"Descuida, querida, sabes que no es ningún problema para mí, a cualquiera le puede pasar. ¿Qué te dijo el señor Enrique? Estaba echando humo hace un rato", respondió Ana, con una ligera sonrisa.
"Ni me lo recuerdes, casi me hace llorar hace un momento... Ese señor de verdad no sabe lo que es tratar a las personas, ¡es un ogro!". Valeria apenas había logrado recomponerse y todavía tenía la voz algo temblorosa. "Dame eso, te ayudaré a cortarlas", se ofreció, al tiempo que tomaba sus tijeras y cortaba un trozo de tela para su amiga. En la fábrica, el día empezaba cortando todos los moldes que se usarían para la confección de los pantalones o las diversas prendas. En esta campaña cada costurera tenía una meta diaria de al menos una decena de pantalones, por lo que debían darse prisa. Los retazos cortados se dejaban en una cesta en el suelo y luego procedían con la costura. Como Ana la había ayudado, Valeria no tuvo que pasar más de media hora cortando el resto de sus moldes y ahora solo le quedaba ensamblar paso a paso los jeans, una tarea que la ocuparía hasta que el sol se ocultara por el horizonte.
"Qué calor hace, ¿no?", comentó Ana a media mañana.
"Terrible, cada día es peor", se quejó Valeria, secándose las gotas de la frente con un pañuelo.
"Supuestamente el mes pasado iban a instalar los aires acondicionados, hasta vinieron unos técnicos a revisar las instalaciones, pero como que solo le hicieron mantenimiento a los equipos de las oficinas porque no volvieron a venir".
"Ay amiga, lo creeré cuando lo vea. ¿Tú piensas que el señor Enrique o los de arriba van a soltar dinero por nosotras? ¡Qué va! Tendrán que estar muy presionados de afuera para que eso pase", concluyó Valeria, quien ya conocía lo suficiente la movida en la fábrica como para saber que eso no pasaría.
El repiqueteo de las máquinas de coser despuntaba a eso de las 9 a.m. cuando todas las costureras ya estaban en acción y el lugar se llenaba de un polvillo sutil que se desprendía de las telas, los hilos y probablemente del suelo también. Dado que la ventilación dependía apenas de una decena de ventiladores y unas escuetas ventanas, la planta central podía llegar a convertirse en un verdadero horno a medida que la mañana avanzaba. A veces el aire se tornaba tan espeso que era difícil respirar allí dentro. En todo caso, era el fogaje el que marcaba la pauta. Los enormes ventiladores apenas si hacían danzar el aire caliente de un lado al otro, pues honestamente no refrescaban demasiado. La promesa del aire acondicionado había despertado la esperanza en más de uno, pero con el pasar de las semanas se fue apagando y resultó más práctico resignarse a aguantar el calor y no engañarse con quimeras.
A la una de la tarde, la campanilla central sonaba con todo su estrépito para anunciar la hora del almuerzo. Para muchos, aquel ruido llegaba como un canto celestial, pues finalmente podían descansar de las telas por un rato y salir a tomar aire fresco. Ana y Valeria siempre comían juntas, así que, como solían hacer, se dirigieron a los casilleros para dejar sus mascarillas y sus gorros, y luego se encaminaron hacia el baño para refrescarse y lavarse un poco. Normalmente debían hacer una pequeña fila, pero hoy, por fortuna, fueron de las primeras en llegar a los lavabos. Para cuando salieron ya se había formado la fila de siempre y, cuando Valeria pasó junto a sus compañeras, varias empezaron a molestarla:
"Pero Valeria, tan tarde que llegas y eres la primera que sale corriendo cuando suena la campana", comentó Daniela, siempre tan insidiosa.
"Jajaja", se rieron las otras que la acompañaban.
Nerviosa y molesta, Valeria se mordió la lengua para no decir nada y tan solo esbozó una sonrisa hipócrita de mala gana.
"No les hagas caso, querida; ya sabes que no tienen nada mejor que hacer que andar fastidiando siempre", la consoló Ana, mientras caminaban de regreso a los casilleros para coger sus almuerzos de la nevera.
