-Esto no es solo una cripta cualquiera -murmuró Jorge, inspeccionando las paredes con la linterna-. Las inscripciones en latín son similares a las del mapa. Mira esto, Mario -dijo, señalando una inscripción grabada en la piedra-. "Ad noctem custodiam pervenimus."
-¿Qué significa? -preguntó Mario, tratando de descifrar las palabras.
-"Hemos llegado a la guardia de la noche." -Jorge frunció el ceño-. Es un mensaje peculiar, como si fuera una advertencia o una bienvenida. De cualquier manera, debemos proceder con cuidado.
Mario asintió y continuaron avanzando por el pasillo, que se adentraba en la tierra en un leve descenso. Los muros se estrechaban cada vez más, y la sensación de encierro crecía con cada paso. La linterna de Jorge iluminaba sombras que se movían y cambiaban de forma, creando la ilusión de figuras que parecían vigilar sus movimientos. Tras unos minutos que se sintieron eternos, el pasillo se abrió a una cámara subterránea.
La sala era amplia, con un techo abovedado y paredes cubiertas de estanterías de piedra llenas de libros y pergaminos antiguos. En el centro, una mesa de mármol estaba rodeada de figuras talladas en la piedra, monjes o guardianes que parecían observarlos desde las sombras.
-No esperaba encontrar una biblioteca aquí abajo -dijo Mario, mirando a su alrededor con asombro-. ¿Crees que estos libros tienen algo que ver con la Hermandad?
-Es muy probable -respondió Jorge, mientras se acercaba a una de las estanterías para examinar los pergaminos-. Mira estos símbolos en los bordes de las páginas, son similares a los del medallón. Definitivamente, hay algo aquí que no es solo historia antigua.
Mario caminó hacia la mesa de mármol en el centro de la cámara, donde había un objeto cubierto con un paño oscuro. Lo levantó con cuidado, revelando un antiguo libro encuadernado en cuero, con el símbolo del sol y la luna grabado en la portada. El título estaba en latín, y aunque Mario no entendía el idioma, podía intuir que ese libro era algo importante.
-Jorge, ven a ver esto -llamó, abriendo el libro para revelar páginas llenas de inscripciones, dibujos y mapas.
Jorge se acercó rápidamente, examinando el contenido con creciente interés.
-Este libro parece ser una especie de registro de la Hermandad -dijo-. Aquí habla de los "Custodios de la Luz y la Oscuridad", que vigilaban entradas a lugares sagrados. Algunos de estos lugares están marcados en los mapas del libro. -Jorge pasó la página y se detuvo-. Este mapa de aquí... tiene las mismas coordenadas que el mapa que encontraste.
Antes de que pudieran asimilar lo que significaba, un ruido sordo se escuchó detrás de ellos. La puerta de entrada se cerró de golpe, y un frío viento recorrió la cámara, apagando la linterna de Jorge. En la oscuridad, Mario sintió cómo el miedo se apoderaba de él.
-¡Jorge! ¿Estás bien? -gritó, tratando de no dejar que el pánico lo controlara.
-Estoy aquí -respondió Jorge, aunque su voz sonaba tensa-. Espera, tengo otra linterna en la mochila.
Mientras Jorge buscaba a tientas la linterna de repuesto, Mario escuchó un murmullo lejano, como un susurro que provenía de las paredes mismas. Era un sonido que parecía resonar desde algún lugar profundo de la cripta. Mario giró en dirección al sonido, pero no pudo ver nada en la oscuridad. Sin embargo, estaba seguro de que no estaban solos.
Finalmente, la linterna de repuesto se encendió, proyectando un haz de luz que iluminó parte de la cámara. Jorge la dirigió hacia la puerta de entrada, pero lo que vieron les hizo contener la respiración. Allí, de pie en la penumbra, estaba el mismo hombre que había confrontado a Mario en la caseta de mantenimiento. Su figura alta y delgada parecía incluso más inquietante en el entorno lúgubre de la cripta.
-No debieron venir aquí -dijo el hombre, avanzando un paso hacia ellos-. El conocimiento que buscan está reservado para aquellos que han sido elegidos. Y ustedes no son los elegidos.
-¿Quién eres tú? -preguntó Mario, dando un paso atrás-. ¿Por qué estás siguiéndonos?
El hombre dejó escapar una risa baja y fría.
-No es importante quién soy. Lo que importa es que llevan algo que no les pertenece. El medallón y el mapa son claves para abrir puertas que nunca debieron ser abiertas. Entreguen lo que han encontrado y les permitiré salir de aquí.
Jorge se puso frente a Mario, como un gesto instintivo de protección.
-No vamos a entregarte nada -respondió con firmeza-. Si realmente quieres estos objetos, tendrás que decirnos por qué son tan importantes.
El rostro del hombre se endureció. Dio otro paso hacia adelante, y Mario notó que llevaba algo en la mano, un bastón o vara con grabados extraños. La punta del bastón brillaba tenuemente con una luz azulada, y de repente, Mario sintió que el aire a su alrededor se volvía más pesado, casi sofocante.
-El tiempo se acaba -dijo el hombre en un tono casi hipnótico-. La Hermandad nunca permitirá que dos intrusos interfieran en sus asuntos. Este es su último aviso.
Antes de que pudieran reaccionar, el hombre golpeó el suelo con el bastón, y una onda de energía se extendió por la cámara. Mario sintió un vértigo repentino, como si el suelo se moviera bajo sus pies, y cayó hacia atrás. La luz de la linterna parpadeó y luego se apagó de nuevo, dejándolos en completa oscuridad.
-¡Mario, levántate! -gritó Jorge, ayudándolo a ponerse de pie-. ¡Tenemos que salir de aquí ahora!
Tropezando en la penumbra, encontraron el camino de regreso al pasillo por donde habían entrado. A medida que corrían, el murmullo que Mario había escuchado antes se intensificó, transformándose en un canto bajo y gutural que resonaba por las paredes. Finalmente, alcanzaron la puerta de entrada, que estaba abierta de par en par, como si los invitara a escapar. No se detuvieron hasta que salieron del monasterio y sintieron el aire fresco de la noche en sus rostros.
Ambos respiraban agitadamente, tratando de procesar lo que había sucedido. Mario se volvió hacia Jorge con el rostro pálido.
-¿Quién demonios era ese hombre? ¿Y cómo hizo lo que hizo? -preguntó, aún temblando.
-No lo sé -respondió Jorge, apoyándose en una pared para recuperar el aliento-, pero está claro que estamos lidiando con algo mucho más grande de lo que imaginábamos. Ese bastón... parecía tener algún tipo de poder. Y sea lo que sea, no es algo natural.
Mario miró hacia la entrada del monasterio, donde la oscuridad parecía agitarse como una sombra viva. Por un momento, se sintió tentado a volver y enfrentarse al hombre, pero sabía que sería una locura. Sin embargo, también sabía que esto no había terminado. El hombre había mencionado a la Hermandad, y eso solo podía significar que había más personas involucradas en la búsqueda del medallón y el mapa.
-Tenemos que hablar con Valenzuela de nuevo -dijo Mario finalmente-. Necesitamos saber más sobre la Hermandad y ese bastón. Si no lo hacemos, estaremos en desventaja.
-Estoy de acuerdo -respondió Jorge-, pero debemos ser cuidadosos. Es posible que ya sepan más sobre nosotros de lo que creemos.
Mario asintió. Ahora, más que nunca, estaba decidido a llegar al fondo de este misterio, sin importar cuán peligroso fuera. El monasterio solo había sido el comienzo.