Capítulo 4 Mi ropa vieja

Llegué temprano a la oficina, como siempre. La rutina me ayudaba a mantener la compostura después de la noche anterior y el contrato que ahora llevaba en mi bolso como un recordatorio de la extraña decisión que había tomado. Me preparé un café, revisé la agenda y me aseguré de que todo estuviera en orden para el día. A pesar de que los próximos días serían completamente distintos, me aferraba a la familiaridad de mis tareas.

Cuando el reloj marcó las nueve, Daniel apareció, caminando con su usual paso firme y seguro, como si no llevara la responsabilidad de una empresa y un matrimonio arreglado sobre los hombros. Me dirigió una breve mirada de aprobación, como si con eso reconociera mi puntualidad sin necesidad de decirlo.

-Clara -dijo, al detenerse frente a mi escritorio-. ¿Tienes la agenda para hoy?

Asentí y abrí la carpeta que tenía frente a mí.

-A las diez tenemos una reunión con los inversionistas, luego a las dos es la junta con los directores de ventas y después... -le expliqué cada detalle del día con calma, aunque notaba en sus ojos que su mente estaba en otra cosa.

Cuando terminé, él permaneció en silencio por un momento, mirándome con una expresión que no lograba descifrar del todo.

-Muy bien. Todo en orden -dijo finalmente, aunque sin apartar la vista de mí-. Pero antes de la cena de esta noche... creo que hay algo que debes hacer.

Lo miré, confundida.

-¿Algo que debo hacer?

-Sí. -Su tono se volvió más serio-. No puedes asistir con la ropa que usualmente llevas a la oficina, Clara. -Pausó, observando mi expresión que seguramente ya estaba fruncida-. No lo tomes a mal, pero mi madre puede notar cada detalle, y si queremos que esto sea creíble, necesitas... un atuendo adecuado.

Sentí una punzada de vergüenza y, al mismo tiempo, de irritación. ¿Así que mis trajes habituales no eran suficientemente buenos? Apreté los labios, tratando de no mostrar la furia que crecía dentro de mí.

-¿Te refieres a que... mi ropa "vieja" no es lo suficientemente buena para tu madre? -respondí con una sonrisa mordaz.

Daniel suspiró, como si supiera que este comentario solo empeoraría la situación.

-Clara, no se trata de eso. Mi madre es... muy observadora. Y tú tienes que encajar en este papel. Aquí tienes. -Sacó su billetera y me entregó una tarjeta de crédito-. Ve a comprar algo apropiado para esta noche. Un vestido que se ajuste a la ocasión.

Acepté la tarjeta, pero mi mente ya bullía de ideas. Si él quería que fuera de compras, estaba más que dispuesta a hacerlo. ¿Quería una apariencia impactante y glamorosa? Perfecto. Iba a darle exactamente lo que había pedido, pero tal vez se arrepentiría de haberme dado la tarjeta sin límites.

-Muy bien -respondí, fingiendo un tono dulce-. Haré lo mejor que pueda.

Me levanté y salí de la oficina con una mezcla de vergüenza, furia y emoción. Iba a darle una lección. Iba a demostrarle que, cuando me lo proponía, podía estar "a la altura" de las expectativas de cualquiera, incluso las de una madre controladora y elitista.

Pasé la mañana buscando el vestido perfecto, recorriendo boutiques y tiendas hasta que lo encontré. Era un vestido blanco, ajustado al cuerpo, que caía como una segunda piel, esculpiendo cada curva de mi figura. El escote era elegante pero audaz, y la tela brillante parecía iluminarse con cada paso. Estaba diseñado con una capa sutil de tela translúcida que rodeaba mis brazos y se extendía hasta el suelo en una pequeña cola. Era sofisticado, con un toque de realeza, y al verlo, supe que no habría dudas sobre quién era la esposa del dueño en la sala.

Con el vestido en la mano, me dirigí al salón de belleza. No iba a dejar ni un solo detalle librado al azar. Pedí un peinado recogido, elegante y alto, con algunos mechones sueltos que enmarcaran mi rostro. Añadí un maquillaje sutil, pero resaltando mis ojos, lo justo para que la gente notara el cambio.

El tiempo pasó volando, y cuando finalmente salí del salón y vi mi reflejo, tuve que admitir que el resultado era impactante. Casi no me reconocía; parecía otra persona, una versión de mí misma que nunca antes había visto.

Cuando el reloj marcó las ocho, llegué al salón donde se celebraría el aniversario de la empresa. Respiré hondo antes de entrar, recordándome que tenía que mantener la compostura, pero con cada paso que daba, sentía cómo todas las miradas se clavaban en mí.

Al cruzar la puerta, el murmullo de la gente fue apagándose, y el sonido de mis tacones contra el piso resonó en el silencio. Cada empleado, cada ejecutivo, incluso algunos directores me miraban boquiabiertos. Noté la sorpresa en sus ojos, algunos rostros sonriendo con complicidad, otros simplemente perplejos. Pero era la reacción de Daniel la que más deseaba ver.

Lo encontré al final del salón, rodeado de algunos ejecutivos, pero todos ellos parecían haberse congelado en cuanto me vieron. Él, en particular, tragó grueso, intentando disimular su sorpresa, aunque no pudo evitar que sus ojos recorrieran mi figura, desde los hombros hasta los pies. Noté cómo la mandíbula se le tensaba, y por un momento, pareció tan atónito como los demás.

-¿Te parece lo suficientemente apropiado? -pregunté al llegar junto a él, esbozando una sonrisa victoriosa.

Daniel recuperó la compostura y me observó con una mezcla de incredulidad y, aunque intentaba disimularlo, una chispa de admiración.

-Creo que... te has superado, Clara -admitió, aunque pude notar un leve rastro de molestia en su tono-. No pensé que fueras a tomarlo tan... literalmente.

-Bueno, tú fuiste claro. Tenía que asegurarme de no desentonar, ¿verdad? -respondí con una sonrisa inocente, aunque ambos sabíamos que lo había hecho para demostrarle que podía sorprenderlo.

No dijo nada, pero me ofreció su brazo y avanzamos juntos hacia el resto de la gente. La noche estaba apenas comenzando, y yo sentía una nueva seguridad en mí misma, un poder que nunca antes había experimentado.

            
            

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