Cuando llegaron a la tienda de antigüedades de Jorge, este cerró las puertas con llave y bajó las persianas, como si quisiera protegerse de cualquier mirada curiosa. Mario se sentó en una de las sillas junto al mostrador, aún sintiendo el temblor en sus piernas.
-Necesitamos respuestas, Jorge -dijo Mario finalmente, rompiendo el silencio-. Esto ya no es solo un juego de tesoros ocultos o sociedades secretas. Ese hombre... hizo algo que no debería ser posible. ¿Cómo es que puede generar esa energía con un bastón?
Jorge suspiró, encendiendo una lámpara sobre el mostrador. La luz tenue proyectó sombras alargadas en las paredes llenas de objetos antiguos.
-Es evidente que nos enfrentamos a algo más que simples guardianes de un conocimiento oculto -respondió Jorge con voz grave-. La Hermandad del Albor y el Ocaso, según las leyendas, no solo era un grupo de custodios. Se decía que tenían acceso a fuentes de poder que iban más allá de lo que nosotros entendemos. Reliquias, talismanes... objetos con propiedades especiales.
Mario sintió un escalofrío.
-¿Estás diciendo que ese bastón es una de esas reliquias? -preguntó.
-Es una posibilidad -asintió Jorge-. Y si es así, podría significar que estamos enfrentándonos no solo a una sociedad secreta, sino a algo que roza lo sobrenatural.
El silencio volvió a instalarse en la tienda. Mario miró el mapa que habían copiado y el medallón que aún brillaba con un reflejo tenue. Esos objetos parecían tan inofensivos, pero sabía que eran la clave de algo mucho más grande.
-Tenemos que ir con Valenzuela otra vez -dijo Mario de repente-. Necesitamos saber si ese bastón es una reliquia, y si hay más cosas como esa. Él podría darnos una pista sobre lo que encontramos en la cámara del monasterio.
Jorge asintió, pero su expresión reflejaba preocupación.
-Antes de que vayamos a ver a Valenzuela, debemos asegurarnos de que no nos estén siguiendo. Ese hombre apareció en el monasterio casi como si supiera que íbamos a estar allí. -Miró a Mario con seriedad-. ¿Estás seguro de que no has notado nada extraño estos días? ¿Algún auto o persona siguiéndote?
Mario se quedó en silencio por un momento, recordando los últimos días. Era cierto que había sentido una leve paranoia, como si algo lo vigilara, pero había pensado que era solo el nerviosismo por la situación.
-No estoy seguro -admitió-. He estado algo inquieto, pero no puedo decir con certeza si alguien me ha estado siguiendo.
-Entonces, es mejor que tomemos precauciones -dijo Jorge-. Iremos a ver a Valenzuela, pero por separado. Nos encontraremos en un lugar alejado de la cabaña y nos aseguraremos de que no nos estén espiando.
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Al día siguiente, Mario y Jorge siguieron su plan. Jorge salió primero, mientras que Mario esperó una hora antes de partir, tomando rutas diferentes para asegurarse de que no lo seguían. Cuando finalmente llegó al lugar acordado, un antiguo puente de piedra a las afueras de la ciudad, Jorge ya lo estaba esperando.
-Todo parece tranquilo -dijo Jorge, observando los alrededores-. Vamos. La cabaña de Valenzuela está a unos quince minutos de aquí.
Ambos caminaron a través del bosque que rodeaba la propiedad de Valenzuela, manteniéndose en silencio mientras avanzaban por el sendero sinuoso. Al llegar a la cabaña, Mario sintió que algo no estaba bien. La puerta estaba entreabierta, y no había señales de movimiento en el interior.
-Valenzuela, ¿estás aquí? -llamó Jorge, empujando la puerta con cautela.
El interior de la cabaña estaba sumido en la penumbra, pero no tardaron en notar el desorden. Los libros y los manuscritos estaban tirados por el suelo, algunos muebles habían sido volcados y las estanterías estaban vacías, como si alguien las hubiera saqueado en busca de algo específico.
-Esto no es una coincidencia -murmuró Mario, mientras caminaba por la cabaña con cautela-. El hombre del monasterio... debió encontrarlo antes que nosotros.
