Capítulo 2 Bienvenida a Nuestro trato

Esa noche, cada segundo parecía una eternidad. Miraba el techo de mi pequeña habitación, escuchando el ruido lejano de la ciudad, y dándole vueltas a la propuesta de Daniel. Era como un eco persistente en mi cabeza, una oferta que, aunque necesaria, se sentía como si estuviera pactando algo más profundo, algo que aún no lograba descifrar.

Necesitaba ese dinero. No podía ignorar que la deuda que arrastraba era más pesada que cualquier cosa que pudiera soportar sola. Mis opciones eran pocas, y en esta, la salida parecía estar al alcance de mi mano. Sin embargo, la idea de "casarme" con Daniel -aunque solo fuera en un papel-, me hacía sentir como si estuviera vendiendo una parte de mí misma.

Suspiré, girándome en la cama, tratando de encontrar una posición en la que pudiera, al menos, engañar al sueño. Cerré los ojos, pero mi mente seguía trabajando. Aceptar significaba renunciar a parte de mi vida privada, dejar de lado lo poco de libertad que aún tenía. Conocía a Daniel lo suficiente para saber que él no haría esto si no fuera por necesidad. Su madre, Isabel, era una mujer controladora, capaz de manipular hasta el último detalle de la vida de su hijo con tal de que las cosas salieran a su manera.

-Isabel va a odiarme -murmuré en voz baja, pensando en cómo reaccionaría cuando su hijo apareciera con una simple secretaria como su esposa.

Isabel quería para él una esposa perfecta: educada, elegante, y con el apellido adecuado. Sabía que no iba a mirarme con otros ojos que no fueran de desaprobación, que sus comentarios sutiles me herirían. Pero, si aceptaba el trato, Isabel se convertiría en una pieza más de este juego, y yo tendría que aprender a enfrentarla.

A la vez, imaginé cómo sería vivir con Daniel bajo el mismo techo, fingiendo un matrimonio que no existía. Tendríamos que aparentar algo que ambos sabíamos era solo un contrato, una especie de actuación diaria, como si estuviéramos frente a un público invisible que esperaba la representación perfecta de una pareja feliz.

Cerré los ojos, recordando cada conversación con él. Daniel era un hombre de negocios, directo y controlador. Y yo, simplemente, necesitaba el dinero. Esa combinación parecía funcionar, pero ¿era suficiente para soportar los sacrificios que vendrían?

La mañana llegó demasiado rápido, y me encontraba exhausta, con los pensamientos revueltos pero con una decisión tomada.

Llegué temprano a la oficina, como siempre. Me enorgullecía ser la primera en llegar, organizar todo y tener unos minutos de paz antes de que el caos del día comenzara, especialmente con Daniel. Pero aquella mañana, apenas abrí la puerta de la oficina noté algo extraño. La luz de suya ya estaba encendida.

Parpadeé, sorprendida. Daniel, llegando antes que yo... ¿sería esta una de esas raras excepciones? Tenía que serlo. Él no era del tipo madrugador; normalmente aparecía un poco después, justo cuando ya había preparado su café y revisado los documentos del día.

Intente mantener mi mente ocupada con cualquier cosa que no fuera la conversación que estaba a punto de tener con Daniel. Respiré profundo frente a la puerta de su despacho, y toqué dos veces.

-Adelante -dijo su voz firme desde dentro, como si hubiera estado esperándome.

Entré, cerrando la puerta detrás de mí. Él estaba revisando unos documentos, pero al verme, dejó todo a un lado y se inclinó hacia adelante, mirándome con esos ojos que parecían analizar cada detalle.

-Clara -dijo en tono neutral, invitándome a hablar con un solo gesto de la mano-, supongo que has pensado en mi propuesta.

Mi pulso se aceleró, y aunque intenté aparentar calma, sabía que mis manos temblaban levemente. Había repasado mis palabras tantas veces durante la noche que no dudé al decir:

-Sí, he pensado en ello, Daniel. Y voy a aceptar, pero quiero que entiendas algo desde el principio.

Él arqueó una ceja, mirándome con interés. Mi voz era firme, incluso más de lo que había esperado.

-Acepto tu propuesta, pero quiero dejar claro que esto es estrictamente un acuerdo comercial. No quiero que confundas las cosas, ni tú ni nadie más.

Por un momento, Daniel me miró sin decir nada. Luego, una pequeña sonrisa, apenas perceptible, apareció en sus labios.

-Lo tengo claro, Clara. Esto es solo un trato. Nada más.

Una parte de mí se relajó al escuchar sus palabras. Había temido que intentara endulzar la situación o que intentara hacerme sentir que esto era algo más de lo que realmente era. Pero no. Daniel siempre había sido directo y pragmático, y esta vez no fue la excepción.

Asentí, cruzando los brazos y mirándolo con una mezcla de determinación y desafío.

-Bien. Entonces, dime, ¿qué es lo siguiente?

Daniel me observó durante unos segundos, como evaluando si realmente comprendía en lo que me estaba metiendo. Finalmente, dejó escapar un suspiro y se inclinó hacia atrás en su silla.

-Primero, deberemos firmar un contrato. Será detallado y claro, para evitar cualquier malentendido. Después, quiero que te mudes a mi casa. Si esto va a funcionar, necesitamos que parezca real, tanto para mi madre como para el resto de las personas que nos rodean.

Mis ojos se agrandaron ligeramente ante la idea de mudarme con él. Sabía que era parte del acuerdo, pero imaginarlo y escucharlo de sus labios eran dos cosas diferentes. Respiré hondo, asintiendo.

-De acuerdo. ¿Algo más que deba saber?

Él me estudió por un momento, como si estuviera considerando cómo expresar lo que iba a decir.

-Mi madre no lo va a hacer fácil. Es posible que intente... influenciarte, ponerte a prueba o incluso hacerte dudar. Pero mientras te mantengas firme y recuerdes que esto es un acuerdo, no habrá problemas.

Me quedé en silencio, asimilando sus palabras. Sabía que Isabel no sería fácil, pero la forma en que Daniel hablaba de ella me hacía pensar que la situación podría ser peor de lo que imaginaba.

-Lo tendré en cuenta -respondí, intentando que mi tono sonara seguro.

Él asintió, satisfecho con mi respuesta.

-Perfecto. Esta tarde haré que el contrato esté listo. Puedes leerlo con calma y, si estás de acuerdo, firmaremos. Te recomiendo que te tomes el tiempo necesario para entender cada cláusula.

Asentí, sintiendo que el peso de la situación comenzaba a caer sobre mis hombros. Había tomado la decisión de aceptar, pero ahora que todo estaba sucediendo tan rápido, la realidad se sentía abrumadora.

Él extendió su mano hacia mí, con la misma frialdad calculada que siempre mostraba en sus tratos.

-Entonces, Clara, bienvenida a nuestro trato.

Miré su mano durante un segundo, y luego, con la misma firmeza, la estreché. Al hacerlo, supe que estaba sellando no solo un acuerdo, sino el inicio de una vida que apenas comenzaba a comprender.

            
            

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