Capítulo 3 El rey de las sombras

En el corazón de la oscuridad, donde el miedo y el poder se entrelazan, yo, soy el rey incontestable.

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Ezekiel:

En las profundidades de un calabozo subterráneo, donde el aire se volvía espeso y las sombras parecían cobrar vida, yo reinaba como el soberano incontestable de la oscuridad. Las paredes de piedra húmeda, impregnadas de años de desesperación y muerte, eran el reflejo de lo que mi alma había llegado a ser: una grieta eterna, envuelta en odio y deseo de venganza.

Helene, la bruja de la tierra, yacía atada con las cadenas que yo mismo había mandado forjar. Sus ojos, que antes brillaban con la ferocidad de la magia que corría por sus venas, ahora estaban vacíos, desprovistos de esperanza. La magia que tanto la definía había sido arrancada de ella, una chispa apagada por el metal oscuro y maldito que la envolvía.

Me acerqué lentamente, mi figura recortada por la luz de las antorchas que colgaban en la fría piedra. Cada paso resonaba en el aire pesado, como el eco de una sentencia inminente. Sabía que cada instante que pasaba, Helene sentía el frío creciente de la muerte que la rondaba, y yo, alimentado por esa agonía, me detenía frente a ella con una sonrisa imperceptible.

-¿Sabes por qué estás aquí, Helene? -pregunté, rompiendo el silencio, mi voz baja pero llena de un veneno que sabía que ella percibiría de inmediato. No era necesario alzar la voz; el poder que emanaba de mí era suficiente para hacer temblar su débil resistencia.

-Ezekiel... -murmuró, su voz quebrada y apenas audible-. Yo... no tenía otra opción...

Me agaché frente a ella, obligando a sus ojos a encontrarse con los míos. El temor era palpable en su rostro. Había visto muchas emociones en mis víctimas, pero el miedo puro siempre era el más satisfactorio.

-No tienes excusa, bruja. -Mis palabras eran gélidas-. Sabías en qué te metías cuando te aliabas con Morgana. Sabías lo que significaba desafiarme.

Helene tembló bajo mi mirada, sus labios entreabiertos, como si intentara articular una defensa que ni siquiera ella creía. Su respiración era errática, cada inhalación un esfuerzo doloroso, y su cuerpo magullado apenas mantenía su forma.

-Morgana... -balbuceó, su tono desesperado-. Nunca pensé que... ella... -Trató de continuar, pero el miedo la devoraba, sus palabras entrecortadas por el terror de lo que sabía que estaba por venir.

-Cállate. -Mi voz fue un susurro, pero más efectiva que un grito. Me incorporé, rodeándola como una bestia acechando a su presa-. No vine aquí a escuchar tus excusas patéticas. -Hice una pausa, observándola mientras luchaba por sostener mi mirada-. Vine a obtener respuestas. Y si me las das, puede que encuentres algo de piedad antes de que acabe contigo.

El silencio que siguió fue un eco de promesas rotas y destinos sellados. Helene tragó saliva, incapaz de desviar la mirada, atrapada en la red que yo mismo había tejido. A pesar del terror, aún había un pequeño resquicio de desafío en su mirada, como si se aferrara a la lealtad hacia Morgana.

-No... no sé dónde está... -logró decir con un hilo de voz, su desesperación evidente.

Mis ojos dorados se estrecharon, y de inmediato sentí el hervir de la ira bajo mi piel. Me acerqué a ella, inclinándome lo suficiente como para que pudiera sentir el peligro en cada palabra.

-Sabes lo que odio más que la traición, Helene? -susurré-. Las mentiras.

Ella sacudió la cabeza frenéticamente, las lágrimas comenzando a brotar de sus ojos. Era patético, pero aún no me había dado lo que necesitaba. Golpeé la pared junto a su cabeza, el sonido del impacto resonando en el espacio cerrado. Helene jadeó, su cuerpo sacudido por un nuevo acceso de terror.

-Ezekiel, te lo juro... ¡no lo sé! -sollozó, su voz al borde de la histeria-. Morgana desapareció... después de lo que pasó en el aquelarre. Nadie la ha visto desde entonces... ¡Lo juro por todo lo que tengo!

La furia burbujeaba dentro de mí, pero no era lo suficientemente estúpido como para no reconocer la verdad en sus palabras. Podía sentir su miedo sincero, su desesperación por sobrevivir. Sin embargo, su ignorancia no la salvaría. No después de lo que había hecho.

-Entonces ya no me sirves para nada. -Mi tono fue más bajo, más letal-. Tú elegiste tu lealtad, Helene. Y ahora pagarás por ello.

