Nicolas era uno de los ingenieros encargados de la edificación del nuevo complejo de apartamentos que estaba justo al lado de su bloque. Debía supervisar a los obreros en el segundo turno, desde la tarde hasta pasada la medianoche y siempre regresaba a casa cuando ella ya se había dormido. De hecho, precisamente por eso se habían mudado a ese departamento hace casi un año, pues a él se le hacía más ir y venir del trabajo. Sin embargo, eso la dejaba a ella varada en la periferia de la ciudad, la cual debía cruzar casi por completo para llegar a la fábrica donde trabajaba. Eran, más o menos, dos horas de su vida que perdía yendo y viniendo, y eso era cuando el tráfico le favorecía.
Consciente de que se le estaba haciendo tarde, Valeria apresuró el paso y bajó los cuatro pisos restantes saltando de a dos escalones a la vez; como era alta y tenía las piernas largas podía permitirse el lujo de llegar a la planta baja en menos de un minuto. A pesar de que el edificio tenía dos ascensores, ella siempre usaba las escaleras porque no le gustaba esperar, ni mucho menos toparse con los vecinos; además, veía una buena oportunidad de ejercicio mientras saltaba entre escalones.
Algo agitada por el ajetreo, revisó su reloj: eran las 6:28 a.m., apenas tenía dos minutos para salir de allí y caminar las dos cuadras que la separaban de la parada de autobuses. En todo caso, tendría que correr si realmente quería llegar a tiempo. Luego de una profunda inspiración, empezó a trotar a paso constante. La mañana todavía era fría porque el sol abrasador del trópico aún no había despuntado y el rocío seguía inerte sobre los árboles y las cosas. Minutos más tarde, cuando los primeros rayos alcanzaran el suelo, las gotas se evaporarían enseguida y el vaho caliente se desprendería del asfalto como si estuviera hirviendo.
'Sería agradable salir a trotar por las mañanas con este clima', pensó, al tiempo que cruzaba la primera cuadra. 'Pero no con este apuro y esta ansiedad por llegar a tiempo, sino por placer'.
Como era tan temprano, los negocios de la calle principal apenas estaban abriendo sus puertas, solo un puesto de venta de desayunos y jugos se encontraba totalmente operativo, mientras que la panadería, la frutería y los demás negocios todavía tenían las rejas a medio bajar. Tampoco había mucho tráfico y apenas unos cuantos transeúntes la acompañaban en el trayecto. La parada de autobuses ya se divisaba en la distancia y solo una señora esperaba sentada en el banquillo. No muy lejos, Valeria pudo divisar el autobús que se acercaba, así que apresuró el paso para no perderlo. La señora en el banquillo se paró cuando el bus se detuvo frente a ella y subió con calma, Valeria la siguió un tanto ansiosa y tanteó su bolso de mano para sacar el monedero. Lamentablemente, por más que rebuscó, no pudo encontrar nada adentro y, ante la mirada ansiosa del conductor que esperaba que le pagara el pasaje, tuvo que retroceder, sumamente nerviosa.
"Yo... parece que he olvidado mi monedero", murmuró. Su voz temblaba, no podía creer que eso le estuviera pasando.
"Entonces bájese, señorita, no estamos para caridad en estos días", respondió de mala gana el conductor mientras la miraba con desdén, como si la culpara por hacerle perder el tiempo.
Muerta de vergüenza, a Valeria no le quedó de otra que retroceder lentamente hasta bajar los escalones que la separaban del suelo. No había terminado de salir cuando la puerta se cerró bruscamente, casi robándole la zapatilla en el proceso. Poco después, el bus reemprendió su marcha, dejándola ahogada con el humo del tubo de escape.
'Esto no me puede estar pasando, ahora voy a llegar tardísimo al trabajo... El señor Enrique no me lo perdonará esta vez', se lamentó internamente. Sintiéndose como una estúpida, regresó a toda prisa siguiendo sus pasos hasta que llegó al bloque de apartamentos donde vivía. Como el ascensor estaba con las puertas abiertas, prefirió tomarlo para llegar más rápido, así que entró y presionó el número cinco en el tablero. Por fortuna, nadie se antojó de detener su ascenso y pudo llegar en un par de segundos a su piso. Ansiosa, rebuscó sus llaves en el bolso y abrió la puerta de su departamento. Para su sorpresa, Nicolas seguía despierto y parecía bastante risueño al teléfono.
