Francelys no sabía cómo funcionaba a nivel científico, pero conocía las limitaciones y las ventajas de su método de captura favorito.
Sí, debía acercarse más a sus presas que Rainelys, pero no tenía tantas probabilidades de fallar y darle a un transeúnte inocente. Algo que a Rainelys le había pasado una vez. Le había costado medio año de sueldo resolver el pleito. Los labios de Francelys se curvaron en una sonrisa al recordar lo mucho que le había cabreado a su amiga fallar aquel disparo. Abrió la puerta del acompañante del coche que había aparcado cerca.
-Entra.
Al vampiro bebé le costó un verdadero esfuerzo meter su obeso cuerpo dentro del coche.
Tras cerciorarse de que se había abrochado el cinturón, Francelys llamó al jefe de seguridad del señor Humberto.
-Lo tengo.
La voz al otro lado de la línea le dio instrucciones de dejar el paquete en una pista de aterrizaje privada.
Sin sorprenderse lo más mínimo por el lugar escogido, colgó el teléfono y empezó a conducir. En silencio. Habría sido una estupidez intentar entablar una conversación, ya que el vampiro había perdido su capacidad de hablar en cuanto le puso el collarín. La mudez era uno de los efectos colaterales del control neural creado por el instrumento. Antes de que se inventaran los aparatos con chip, la profesión de cazador de vampiros era bastante suicida, ya que incluso los vampiros novatos podían hacer trizas a un humano. Por supuesto, según las últimas investigaciones, los cazadores de vampiros no eran del todo humanos, pero aun así lo parecían bastante.
Cuando llegó al aeropuerto, atravesó la zona de seguridad y se dirigió a la pista de asfalto. El equipo encargado de escoltar al vampiro de vuelta a Sidney la esperaba junto a un lustroso jet privado. Francelys les llevó el tipo que había capturado, pero ellos le indicaron con un gesto de la cabeza que lo metiera dentro. Debía depositar el paquete personalmente, ya que ellos no tenían licencia para manejarlo en aquel punto del viaje.
Como era de esperar, el señor Humberto contaba con buenos abogados. No pensaba correr ningún riesgo que pudiera acarrearle acusaciones de la Sociedad Protectora de Vampiros.
Aunque en realidad la SPV jamás había conseguido llevar adelante ninguna de sus acusaciones de crueldad contra los vampiros. Lo único que los ángeles tenían que hacer era mostrar fotos de humanos con la garganta destrozada para que el jurado no solo estuviera dispuesto a absolverlos, sino también a darles una medalla.
Francelys subió la escalerilla con el vampiro y lo guió hasta el enorme cajón de madera que había al fondo de la cabina de pasajeros.
-Adentro.
El tipo se metió en el cajón y después se volvió hacia ella. El terror que manaba de su cuerpo ya le había empapado la camisa de sudor.
-Lo siento, colega. Mataste a tres mujeres y a un anciano. Eso inclina la balanza de la compasión hacia el lado contrario. -Cerró la tapa con fuerza y le puso el candado. Llevaría puesto el collarín hasta Sidney, donde, de acuerdo con el protocolo establecido para los aparatos con chip, el artefacto sería devuelto directamente al Gremio-. Ya está listo, chicos.
El jefe de los guardas (los cuatro la habían acompañado al interior del avión) la recorrió de arriba abajo con unos peculiares ojos azul turquesa.
-Ninguna herida. Impresionante... -Le entregó un sobre-. Ya se ha hecho la transferencia a su cuenta del Gremio, tal como se acordó.
Francelys comprobó el formulario de confirmación y enarcó las cejas.
-El señor Humberto ha sido de lo más generoso.
-Es un extra por haber capturado al objetivo ileso antes de tiempo. El señor Humberto tiene algunos planes para él. El viejo Jerry era su secretario favorito.
Francelys se estremeció. El problema de ser casi inmortal era que podían hacerte un montón de cosas sin que murieras. En una ocasión había visto a un vampiro al que le habían amputado todas las extremidades... sin anestesia. Cuando la unidad de rescate del Gremio lo liberó de las garras del grupo racista que lo había secuestrado, el tipo ya había perdido la razón y la cordura. Pero había un vídeo. Así fue como supieron que el hombre torturado había permanecido consciente todo el tiempo.
Francelys tenía la certeza de que los ángeles no se lo habían enseñado a los montones de solicitantes que querían Convertirse.
Aunque bien pensado, quizá sí que lo hicieran.
Los ángeles solo Convertían a unos mil vampiros al año. Y por lo que ella sabía, los aspirantes ascendían a centenares de miles. No entendía por qué. En su opinión, la inmortalidad tenía un precio demasiado alto. Era mejor vivir libre y convertirse en polvo cuando llegara la hora que acabar dentro de un cajón de madera a la espera de que tu amo decidiera tu destino.
Con un sabor amargo en la boca, se guardó el formulario de confirmación y el sobre en un bolsillo del pantalón.
-Por favor, agradézcale al señor Humberto su generosidad.
El guardaespaldas inclinó la cabeza, y Francelys entrevió el borde de lo que supuso que sería un cuervo tatuado en su cráneo afeitado. El tipo era demasiado alto como para estar segura, pero los demás eran más bajos, y todos llevaban aquella misma marca.
-Supongo que no está comprometida. -El hombre echó un vistazo deliberado a los sencillos pendientes de aro que llevaba en las orejas.
Nada de oro de matrimonio. Nada de ámbar de compromiso. Sin embargo, no cometió el error de creer que él quería una cita. Los miembros de la Hermandad del Ala practicaban el celibato mientras estaban de servicio. Puesto que el castigo por la desobediencia era la pérdida de una parte corporal (Francelys nunca había llegado a descubrir cuál), imaginó que ella no era tentación suficiente.