Hice un gesto con la mano, y mis hombres, que habían estado esperando en las sombras, se acercaron. Sin mediar palabra, la tomaron por los brazos y la arrastraron fuera de la habitación. No necesitaba presenciar el final; su destino estaba sellado, y el hecho de que no hubiera suplicado por piedad al final solo confirmaba su condena.

Me quedé solo en el calabozo, la oscuridad envolviéndome una vez más. Pero mi mente ya estaba en otro lugar. En otra persona. Morgana.

Esa maldita bruja había escapado durante demasiado tiempo, y cada día que pasaba sin encontrarla era un día más que mi furia crecía. Pero sabía que su tiempo se agotaba. Nadie podía ocultarse de mí por siempre.

Subí las escaleras del calabozo con paso firme, dejando atrás la humedad y el eco de la muerte. La mansión, con sus candelabros dorados y tapices de lujo, me recibió como el rey que era. Este era mi dominio, mi imperio, y nada, ni siquiera Morgana, podría arrebatarme lo que me pertenecía.

Al entrar en mi oficina, mi lugar de poder y estrategia, me senté frente al gran escritorio de ébano. La luz suave de la lámpara de cristal iluminaba los mapas y documentos dispersos sobre la superficie. En medio de todo ese caos, un solo archivo destacaba: el de Morgana.

Abrí el archivo, mirando las fotos, las descripciones de sus últimos movimientos, los testimonios de aquellos que la habían visto. Sabía que era astuta, pero también sabía que su arrogancia sería su caída. Ninguna bruja podía resistir el deseo de mostrarse, de dejar una marca. Y cuando lo hiciera, yo estaría allí.

Me recosté en la silla, dejando que la oscuridad del cuarto me rodeara. Mis pensamientos se agolpaban como un enjambre de cuervos, cada uno más oscuro que el anterior. No podía evitar pensar en el momento en que la encontraría, en el instante en que nuestros caminos se cruzaran nuevamente.

El sonido del teléfono interrumpió mis pensamientos. Contesté sin dudar, sabiendo que solo había un número que sonaba en esa línea.

-¿Qué tienes para mí? -pregunté, mi tono impaciente.

-Un rastro, jefe. -La voz al otro lado era ronca y seria-. Parece que Morgana ha sido vista en las afueras de la ciudad. Nada confirmado aún, pero los rumores corren rápido.

Mi corazón se aceleró ligeramente. Por fin, un rastro.

-Mantente sobre eso. Quiero un informe detallado en una hora -ordené antes de colgar sin esperar respuesta.

La caza había comenzado, y esta vez, no me detendría ante nada.

El teléfono cayó pesadamente sobre el escritorio, emitiendo un sonido sordo que resonó en la oscuridad. Me levanté de la silla, paseando como una bestia enjaulada, mis pensamientos concentrados en un solo nombre: Morgana. Estaba a punto de atraparla, de terminar lo que había comenzado. Finalmente, su rastro había salido a la luz, y sabía que este sería su último error.

Sin embargo, algo en la llamada no terminaba de encajar. Llamé a mis hombres, a quienes había confiado la búsqueda. Su eficiencia siempre había sido impecable; no había lugar para errores en mi organización.

Al poco tiempo, Marcus, uno de mis tenientes de confianza, entró en mi oficina con su usual semblante serio. La puerta se cerró tras de él, y el aire pareció volverse más denso.

-Dime que tienes buenas noticias, Marcus -le dije, cruzándome de brazos mientras lo miraba con la misma intensidad que la de un depredador observando a su presa.

Marcus vaciló por un instante, lo suficiente como para que el mal presentimiento que tenía se asentara en mi pecho como una piedra. Evitó mi mirada, fijando su atención en algún punto indefinido en el suelo de mármol.

-Jefe... hemos tenido un problema -dijo al fin, con una voz tensa.

Mis ojos se estrecharon de inmediato, sintiendo cómo una chispa de ira comenzaba a encenderse en mi interior.

-¿Qué clase de problema? -pregunté con una calma gélida, esa clase de calma que precede a la tormenta.

Marcus tragó saliva antes de continuar.

-El rastro que habíamos seguido... ha sido alterado. Alguien ha saboteado nuestras fuentes de información. Los rumores que habíamos rastreado sobre Morgana... -se interrumpió, bajando la vista aún más-, eran falsos. No está en las afueras de la ciudad, ni cerca de ningún sitio que hayamos investigado. Ha desaparecido nuevamente.

