La cena formal de la empresa se llevó a cabo en uno de esos salones exclusivos donde el ambiente parecía pesado desde el primer momento. Sabía lo que estaba en juego, no solo para Daniel, sino para mí también. Necesitaba mantener la compostura, demostrarle a Isabel que podía estar a la altura. No porque quisiera impresionarla, sino porque ahora mi futuro dependía de esto.
Daniel me ofreció su brazo mientras avanzábamos hacia la mesa principal, donde su madre ya estaba sentada. Isabel llevaba un vestido oscuro, perfectamente planchado, con un collar de perlas que parecía hablar de una vida de lujos. Al vernos acercarnos, levantó la vista y su expresión no se inmutó, pero sus ojos me escudriñaron con una intensidad que no ocultaba el escrutinio.
-Mamá -dijo Daniel con un tono cortés-, te presento a Clara, mi futura esposa.
Me adelanté, intentando controlar los nervios, y extendí la mano hacia ella. Isabel la observó durante unos segundos antes de tomarla, apretándola con una firmeza calculada.
-Encantada de conocerla, señora -dije, manteniendo una sonrisa amable.
-Igualmente -respondió con una media sonrisa, claramente falsa, mientras sus ojos seguían evaluándome de arriba abajo.
Nos sentamos, y aunque Daniel se mostró atento y protector, podía sentir cómo Isabel no dejaba de observarme, como si tratara de encontrar alguna fisura en mi fachada. No podía permitirme mostrar ningún signo de nerviosismo.
El primer plato fue servido, y a pesar de que el ambiente parecía cordial para el resto de los asistentes, en nuestra mesa había una tensión palpable. Isabel me lanzó su primera pregunta justo cuando tomaba mi copa de agua.
-Así que, Clara, ¿cómo es que una mujer simple termina comprometida con un hombre como Daniel?
La pregunta era directa y afilada, y su tono llevaba un matiz que sugería sorpresa, quizás incluso incredulidad. Era evidente que no pensaba que alguien "como yo" fuera adecuada para su hijo.
-A veces la vida te sorprende, señora. Las oportunidades surgen cuando menos lo esperas -respondí, con una sonrisa tranquila.
Isabel arqueó una ceja y asintió levemente, como si mi respuesta no le hubiera convencido en absoluto. Sabía que no se detendría ahí. De hecho, parecía haber preparado una serie de preguntas, y cada una era más punzante que la anterior.
-Dime, Clara, ¿de qué familia vienes? -preguntó, en un tono que intentaba ser casual pero que estaba cargado de intenciones.
Daniel me miró de reojo, probablemente esperando ver cómo manejaría la situación. Tomé aire y mantuve mi respuesta tan neutral como pude.
-No tengo familia cercana, señora. Perdí a mis padres hace algunos años.
Su expresión se suavizó por un instante, aunque fue breve.
-Vaya, lo lamento mucho -dijo, aunque su tono apenas mostraba compasión. Su interés parecía centrado en seguir escarbando en mi vida-. Supongo que eso debe de haber sido difícil.
-Lo fue, pero me enseñó a ser independiente -respondí con firmeza.
Una sonrisa casi imperceptible apareció en el rostro de Isabel, como si acabara de confirmar algo que sospechaba.
-Independiente... una cualidad admirable -murmuró, más para ella que para mí.
Durante el siguiente plato, Isabel cambió de estrategia. Empezó a hablar sobre la empresa, sobre las responsabilidades que conllevaba ser parte de la familia y el tipo de comportamiento que se esperaba en el círculo social al que ella pertenecía.
-Ser parte de esta familia, Clara, significa algo más que un simple compromiso -dijo, mirándome fijamente-. Aquí la reputación lo es todo. Daniel siempre ha sido el reflejo de los valores que hemos cultivado por generaciones.
Daniel entrelazó sus dedos, claramente incómodo por el rumbo de la conversación, y añadió con un tono algo seco:
-Mamá, Clara entiende la importancia de todo esto. Ella está preparada.
-¿De verdad? -Isabel lo miró con escepticismo y luego volvió a mirarme-. Espero que así sea. Pero, Clara, ¿te has planteado lo que implica realmente? No es solo apoyar a Daniel, sino ser una representación de nuestra familia, estar siempre bajo el escrutinio de los demás.
Esta vez no me molesté en ocultar mi respuesta directa.
-Lo entiendo perfectamente, señora. Y estoy preparada para ello.
Isabel me miró unos segundos en silencio, como si evaluara cada palabra, y finalmente asintió lentamente.
-Veremos, Clara. Supongo que el tiempo lo dirá.
El resto de la cena transcurrió con una serie de comentarios y observaciones veladas de parte de Isabel, que parecían diseñadas para hacerme tropezar. Pero resistí, manteniendo una fachada serena y respondiendo con calma a cada pregunta. Sentía la mirada de Daniel sobre mí de vez en cuando, como si evaluara mi capacidad para manejarme bajo la presión de su madre.
Al final, cuando los invitados comenzaron a retirarse, Isabel se levantó y me miró una última vez.
-Espero que estés consciente de lo que has aceptado al comprometerte con Daniel -dijo en voz baja, mientras Daniel se apartaba un poco para despedir a otros invitados-. No es solo un hombre, es un legado, una tradición. Y yo protegeré esa tradición con todas mis fuerzas.
Aquel comentario resonó en mí como una advertencia. La miré a los ojos, sin apartar la mirada.
-Estoy lista para enfrentar cualquier desafío, señora.
Su sonrisa fue apenas una línea fina, y se alejó con un último vistazo que dejó claro que me consideraba una intrusa. Pero en ese momento, una nueva determinación nació en mí. No dejaría que me intimidara. Estaba en esto, y lo iba a cumplir hasta el final, por mí misma y por el desafío que había decidido aceptar.
Mientras la veía marcharse, sentí una mano en mi hombro. Me giré y me encontré con la mirada de Daniel, quien parecía haber escuchado nuestra conversación.
-Lo hiciste bien -me dijo en voz baja, con una pequeña sonrisa que parecía tan cansada como agradecida.
-No fue nada que no pudiera manejar -respondí muerta de miedo.
-Créeme, no todos logran salir de una cena con mi madre con la cabeza en alto. Pero no te confíes... esto apenas comienza, si quieres marcharte de la fiesta por mi esta bien.
Dicho esto me dejo sola en aquel rincón, algo se instaló en mi estomago, Daniel siempre seria un patán, pero se le había olvidado que yo no era una muñeca.