A medida que diciembre avanzaba, el Grupo Montenegro se preparaba para la esperada fiesta de Navidad. La celebración anual de la empresa era conocida por su esplendor y por ser una de las pocas ocasiones en que los empleados podían ver a Daniel Montenegro en un contexto menos formal, aunque él siempre mantenía su carácter reservado y profesional.
Ariana había sido invitada a la fiesta como todos los empleados, y aunque no solía asistir a eventos de la empresa, esta vez decidió hacerlo. No solo sería una oportunidad para conocer a sus colegas en un ambiente relajado, sino que, en el fondo, sentía una extraña curiosidad por ver cómo era Daniel Montenegro fuera de las paredes de su oficina.
Al llegar al elegante salón de eventos, quedó impresionada por la decoración. Un gigantesco árbol de Navidad adornaba el centro del lugar, con luces doradas que reflejaban una calidez especial, mientras el suave murmullo de conversaciones se mezclaba con la música de fondo. Ariana, con un vestido negro sencillo pero elegante, recorrió el lugar con la mirada, reconociendo algunos rostros conocidos y saludando a sus compañeros con una sonrisa amable.
-¡Ariana! -exclamó una voz femenina detrás de ella.
Al girarse, vio a Sofía, una de las asistentes de la oficina de relaciones públicas, acercarse con una copa de champán en la mano.
-¡No puedo creer que viniste! -dijo Sofía con una sonrisa amplia.
-Lo sé, normalmente no suelo ir a este tipo de eventos, pero pensé que este año debía hacer una excepción -respondió Ariana, sonriendo.
Sofía la miró con picardía y se inclinó un poco hacia ella.
-¿Es cierto que trabajas directamente con el jefe? -preguntó en un susurro, mirando a su alrededor para asegurarse de que nadie más escuchaba.
Ariana rió suavemente, sintiéndose algo incómoda con el interés que todos parecían tener en su posición cercana al CEO.
-Sí, pero no es tan emocionante como parece. La mayoría del tiempo solo me ocupo de organizar documentos y de asegurarme de que todo esté en orden.
Sofía alzó una ceja, escéptica.
-¿De verdad? No te creo ni una palabra. Dicen que Daniel Montenegro es extremadamente reservado y que apenas se relaciona con nadie. Pero tú, en cambio, pasas más tiempo en su oficina que cualquier otro. Debes tener alguna historia interesante para contar.
Ariana se encogió de hombros, tratando de mantener el tono ligero.
-De verdad no hay nada que contar. Es muy profesional, y honestamente, a veces da un poco de miedo.
Sofía soltó una carcajada.
-No me sorprende. Apuesto a que ni siquiera sonríe en estas fiestas.
En ese momento, Ariana notó una figura alta y familiar que cruzaba la entrada del salón. Daniel Montenegro había llegado, y, para su sorpresa, no llevaba su habitual traje oscuro. En cambio, vestía un elegante suéter gris oscuro y unos pantalones formales, lo cual le daba un aire más relajado pero no menos intimidante. Su mirada fría y su postura recta parecían abrirse paso en la multitud, mientras algunos empleados le lanzaban miradas curiosas y reverenciales.
Sofía siguió la dirección de la mirada de Ariana y dejó escapar un suspiro.
-¡Ahí está! -murmuró con una mezcla de admiración y temor-. Siempre parece que está listo para irse. Apuesto a que no se quedará mucho tiempo.
Ariana asintió, pero en el fondo sentía una punzada de curiosidad. Era la primera vez que veía a Daniel en un ambiente social, y a pesar de lo incómodo que le parecía, no podía negar que el hombre tenía una presencia magnética.
Mientras la noche avanzaba, Ariana notó que Daniel se mantenía alejado de las conversaciones más animadas y apenas probaba la comida. Solo charlaba brevemente con algunos ejecutivos, y aunque ella intentaba mantenerse fuera de su vista, en varias ocasiones sus miradas se cruzaron fugazmente. Había algo en su expresión que la desconcertaba, como si intentara descifrarla sin necesidad de decir una palabra.
Cuando la fiesta ya estaba en su apogeo y la mayoría de los empleados se habían relajado, Ariana decidió tomar un respiro en el balcón. El aire fresco le sentó bien, y el silencio contrastaba con el bullicio de la fiesta en el interior.
-¿Necesitas un descanso también?
