Ariana se ajustó el cinturón de su abrigo y revisó su reflejo en el espejo de su pequeño apartamento. Aunque la noticia de su embarazo aún era su secreto, el saberlo le daba un brillo especial en los ojos y una sensación de fortaleza. Era su primer día en el Grupo Montenegro, y no solo significaba un gran avance en su vida profesional, sino una posibilidad de estabilidad para su futuro. Tomó aire, se acomodó un mechón de cabello detrás de la oreja y salió, decidida.
Al llegar al imponente edificio de cristal y acero, sintió que el peso de sus nervios regresaba. Entrar al Grupo Montenegro era como cruzar a otro mundo, donde cada detalle estaba cuidado al máximo y el lujo era sutil pero evidente. A cada paso se cruzaba con ejecutivos que parecían vivir en trajes hechos a la medida, y ella intentaba pasar desapercibida, sintiendo que el traje sencillo que había elegido no estaba a la altura.
Al llegar a su piso, una recepcionista de gesto amable la saludó y la guió hasta la oficina del director de operaciones, donde recibiría instrucciones de su nuevo puesto. Pero antes de que pudiera agradecerle, una voz detrás de ella cortó el aire.
-¿Ariana Ortega?
Ella se giró, sorprendida por el tono autoritario, y sus ojos se encontraron con los de un hombre de aspecto imponente, de unos treinta y tantos años, con un aura de absoluto control. Era alto, con una mandíbula marcada y ojos oscuros que parecían ver a través de ella. En su traje impecable, era la viva imagen del poder. Ariana intentó controlar su respiración y le dedicó una pequeña sonrisa.
-Sí, soy yo -respondió con voz firme, disimulando el nerviosismo que la hacía sentir diminuta bajo esa mirada intensa.
-Daniel Montenegro -se presentó él, sin ofrecerle la mano. La observaba con una mezcla de curiosidad y desinterés que la hizo sentir evaluada al instante-. Veo que llegaste puntual. Espero que mantengas esa costumbre.
Ariana parpadeó, sorprendida por el comentario. Su reacción fue instintiva.
-Por supuesto, señor Montenegro. La puntualidad es importante para mí -dijo, sintiendo cómo la sangre le subía a las mejillas.
Él no respondió, solo asintió y giró hacia la enorme ventana que abarcaba una pared completa de la oficina. Desde allí se podía ver toda la ciudad, un mar de edificios que parecían insignificantes bajo la perspectiva. Ariana aprovechó el momento para respirar hondo, preguntándose si ese hombre realmente era su jefe.
Daniel giró de nuevo y le señaló un asiento.
-Siéntate, Ortega. Tenemos algunas cosas que discutir antes de que comiences oficialmente.
Ella obedeció, intentando mantener una expresión serena.
-Bien -dijo Daniel, sin dejar de mirarla-. Como sabrás, el puesto de asistente administrativa en el Grupo Montenegro no es uno cualquiera. Este lugar demanda eficiencia, discreción y absoluta dedicación. Aquí no hay espacio para errores ni excusas. ¿Crees estar preparada para eso?
-Estoy completamente comprometida, señor. No le fallaré -contestó con voz firme, aunque internamente sentía que el peso de su responsabilidad aumentaba cada segundo.
-Eso espero -dijo él sin perder el tono autoritario-. Mi tiempo es muy limitado, así que no toleraré fallos. La oficina de operaciones es donde se maneja el pulso de la empresa, y es crucial que todo esté en orden.
Ariana asintió, cada vez más convencida de que el carácter de Daniel Montenegro estaba moldeado por años de decisiones estratégicas y una implacable búsqueda de la excelencia. Era evidente que no era el tipo de jefe que daba concesiones, pero ella estaba dispuesta a adaptarse. Al fin y al cabo, este era el paso que cambiaría su vida.
Daniel se inclinó hacia ella, bajando ligeramente la voz.
-Te asignaré tareas de alta confidencialidad. Cualquier error podría comprometer la empresa y, por supuesto, tu puesto. Espero que entiendas la seriedad de lo que te estoy diciendo.
Ariana asintió de nuevo, sintiendo la tensión en cada palabra. No podía dejar que la incertidumbre o el miedo interfirieran en este momento.
-Lo entiendo, señor Montenegro. Y me aseguraré de cumplir con cada tarea que me asigne.
