demás.

Ese comentario fue la chispa que encendió la rabia latente en mi pecho. Sentí a Athos empujando desde dentro, exigiendo que tomara el control, que acabara con el juego de una vez por todas. Mi respiración se volvió más profunda, más controlada, mientras luchaba por mantener a mi lobo a raya.

-Estás jugando un juego peligroso -advertí, inclinándome un poco más hacia ella, dejando que mi presencia la envolviera-. Y en este juego, yo no suelo perder.

La guardaespaldas, porque ahora estaba claro que eso era, no mostró miedo. En lugar de eso, sonrió, una sonrisa pequeña y peligrosa que sugería que sabía más de lo que aparentaba.

-La paciencia es una virtud, Stormrider -respondió, antes de girarse y desaparecer entre la multitud sin decir una palabra más.

Me quedé mirando el lugar donde había estado, sintiendo la furia burbujear en mi interior. Mi control estaba al límite, y no podía permitirme perderlo aquí, no frente a extraños. Me dirigí al sofá más cercano y me dejé caer, gruñendo por lo bajo mientras Athos seguía agitando sus cadenas dentro de mí.

«¿Por qué no tomas lo que es tuyo?» -la voz de Athos resonó en mi cabeza, más cerca de un rugido que de un susurro.

«Esa mujer se atrevió a desafiarte. A nosotros. No podemos dejar esto pasar».

Cerré los ojos por un momento, luchando contra la creciente tentación de soltar las riendas. Athos siempre había sido así. Un depredador puro, siempre hambriento de conflicto, de sangre. Era mi sombra, mi furia personificada. Y aunque su poder era invaluable, no podía permitirme dejarle el control.

«No podemos arriesgarlo todo por una pelea estúpida, Athos», -le respondí mentalmente, aunque mi voz interna sonaba tan feroz como la suya.

«Esto no es solo sobre fuerza. Hay más en juego aquí.»

Athos gruñó en mi mente, su descontento palpable.

«¿Más en juego? Esa mujer oculta algo, y tú lo sabes. ¿Dejarás que jueguen contigo así?» -sentí el fuego en sus palabras, el impulso de cazar.

Sabía que tenía razón en parte. Esa mujer escondía algo, y Bellatrix no era una simple heredera de hotel. Había algo más oscuro, más profundo que se movía en las sombras, y lo necesitaba descubrir. Pero no podía lanzarme a ciegas, no sin más información. La paciencia no era mi fuerte, pero a veces, el lobo debía esperar su momento para atacar.

«Ya habrá tiempo para la caza», -le aseguré a Athos, sintiendo cómo se resistía a calmarse.

«Pero cuando lo hagamos, lo haremos bien».

Athos gruñó una vez más, pero se retiró, aunque podía sentir su descontento rondando como una tormenta latente en mi mente. Sabía que no lo mantendría a raya por mucho tiempo.

Respiré profundamente, enfocándome en el presente. Mi mente volvía a Bellatrix. Ella era la clave. Y su guardaespaldas, tan hábil en desviar respuestas, solo confirmaba que había algo más. No me detendría hasta descubrirlo.

                         

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