-O tal vez Valenzuela sabía que vendríamos y dejó el lugar apresuradamente -añadió Jorge, revisando algunos papeles dispersos en el suelo.
Mientras continuaban buscando, Mario encontró una pequeña nota pegada a la parte inferior de una mesa. La arrancó con cuidado y la leyó en voz baja.
-"Refugio en la vieja cantera. Si encuentras esto, ven solo." -Mario levantó la vista hacia Jorge, con una mezcla de confusión y preocupación-. ¿Crees que esto lo escribió Valenzuela?
-Es posible -respondió Jorge-. La vieja cantera está a unos kilómetros de aquí, es un buen lugar para esconderse. Pero si decidió dejarnos esta nota, puede que haya algo allí que quiera mostrarnos.
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El camino hacia la cantera era aún más inhóspito que el recorrido anterior. La vegetación era espesa y los árboles formaban un denso dosel que apenas dejaba pasar la luz del sol. Cuando llegaron a la entrada, una inmensa grieta en la ladera de una montaña, Mario sintió una sensación de deja vu. La oscuridad y el aire denso le recordaban a la cripta del monasterio.
Dentro de la cantera, un eco de agua goteando resonaba en la inmensidad de la cueva. Jorge y Mario avanzaron con cuidado por el camino de tierra y roca, siguiendo las señales que parecían marcadas recientemente en las paredes. Finalmente, encontraron a Valenzuela en una pequeña cámara lateral, rodeado de papeles y libros que había sacado apresuradamente de la cabaña.
-¡Gracias a Dios, llegaron! -exclamó Valenzuela, al verlos entrar-. No sabía si les quedaba tiempo o si ya los habían encontrado.
-¿Qué pasó? -preguntó Jorge, observando el estado de Valenzuela. Parecía más demacrado, con ojeras profundas y un nerviosismo evidente-. Encontramos tu cabaña saqueada. Pensamos que algo te había pasado.
-Me buscaron -respondió Valenzuela con un tono urgente-. Ese hombre, o lo que sea que sea... llegó poco después de que ustedes se fueran. Estaba buscando algo, un objeto, una reliquia. Insistía en que yo debía saber dónde estaba, pero escapé antes de que pudiera hacerme hablar.
Mario se adelantó, sacando el medallón del bolsillo de su chaqueta.
-¿Estaba buscando esto? -preguntó, mostrando el objeto.
Valenzuela se acercó lentamente, sus ojos se iluminaron con una mezcla de temor y reconocimiento.
-Sí. Esa reliquia es una de las llaves perdidas. Hay otras, dispersas en lugares secretos custodiados por la Hermandad. Son la clave para abrir portales antiguos, puertas hacia... algo que no pertenece a este mundo.
-¿Portales? -repitió Mario, sintiendo que el suelo se desvanecía bajo sus pies-. ¿A dónde conducen?
-Nadie lo sabe con certeza -respondió Valenzuela, con la voz temblorosa-. Algunos dicen que llevan a lugares de conocimiento olvidado, otros aseguran que son puertas hacia dimensiones que no deberían ser abiertas. Pero la Hermandad ha estado buscando estas llaves durante siglos, y quienes poseen una de ellas son perseguidos sin descanso.
Jorge miró a Mario con preocupación.
-Eso explica por qué ese hombre ha estado siguiéndonos. Debemos encontrar el resto de las llaves antes de que lo hagan ellos.
Valenzuela asintió.
-En el monasterio que ustedes visitaron, hay una pista más. Los mapas y escritos antiguos que encontré sugieren que una de las llaves está en un lugar llamado "El Santuario del Silencio". Está ubicado en las profundidades de una montaña al norte, pero el camino es peligroso. Si están decididos a seguir, necesitarán más que coraje.
Mario sintió que el destino le volvía a poner un peso sobre los hombros, pero también algo más: una chispa de resolución.
-No tengo elección -dijo-. Si este es el camino que debo seguir, lo haré. Encuentra la verdad es la única forma de terminar con esto.
Mientras los tres se preparaban para lo que venía, sabían que no habría vuelta atrás. El misterio se adentraba más y más en las sombras, y ellos iban a seguirlo hasta el final.