Alejandro Ferrer miraba la ciudad desde el ventanal de su oficina en el último piso de Aureum Corp.. La luz del atardecer teñía los edificios de naranja, reflejando un resplandor cálido en el cristal, pero él apenas se daba cuenta. La vista de la ciudad, tan imponente como su propio legado, era solo un fondo estático para su mente, que nunca dejaba de calcular.
Con 37 años, Alejandro era el epítome del éxito: frío, meticuloso, y decidido. En su mundo no había espacio para errores ni distracciones. Todo estaba bajo control, o al menos eso parecía. Pocos sabían que, tras esa fachada imponente, existía un hombre en constante alerta, cargando más responsabilidades de las que cualquier otro soportaría.
-Señor Ferrer -dijo una voz grave desde la puerta.
Alejandro no necesitaba girarse para saber quién era. Hugo Morales, jefe de seguridad, uno de los pocos hombres en quienes confiaba plenamente.
-Habla -respondió Alejandro, con voz calmada pero firme.
-Tenemos un problema con la lista de contrataciones -dijo Hugo al entrar y cerrar la puerta tras de sí-. Hay nombres que no cuadran, gente sin experiencia real o con registros incompletos. Parece que alguien ha intentado manipular el sistema.
Alejandro frunció el ceño, girándose ligeramente hacia Hugo. Su rostro no mostró más que una leve sombra de irritación, pero en su mente, el análisis ya había comenzado.
-¿Sabemos quién está detrás? -preguntó.
-Aún no, señor, pero ya estamos investigando. Traeré un informe completo en una hora.
Alejandro asintió lentamente. -Hazlo. Y quiero saber exactamente cómo pasó. Si alguien está jugando con nosotros, no me importa quién sea, lo descubrirás.
Hugo asintió y salió en silencio.
Por un momento, Alejandro permaneció inmóvil frente a la ventana. Aunque su postura era relajada, su mente estaba lejos de estarlo. No toleraba los errores, y mucho menos las grietas en su sistema. Aureum Corp no era solo una empresa; era su vida, su legado, y el símbolo del sacrificio que había hecho desde muy joven.
Cuando el reloj marcó las siete, Alejandro decidió que era suficiente por un día. Guardó unos documentos importantes en su portafolio y tomó el ascensor directo al estacionamiento subterráneo. Sus movimientos eran casi mecánicos, resultado de años de disciplina y rutina.
Su coche, un sedán negro impecable, esperaba en el lugar habitual. Alejandro subió al volante, se colocó el cinturón y arrancó con calma. Manejar a esas horas, cuando el tráfico comenzaba a disminuir, era uno de los pocos momentos de tranquilidad que se permitía.
Encendió la radio, dejando que una suave melodía de jazz llenara el espacio del auto. La música, combinada con las luces de la ciudad, debería haber sido relajante, pero su mente seguía analizando el problema de las contrataciones. ¿Quién se atrevería a infiltrarse en Aureum Corp? ¿Era un error administrativo o algo más serio?
Mientras giraba en una avenida menos transitada, una figura captó su atención. Una mujer estaba parada junto a un taxi que no parecía arrancar. Vestía un abrigo gris que parecía haber visto mejores días, y tenía el cabello castaño recogido de manera descuidada. La maleta a su lado sugería que no estaba allí por casualidad.
Alejandro no era un hombre impulsivo, pero algo lo hizo reducir la velocidad. Detuvo el coche junto a la acera y bajó la ventanilla.
-¿Necesita ayuda? -preguntó con voz tranquila.
La mujer levantó la mirada, claramente sorprendida. Sus ojos, oscuros y profundos, se encontraron con los de él por un breve instante. Fue suficiente para que algo en su interior se agitara, aunque no sabía por qué.
-Estoy bien -respondió ella con firmeza, aunque sus manos temblaban ligeramente sobre la maleta.
Alejandro frunció el ceño. No parecía que estuviera bien, y la calle desierta no ayudaba a su seguridad.
-Es tarde para estar sola aquí -insistió-. ¿Está segura de que no necesita nada?
Ella dudó por un instante antes de contestar:
-Gracias, pero solo estoy esperando otro taxi. Este no parece funcionar.
-¿Y lleva mucho esperando?
La mujer lo miró con algo de desconfianza, como si analizara si podía confiar en él. Finalmente, respondió con una leve inclinación de cabeza.
-No tanto. Estoy bien.
Alejandro no insistió. Asintió una vez y subió la ventanilla. Su coche avanzó lentamente por la calle, pero al mirar por el retrovisor, notó que el taxi seguía allí, sin moverse. Algo en esa escena no cuadraba, pero decidió ignorarlo.
Al llegar a su penthouse, Alejandro se despojó del saco y la corbata, dejándolos caer sobre el respaldo de una silla. El lugar era amplio, moderno y decorado con tonos fríos, justo como a él le gustaba. Allí no había espacio para nada que no fuera funcionalidad y orden.
Sirvió un vaso de whisky y se dejó caer en el sofá. El líquido ámbar se movía en el cristal, reflejando las luces tenues del techo, pero él no lo bebió. Su mente estaba en otra parte.
La imagen de la mujer en la calle seguía apareciendo en su cabeza. Había algo en su mirada, una mezcla de vulnerabilidad y fuerza, que no lograba olvidar. Se sacudió el pensamiento; no tenía tiempo para distracciones.
El teléfono vibró sobre la mesa. Al tomarlo, vio que era Hugo.
-Dime -contestó Alejandro, directo al grano.
-Señor, ya revisé la lista. Hay un nombre que no aparece en ninguna base de datos oficial, pero fue aprobado hoy mismo.
Alejandro se inclinó hacia adelante, alerta. -¿Quién?
Hugo hizo una breve pausa antes de responder:
-Lucía Torres.
El ceño de Alejandro se frunció. Ese nombre no significaba nada para él, pero algo en su instinto le dijo que no era una coincidencia.
-Quiero saber todo sobre ella. Origen, antecedentes, cualquier cosa. No dejes nada fuera.
-Enseguida, señor.
Alejandro colgó y dejó el teléfono sobre la mesa. La noche, que había empezado con relativa calma, ahora parecía cargada de un extraño presentimiento.
Sin saberlo, Alejandro acababa de dar el primer paso en una partida que cambiaría su vida para siempre.