Mi día ya había empezado mal, pero iba empeorando conforme iba avanzando. Tenía un supervisor aún peor que mi jefe. Este era un holgazán. Exigía demasiado trabajo y él hacía poco, encima de que me encargaba hacer su trabajo a la par con el mío. Ese día, no fue la excepción. Después de que pasó el jefe directo a su oficina tras molestarme, llegó el supervisor.
-Buenos días, Jade. El día de hoy tenemos nuevos pendientes en los que tenemos que trabajar. Bien sabemos que eso solo significaba una sola cosa. Esos pendientes, los haría yo sola.
Esta situación me frustraba demasiado. Pero al menos, sabía que al salir por la tarde; vería a mi novio para salir por ahí juntos y pasarla bien. Ya hacía mucho tiempo que no nos veíamos y que no hablábamos, debido a que tenía demasiado trabajo o al menos eso me había hecho creer.
Después de un día sobrecargado de trabajo en exceso, salí estresada e incluso con trabajo para la casa. Salí para esperar a que mi novio pasara por mí, a las cinco de la tarde. Dieron las cinco y media y las seis y no llegaba. Entonces intenté llamarlo y no hubo respuesta. Entonces pedí un taxi para dirigirme a su casa. Conociendo sus horarios, era muy probable que ya estuviera ahí, trabajando quizás. Pero ya me había cansado de que me ignorara.
Me puse en marcha y, cuando finalmente llegué, algo me decía que esto no iba a terminar bien. Algo me indicaba que me estaba mintiendo. Mientras subía las escaleras, solo podía pensar en qué estaría haciendo, qué sería lo que descubriría o qué era lo que realmente sucedía.
Al llegar, llamé a la puerta, pero no recibí respuesta. Entonces recordé que yo tenía una copia de la llave. Me la había dado cuando cumplimos un año de relación. Ya había pasado tanto tiempo que había olvidado que la tenía. Abrí la puerta y, al entrar, no vi a nadie. Supuse que seguramente estaría en su habitación. No me equivoqué. Lo malo fue que no lo encontré solo. Se encontraba con dos o tres chicas más, cuyas prendas estaban esparcidas por todo el suelo de la habitación.
No podía creer lo que mis ojos veían. Un mundo de coraje y dolor empezó a formarse en mi garganta. Pero logré bloquearlo por un breve instante.
-¡Maldito desgraciado! No puedo creerlo.
Salí huyendo de ahí e intenté correr lo más rápido que pude, pero no logré hacerlo lo suficiente como para que no me alcanzara. Al llegar a la puerta, me tomó del brazo e intentó ser amable.
-¡Ey! Corazón, ¿a dónde vas?
Solo lo vi con una mirada de rabia. No quería decirle nada en ese momento. No era que no quisiera, sino que no podía. Necesitaba controlarme para pensar con claridad.
Sentía como mi temperatura corporal se elevaba con rapidez entre más tiempo estaba ahí. Así que, por mi bienestar mental y por mantener la paz y tranquilidad del lugar, me fui sin decir ni una palabra más y solo caminé por ahí. Andar por las calles tal vez me ayudaría a despejar mi mente.
Para colmo, de por sí el día ya era malo, se puso peor cuando de la nada el cielo comenzó a tronar y la lluvia se dejó venir con fuerza. Estaba lejos de casa, por lo que caminar hasta allá no era una opción. Vi una cafetería y mejor decidí meterme ahí. Estaba empapada y tenía frío; una taza de café caliente me vendría bien en aquel momento.
Pedí un café con leche y una concha glaseada con chocolate; era mi pan favorito y es que me hacía sentir bien. Su sabor dulce de la mitad glaseada combinada con el dulce del chocolate era mágico. Más si lo acompañaba con mi cafecito.
Estaba ahí sentada comiendo mientras esperaba a que el agua bajara o que parara, si era posible, cuando de repente vi entrar a un joven apuesto, alto, moreno, con ojos hermosos. En cuanto entró, nuestras miradas hicieron contacto, por lo que él hizo su pedido en el mostrador y, en vez de buscar una mesa vacía, tomó una silla libre y se acercó a mi mesa.
-¿Crees que pueda sentarme aquí? -preguntó.
Sonreí cálidamente, como si hubiese tenido un gran día y no estuviera completamente empapada.
-Claro, siéntate. Consideré que algo de compañía externa me haría bien, mientras hacía tiempo para que el clima mejorara. Me puse a platicar con el muchacho sonriente frente a mí.
-¿Y cómo te llamas? -pregunté.
-Isac, ¿y tú? -respondió con alegría reflejada en su cara;mientras sonreía y sus ojos se enchinaban.
-Valentina, Valentina Cazares, dije.
Ese chico me hizo compañía y conversamos cómodamente. Tanto que, cuando menos nos dimos cuenta, ya había parado la lluvia y aparentemente ya podía regresar a casa sin problemas. Pero no queríamos despedirnos; no había sido suficiente tiempo para seguir conversando.
Por lo tanto, decidimos intercambiar redes sociales y números de teléfono. Incluso se había ofrecido a llevarme en su auto hasta mi casa. La cafetería tenía una canción en volumen bajo y muy poca gente dentro. Precisamente cuando salimos, había un charco enorme de agua entre la banqueta y su auto. Él quería subirme al asiento del pasajero, ya que me había dicho que sería mi chófer personal por un día. Así que, si necesitaba ir o hacer una parada, se lo haría saber en cualquier momento.
El trayecto fue lento, calmado y muy agradable. Isaac me parecía un chico altamente atractivo, pero no necesariamente por su físico, sino por su personalidad. Era amable, carismático y muy divertido. Era un caballero en toda la extensión de la palabra.
Cuando llegamos al edificio donde vivía, me dijo:
"Espera, no te bajes".
Se bajó básicamente corriendo y, una vez que estuvo a un lado de donde estaba, me abrió la puerta y tomó mi mano para ayudarme a bajar cuidadosamente. Por una parte, no quería subir a mi casa, porque sabía que aún debía entender y resolver el asunto del espejo en mi baño.
Al entrar a mi casa, un escalofrío me recorrió de arriba abajo y una sensación extraña invadió todo mi ser. Intenté seguir haciendo todas mis cosas como usualmente lo hacía. El problema fue que esta no me dejó en paz en toda la noche. Evité lo más posible entrar al baño y mirarme al espejo. Esperaba que al día siguiente, cuando tuviera que entrar al sanitario, la horrible pesadilla que había tenido por la mañana se hubiera disipado. Tratando de evitar cruzarme con mi reflejo en aquel baño, procedí a usar mejor el baño de visitas. Ojalá hubiera sido suficiente para evitarme encuentros desagradables, pero eso no sucedió. Al verme al espejo mientras me lavaba los dientes, lamentablemente me topé de nuevo con un reflejo independiente.