El silencio que siguió fue mortal. Sentí cómo mi visión se teñía de rojo, la furia invadiendo cada fibra de mi ser. La idea de que alguien hubiera interferido en mi cacería, de que algún miserable hubiera tenido la audacia de jugar conmigo, era algo que no podía tolerar. En un instante, todo mi cuerpo se tensó, y sin pensarlo, golpeé la mesa con tanta fuerza que el pesado escritorio de ébano tembló, dejando caer varios papeles al suelo.

-¡Malditos incompetentes! -rugí, mi voz llena de furia contenida-. ¿Cómo demonios ha podido ocurrir esto? Teníamos el rastro, ¡era nuestro!

Marcus dio un paso atrás, visiblemente tenso. Sabía que mi paciencia tenía un límite muy corto, especialmente cuando algo que me pertenecía se me escapaba de las manos.

-No lo sabemos aún, jefe -respondió con cuidado, eligiendo sus palabras-. Pero estamos investigando. Quien haya saboteado nuestras fuentes lo hizo con precisión. Los rumores eran creíbles, las pistas parecían fiables. Todo estaba orquestado para desviar nuestra atención.

-¿Quién? -dije con los dientes apretados, dejando que la palabra flotara en el aire-. ¿Quién ha tenido la osadía de meterse en mis asuntos?

Marcus hizo una pausa, y el nerviosismo en su rostro era evidente.

-Sospechamos que podría ser Valerius -dijo, bajando la voz como si el mero hecho de decir su nombre fuera una sentencia-. Sabemos que su influencia ha estado creciendo en la ciudad últimamente. Y es muy posible que tenga sus propios intereses en mantener a Morgana fuera de tu alcance.

El nombre sonaba como una maldición en mi mente. Aquel vampiro infame, que había estado moviéndose en las sombras desde hace tiempo, tratando de expandir su poder y desafiar mi dominio. Siempre había mantenido sus acciones en los márgenes, evitando un enfrentamiento directo. Hasta ahora.

-Valerius... -repetí lentamente, dejando que el nombre rodara en mi boca como veneno-. ¿Ese bastardo ha decidido jugar conmigo?

Mi ira creció aún más, una marea oscura que no podía contenerse. No solo había fallado en capturar a Morgana, sino que ahora descubría que otro depredador estaba merodeando en mi territorio, interfiriendo en mis planes.

-Voy a destruirlo -dije en un susurro peligroso, mis ojos ardiendo con una furia asesina-. No solo lo mataré, Marcus. Lo haré suplicar por su vida antes de terminar con él. No permitiré que nadie, ni siquiera él, se interponga en mi camino.

Marcus asintió, consciente de que el tiempo para hablar había terminado. Sabía lo que tenía que hacer, y sabía que una vez que ponía en marcha mis planes, no había vuelta atrás.

Antes de que pudiera salir, sin embargo, lo detuve con una última pregunta.

-¿Hay alguien en nuestras filas que haya mostrado algún signo de traición? -Mi tono era frío, clínico, buscando descartar cualquier posibilidad de un enemigo interno.

Marcus negó con la cabeza rápidamente.

-Hemos revisado a todos, jefe. Nadie dentro de nuestra organización ha sido comprometido. Todo parece apuntar a Valerius y sus aliados.

Asentí con la mandíbula tensa, mi mente ya trabajando en una nueva estrategia. Si Valerius quería jugar, entonces yo subiría la apuesta. No había nada que disfrutara más que destrozar a aquellos que subestimaban mi poder.

-Bien -dije, dejando que el silencio reinara por un momento-. Quiero saber todo sobre sus movimientos. Dónde está, quiénes son sus contactos, cómo lo ha logrado. Valerius no se saldrá con la suya. Y si está protegiendo a Morgana, también pagará por ello.

Marcus se marchó rápidamente, dejándome solo en mi oficina una vez más. Pero la sensación de furia no me abandonó. Al contrario, crecía, consumiéndome por dentro. Si había algo que detestaba más que la traición, era el desafío. Y eso era precisamente lo que Valerius había hecho.

Caminé hacia la ventana, observando las luces de la ciudad que se extendían frente a mí. Mi ciudad. Mi imperio. Y nadie, ni vampiros ni brujas, iba a arrebatármelo.

Respiré hondo, calmando mi ira lo suficiente como para centrarme en lo que debía hacer. Esta no era una simple venganza. No. Este era un ajuste de cuentas, una advertencia para todo aquel que se atreviera a interponerse en mi camino.

-Valerius... -murmuré una vez más, mis ojos centelleando con odio-. Prepárate.

            
            

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