Daniel observó sus ojos, buscando tal vez alguna señal de duda, pero Ariana mantuvo su mirada firme. Después de unos segundos, él asintió y volvió a mirar su escritorio.
-Bien. Puedes retirarte. La recepcionista te llevará a tu estación de trabajo. Y Ortega...
Ariana se detuvo en la puerta y lo miró, esperando.
-Quiero informes puntuales, no explicaciones -terminó, su tono más frío de lo que esperaba.
-Queda claro, señor -contestó ella, sintiendo una mezcla de alivio y determinación mientras abandonaba la oficina.
Al llegar a su nueva estación, Ariana se dejó caer en la silla, liberando un suspiro profundo. Sabía que ese primer encuentro con Daniel Montenegro había sido solo una muestra del ambiente que le esperaba, pero algo en su interior se revolvía. Tal vez era el cansancio del día o la intensidad del encuentro, pero sentía una especie de familiaridad incómoda en su presencia, algo que no podía identificar del todo. Sin embargo, lo dejó pasar. Estaba decidida a enfocarse en su trabajo y a probar que podía ser tan eficaz y precisa como él exigía.
Pasaron los días, y el ritmo en la oficina era tan demandante como Daniel había advertido. Su horario de trabajo comenzaba muy temprano y terminaba bien entrada la noche. A menudo, recibía llamadas de Daniel para revisar detalles de los informes, y, aunque siempre parecía distante y controlado, en ocasiones ella notaba una especie de frialdad contenida que la hacía sentirse en constante prueba.
Una tarde, mientras estaba sumergida en documentos importantes, sintió una presencia detrás de ella.
-Ortega.
Ariana se giró, encontrándose nuevamente con el imponente Daniel Montenegro, quien la observaba con su expresión de siempre: seria y severa.
-Sí, señor. ¿En qué puedo ayudarlo?
-Necesito que me acompañes a revisar unos documentos. Hay detalles que debemos afinar, y no quiero que salgan de mi oficina sin estar cien por ciento claros.
Ariana asintió, guardando los archivos en su escritorio y levantándose. La siguió de cerca, sintiendo la tensión en sus propios pasos mientras avanzaban hacia la enorme oficina de Daniel. Al llegar, él le señaló una silla y se dirigió al escritorio, revisando algunos documentos antes de entregárselos.
-¿Has trabajado antes con contratos de alto perfil? -preguntó, con la vista fija en el papel.
Ariana dudó un instante. Su experiencia con contratos era limitada, pero sabía que podía adaptarse.
-Sí, tengo experiencia en la revisión de documentos confidenciales y complejos -respondió, eligiendo sus palabras con cuidado.
Daniel asintió, observándola de reojo. Su mirada parecía escrutadora, como si buscara descifrar algo en ella. Los segundos se sintieron eternos.
-No hay margen de error en estos documentos, Ortega. Cualquier cambio tiene que ser exacto y perfectamente comunicado -dijo, volviendo a bajar la vista.
Ariana sintió que la presión aumentaba, pero no permitió que la inseguridad se reflejara en su rostro.
-Entendido, señor. Tendré extremo cuidado con cada detalle.
Daniel la observó un segundo más antes de esbozar una media sonrisa, apenas perceptible.
-Bien. Ese es el tipo de respuesta que espero.
Mientras repasaban los documentos, Ariana se sumergió en la complejidad de los términos legales, descubriendo que había más desafíos de los que había anticipado. Aún así, el reto la motivaba, y estaba decidida a demostrar que podía manejar cualquier tarea que se le asignara.
A medida que los días avanzaban, Ariana comenzó a notar detalles en Daniel que la intrigaban. A pesar de su exterior frío y profesional, había momentos en que su mirada se volvía distante, como si algo en su mente lo desconectara por completo del ambiente. Se preguntó qué podía esconder esa barrera inexpugnable que mantenía, y si alguna vez llegaría a descubrirlo.
Sin saberlo, Ariana se iba acercando a una verdad compleja, mientras su vida y la de Daniel comenzaban a entrelazarse en un tejido de secretos y decisiones inesperadas. Pero esa noche, mientras dejaba su escritorio, solo tenía una cosa en mente: se había ganado el respeto de su jefe y estaba decidida a mantenerlo.