"¿Sabes lo que me pasó esta mañana? Pues olvidé mi monedero en el apartamento, ya estaba montada en el autobús cuando me di cuenta... ¿puedes creerlo? Quería que me tragara la tierra", le contó Valeria a su amiga mientras almorzaban.
"Ay, querida, eres tan despistada... Una vez tuve una amiga igual que tú en el colegio, ¿y sabes qué hacía en esos casos? Pues siempre dejaba algo de dinero en sus bolsillos o suelto en el bolso... Ah, y con las llaves era otro cuento, jajaja... ¡Tenía como tres copias para que nunca se le olvidaran!".
Ana tenía una voz muy suave, apenas audible en ocasiones, pero nunca escatimaba a la hora de reír, sus carcajadas siempre quedaban resonando donde sea que las soltara. Era un gusto escucharla y siempre tenía una anécdota de algo. Cuando Valeria llegó a la fábrica hace más de un año, fue ella quien la puso al tanto de todas las cosas que debía saber; como ya tenía casi un lustro trabajando para el señor Enrique, fue una excelente guía y la ayudó mucho durante los primeros días en los que estaba bastante perdida. Valeria siempre decía que el señor Enrique la habría echado a la semana de no ser por ella.
"Bueno, ciertamente lo voy a tener en consideración porque si vuelvo a llegar tarde por una estupidez como esa el señor Enrique no me lo perdonará de ninguna manera. Es que ni te imaginas cómo me trató hoy, estaba que se me salían las lágrimas... Y yo que pensaba que era inofensivo cuando lo vi por primera vez. ¿Quién iba a decir que semejante hombrecillo podría ser tan cascarrabias?".
"Creeme que te compadezco, en más de una ocasión me ha salido con una de sus charlas sobre engranajes y la política de rendimiento de la fábrica. ¡Ya lo quisiera ver aguantando calor y cosiendo como loco todo el día! ¡No podría ni cortar las telas porque el bracito no le daría, jajaja!". Ana volvió a estallar en carcajadas y algunos de los presentes se voltearon a verla.
Sintiéndose observada, Valeria recordó que debía adelantar el pantalón que estaba cosiendo para poder llegar a su meta, así que se excusó: "Mira la hora, aprovecharé estos 30 minutos que quedan para ponerme al día, no quiero quedarme haciendo horas extras en la noche porque después no consigo transporte y me tengo que quedar esperando sola en la parada".
"Iré contigo, quizás me dé chance de terminar un poco más temprano. De todas maneras tampoco me quiero quedar aquí haciendo nada", respondió Ana, poniéndose de pie también.
Al regresar a la planta se encontraron con un par de compañeras que también estaban adelantado trabajo al igual que ellas. Aun así, el lugar estaba casi desolado y el único ruido que se escuchaba era el de los ventiladores y el repiqueteo esporádico de unas pocas
máquinas.
"Este silencio me da sueño", comentó Valeria.
"Y después de comer es peor, jajaja", añadió su compañera. Con eso, ambas chicas se pusieron manos a la obra de nuevo y empezaron a coser sus respectivas prendas.
Valeria nunca imaginó que iba a pasar tanto tiempo trabajando en esa fábrica como una simple costurera en un horario tan demandante como ese. Si bien solo tenía en su haber unos cuantos cursos de diseño y confección textil, había entrado a trabajar allí con la esperanza de pulir sus habilidades de costura y quizás ser ascendida a algún trabajo de oficina en el departamento creativo, pero ya habían pasado casi dos años y no parecía que nadie en la directiva tuviera intenciones de promoverla... De hecho, su permanencia allí pendía de un hilo; el señor Enrique definitivamente nunca la recomendaría a sus superiores. Aun así, Valeria se esforzaba mucho para llegar a su meta y, aunque el sueldo y las condiciones no lo valían, seguía despertándose muy temprano todos los días para cumplir con su deber en la fábrica. Otra persona ya habría renunciado hace mucho tiempo atrás, pero ella no creía que tuviera mejores oportunidades fuera de allí... Después de todo, la industria textil era así de demandante y al menos ahí tenía a su amiga que la hacía reír a cada tanto y con quien podía contar si le pasaba algo.