"Sí, bueno... como te estaba diciendo, será mejor que atendamos esa fisura antes de que se convierta en un daño estructural. De todas maneras podemos discutirlo esta tarde en el cambio de turno", dijo en voz inusitadamente alta.
'¿Había estado hablando todo este tiempo? Qué raro, no lo escuché desde el pasillo', se cuestionó Valeria.
Sin detenerse demasiado en eso, rebuscó en el sofá y en la mesa sus llaves, pero no pudo encontrarlas por ningún lado. Entonces saludó a Nicolas con un ademán y entró a la habitación.
"Querida, ¿y eso que regresaste?", preguntó él, parándose detrás del umbral mientras dejaba el teléfono sobre la mesilla de la sala.
"No tenía mi monedero, perdí el autobús", murmuró ella, malhumorada.
"Oh... Yo tuve que despertarme para atender unas cosas del trabajo, esta gente no conoce lo que son las horas de sueño", comentó Nicolas, aunque Valeria no le había preguntado nada.
"¡Aquí está!", exclamó ella cuando finalmente encontró el monedero dentro de una gaveta. "Voy a terminar perdiendo la cabeza, ¿en qué momento guardé esto aquí? Bueno, ya me tengo que ir, me van a matar en la fábrica". Impacientada, guardó el monedero en el bolso y salió a toda prisa sin reparar en Nicolas. "Nos vemos", fue lo único que dijo desde el pasillo. Honestamente estaba demasiado apurada como para detenerse en nimiedades, así que corrió a toda prisa y aprovechó que el ascensor seguía en su piso con la puerta abierta. Una vez dentro, revisó su reloj y comprobó que ya eran las 6:42 a.m.
'Bueno, tengo tiempo para coger el otro bus, pero igual llegaré tarde sin importar lo que haga', pensó.
Esta vez, el ascensor se detuvo en el piso tres antes de seguir a la planta baja; cuando las puertas se abrieron, Valeria pudo ver a una señora de avanzada edad a quien ya había visto en varias ocasiones, pero cuyo nombre ignoraba. Absorta en sus pensamientos, no le prestó demasiada atención, hasta que la señora dijo: "Buenos días, señorita Valeria, tan temprano y ya se le han olvidado los modales".
"B-buenos, días señora...", respondió ella, con la voz entrecortada. Estaba terriblemente avergonzada y su rostro se había enrojecido como un tomate maduro. Ni siquiera sabía cómo es que la anciana conocía su nombre, pero aquello fue terriblemente incómodo.
Por fortuna, el ascensor llegó a la planta baja en pocos segundos y, cuando las puertas se abrieron, la tensión contenida pudo drenarse fácilmente. Valeria salió a toda prisa y siguió caminando directo hasta la calle sin mirar atrás y con el paso acelerado. Si bien no era necesario que corriera esta vez, todavía procuró mantener el ritmo para no perder el otro bus. Los rayos del sol ya calentaban la tierra y las gotas de sudor empezaban a perlar su frente y humedecerle la espalda. Agotada, Valeria se quitó el blazer y dejó que la brisa la refrescara un poco. De regreso en la parada de autobús, revisó la hora, eran las 6:48. Parecía que el bus estaba algo retrasado, pues no se veía a lo lejos y la gente empezaba a apiñarse en el estrecho tugurio. Ella ni siquiera pudo tomar asiento porque no había espacio para sentarse. Ansiosa, miró a lado y lado, pero no pudo divisar el armatoste rojo que la llevaría hasta la fábrica. No obstante, llegó a ver a su derecha la menuda figura de la anciana del piso tres doblando por la esquina, a unos cuantos metros de allí.
'No puede ser, esta señora de nuevo', se lamentó.