La Hermandad Del Arcangel
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Capítulo 5 5

Dichos zapatos repiquetearon con fuerza sobre el suelo de mármol mientras atravesaba el vestíbulo. De camino al mostrador, se fijó en todo lo que la rodeaba: desde el número de guardias vampiro y los exquisitos (aunque algo extraños) arreglos florales, hasta el hecho de que el recepcionista era una vampira muy, muy, muy antigua... con el rostro y el cuerpo de una mujer de treinta años en plena forma.

-Señora Deveraux, soy Griselda. -La mujer se puso en pie con una sonrisa y abandonó su puesto tras el mostrador curvo. Este también era de piedra, pero estaba tan bien pulido que lo reflejaba todo como si fuera un espejo-. Es todo un placer conocerla.

Francelys estrechó la mano de la mujer y percibió el flujo de sangre fresca, el latido fuerte de su corazón. Estuvo a punto de preguntarle a Griselda a quién se había desayunado (ya que su sangre era más potente de lo habitual), pero contuvo el impulso para no meterse en problemas.

-Gracias.

Griselda sonrió y, en opinión de Francelys, su sonrisa estaba cargada de sabiduría antigua, de siglos de experiencia.

-Debe de haberse dado mucha prisa. -Consultó su reloj-. Solo son las ocho menos cuarto.

-Había poco tráfico. -Y no había querido empezar aquella reunión con mal pie -. ¿Llego demasiado pronto?

-No. Él la está esperando. -La sonrisa se desvaneció y fue sustituida por una expresión de sutil decepción-. Pensé que tendría un aspecto más... amenazador.

-¿No me diga que usted también ve La Presa del Cazador? -El desagradable comentario salió de sus labios sin que pudiera evitarlo.

Griselda le dirigió una sonrisa desconcertantemente humana.

-De eso soy culpable, me temo. La serie es de lo más entretenida. Y S.R. Stoker, el productor, es un antiguo cazador de vampiros.

Sí, y Francelys era el Ratoncito Pérez.

-Déjeme adivinar: esperaba que llevara una enorme espada y que tuviera los ojos rojos, ¿no? -Francelys sacudió la cabeza-. Usted es una vampira. Sabe muy bien que esas cosas no son ciertas.

La expresión de Griselda dejó paso a un gesto mucho más siniestro.

-Parece usted muy segura de mi condición de vampiro. La mayoría de la gente nunca se da cuenta.

Francelys decidió que aquel no era el momento apropiado para darle una lección sobre la biología de los cazadores.

-Tengo mucha experiencia. -Encogió los hombros, como si careciera de importancia-. ¿Subimos ya?

En ese momento, Griselda se ruborizó, y su rubor pareció genuino.

-Ay, lo siento. La he entretenido. Por favor, sígame.

-No se preocupe. Solo ha sido un momento. -Y se sentía agradecida, ya que eso le había dado la oportunidad de tranquilizarse. Si aquella vampira delicada y elegante era capaz de enfrentarse a Antonio, ella también lo sería-. ¿Qué aspecto tiene?

Los pasos de Griselda vacilaron un instante antes de recuperar el ritmo.

-Es... un arcángel. -El asombro de su voz estaba mezclado a partes iguales con el miedo.

La confianza de Francelys cayó en picado.

-¿Lo ve muy a menudo?

-No, ¿por qué iba a hacerlo? -La recepcionista compuso una sonrisa intrigada-. Él no necesita pasar por el vestíbulo. Puede volar.

Francelys se habría dado de bofetadas.

-Claro. -Se detuvo frente a las puertas del ascensor-Gracias.

-De nada. -Griselda empezó a teclear el código de seguridad en una pantalla táctil situada en un pequeño hueco que había junto a las puertas del ascensor-. Este elevador la llevará hasta la azotea.

Francelys frenó en seco.

-¿La azotea?

-La reunión tendrá lugar allí.

Aunque estaba sorprendida, sabía que demorarse no le serviría de nada, así que entró en el enorme ascensor cubierto de espejos y se dio la vuelta para mirar a Griselda. Cuando las puertas se cerraron, recordó con cierta incomodidad al vampiro al que había encerrado en una caja unas doce horas antes. Ahora ya sabía lo que se sentía al estar al otro lado. Si no hubiera estado tan segura de que la tenían vigilada, podría haber cedido al impulso de abandonar su fachada profesional y empezar a pasearse de un lado a otro como una histérica.

O como una rata atrapada en un laberinto.

El ascensor comenzó a subir con una delicadeza de lujo. Los números que brillaban en el panel LCD cambiaban a un ritmo sobrecogedor. Decidió dejar de observarlos cuando marcaron la planta setenta y cinco. En lugar de eso, se miró en los espejos y alisó la solapa arrugada de su bolso de mano... aunque en realidad no hacía más que asegurarse de que sus armas seguían bien escondidas.

Nadie le había pedido que fuera allí desarmada.

El ascensor se detuvo con suavidad. Las puertas se abrieron. Sin darse un momento para titubear, salió y se dirigió hacia un pequeño recinto acristalado. Resultó evidente de inmediato que aquella jaula de cristal no era más que la estructura que albergaba el ascensor. La azotea estaba más allá... y no había barandillas que pudieran impedir una caída accidental.

Estaba claro que el arcángel no creía necesario que sus invitados estuvieran cómodos.

Sin embargo, Francelys no podía considerarlo un mal anfitrión: había una mesa con cruasanes, café y zumo de naranja situada en la esplendorosa zona central del espacio abierto. Le bastó otra mirada para descubrir que el suelo de la azotea no era solo de cemento. Lo habían pavimentado con baldosas gris oscuro que brillaban como si fueran de plata bajo los rayos del sol. Las baldosas eran preciosas y, sin duda, muy caras. Un gasto extravagante, pensó, aunque luego comprendió que para una criatura alada, el tejado no era un espacio inútil.

No vio a Antonio por ningún sitio.

Francelys colocó la mano sobre el picaporte y abrió la puerta de cristal para salir al exterior. Para su alivio, las baldosas demostraron ser una superficie rugosa: en aquel momento el viento era suave, pero sabía que a aquella altura podría volverse violento sin previo aviso, y los tacones no eran precisamente muy estables. Se preguntó si el mantel estaría clavado a la mesa. De lo contrario, lo más probable era que volara y arrojara la comida al suelo tarde o temprano.

No obstante, aquello podría ser una ventaja. Los nervios no eran buenos para la digestión.

Dejó el bolso sobre la mesa, se acercó con cuidado al borde más cercano... y miró hacia abajo. La increíble imagen de los ángeles que volaban desde y hacia la Torre la llenó de euforia. Estaban tan cerca que parecía que podía tocarlos, y sus poderosas alas resultaban tan tentadoras como el canto de una sirena.

-Cuidado. -La palabra fue pronunciada con suavidad, aunque el tono parecía divertido.

Francelys no se sobresaltó, ya que había percibido el viento originado por los movimientos de las alas durante su silencioso aterrizaje.

-¿Me cogerían si me cayera? -preguntó sin mirarlo.

-Solo si estuvieran de humor. -Cuando se situó a su lado, las alas entraron dentro del campo de visión periférica de Francelys-. Está claro que no tiene vértigo.

-Nunca lo he tenido -admitió. La aterraba tanto el poder que desprendía aquel ser que decidió parecer tranquila. Era eso o empezar a gritar-. Aunque nunca había estado a tanta altura.

-¿Qué le parece?

                         

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