Ariana se sobresaltó al escuchar la voz grave de Daniel detrás de ella. Al voltear, lo encontró a unos pasos, mirándola con sus penetrantes ojos oscuros.
-Ah, sí. Supongo que la música y la gente pueden ser un poco abrumadoras a veces -dijo ella, tratando de mantener la calma.
Daniel asintió, acercándose al barandal junto a ella. El silencio entre ellos se prolongó unos instantes, mientras ambos miraban la vista de la ciudad iluminada bajo el cielo nocturno.
-No suelo venir a estas fiestas -comentó él finalmente, como si estuviera pensando en voz alta.
Ariana lo miró de reojo, sorprendida de que compartiera algo personal.
-Yo tampoco, pero... supongo que hoy quería intentar algo diferente.
Él asintió de nuevo, y luego, después de una pausa, la miró fijamente.
-Ortega, ¿por qué aceptaste este trabajo?
La pregunta la tomó por sorpresa, pero intentó responder con sinceridad.
-Necesitaba un cambio, un reto. Y, siendo honesta, quería una estabilidad que mi trabajo anterior no me podía ofrecer.
Daniel la observó en silencio, evaluándola.
-Entiendo. Y, hasta ahora, ¿sientes que estás a la altura del reto?
Ariana sintió la presión en su pecho, pero se obligó a responder con seguridad.
-Sí, creo que estoy preparada para manejar lo que se me presente.
Él esbozó una sonrisa apenas perceptible, un gesto tan sutil que ella dudó si realmente lo había visto.
-Eso espero. En esta empresa, siempre buscamos a quienes son capaces de ver más allá de lo que tienen frente a ellos. No es un trabajo fácil.
Ariana asintió, percibiendo que detrás de esa conversación casual había un mensaje más profundo, una especie de prueba que él le estaba imponiendo sin necesidad de decirlo abiertamente. La tensión entre ambos era palpable, y mientras la noche avanzaba, Ariana se daba cuenta de que su atracción hacia Daniel iba creciendo sin que pudiera evitarlo.
-Bueno, espero no decepcionarlo, señor Montenegro -dijo, sonriendo levemente para romper el silencio.
Daniel volvió su mirada a la ciudad.
-No creo que lo hagas, Ortega. Pero no olvides que aquí, el trabajo y los sentimientos no siempre son compatibles.
La advertencia en su tono hizo que Ariana sintiera un escalofrío. Sin saber cómo interpretar sus palabras, decidió que era mejor cambiar de tema.
-¿Le gusta la Navidad, señor Montenegro? -preguntó, tratando de mantener la conversación en algo más ligero.
Él se quedó en silencio unos segundos, como si estuviera sopesando su respuesta.
-No particularmente. Para mí es solo otro día en el calendario.
Ariana se sorprendió. Con el paso de los años había escuchado a mucha gente decir lo mismo, pero en su caso, la Navidad era especial, un recordatorio de esperanza y de nuevos comienzos. Tal vez por eso, sentía la necesidad de darle a su hijo ese mismo sentido de magia, aunque no pudiera ofrecerle la figura de una familia tradicional.
-Para mí es diferente -admitió, mirando hacia el horizonte-. Creo que es una época para recordar lo bueno y para... dar algo de uno mismo.
Él la observó en silencio, como si esas palabras lo hubieran desconcertado. Pero antes de que pudiera responder, se oyó una voz que los interrumpió.
-¡Señor Montenegro! Están listos para el brindis de la noche.
Daniel asintió y luego miró a Ariana una última vez.
-Será mejor que volvamos adentro.
Ariana asintió, y juntos caminaron de regreso al salón, donde las risas y los brindis eran el centro de atención. Pero mientras se unían al grupo, ella no podía quitarse de la cabeza aquella breve conversación con Daniel. Su jefe no solo era un enigma para ella, sino que cada palabra suya parecía cargada de significados ocultos, como si quisiera mantener a todos a distancia mientras al mismo tiempo los observaba con cuidado.
La noche continuó, y aunque intentó mantenerse tranquila y disfrutar de la fiesta, Ariana no podía dejar de sentir una extraña conexión con él, una que la confundía y la atraía a partes iguales. Sabía que, por el bien de su trabajo y de su vida, lo mejor sería ignorar cualquier sentimiento que surgiera, pero también sabía que no sería sencillo.
Sin querer, había comenzado un juego peligroso, uno en el que su corazón y su futuro estaban en riesgo, pero al que no podía resistirse.