La última Noche buena
Flor atraviesa sus días en una mezcla constante de recuerdos y emociones que la dejan exhausta, con una tristeza tan profunda que a veces parece desbordarla. Cada rincón de su hogar, cada objeto en el que reposa su mirada, la remite a Manuel, como si él estuviera todavía presente, enredado en los hilos de su vida. Desde las tazas que compartían por las mañanas hasta el silencio de las noches, todo parece un eco de esos momentos que, aunque dolorosos, le brindan una paz inesperada.
La risa de Dylan, inocente y contagiosa, es la chispa de vida que la impulsa a continuar. En su hijo encuentra una fuerza que ni ella sabía que poseía; una fuerza para levantarse cada mañana y enfrentar la ausencia de Manuel, aunque esa herida nunca parezca cerrar.
A veces, cuando lo ve dormir, observa en él esos gestos que tanto la enamoraban de Manuel,la misma expresión de serenidad, esa paz inalterable que siempre le transmitía. Es en esos momentos cuando siente que Manuel, de algún modo, sigue allí, acompañándolos y protegiéndolos desde un lugar que escapa a su entendimiento.
Cada tanto, Dylan dice "pa pa " nombra con esa inocencia que desgarra y al mismo tiempo, consuela. Explicarle es doloroso, pero a la vez le brinda la oportunidad de compartir quién fue Manuel, ese hombre que lo amó desde antes de que naciera y cuya esencia perdura en el amor que ella le transmite a su hijo.
Hablar de Manuel la fortalece, aunque cada palabra se sienta como un recordatorio del vacío que ha quedado.
Ricardo y Julia, esos amigos que se han convertido en sus confidentes y en su familia, han estado presentes en cada momento de debilidad, sosteniéndola en silencio, dándole el espacio para llorar y para recordar. Ricardo, como un padre, la escucha sin juzgarla y Julia, con esa paciencia de madre, le ayuda con Dylan, aliviando su carga cuando se siente superada. Sabe que sin ellos no habría podido soportar el peso de esta pérdida y agradece en silencio cada gesto de apoyo, cada palabra de aliento que le brindan. Ellos entienden su dolor y más allá de querer que lo supere, le dan el tiempo y la compañía que necesita para encontrar paz en medio de la tormenta.
A medida que pasan los días, Flor se aferra a los recuerdos de Manuel como un refugio. Evocar sus risas, sus charlas nocturnas y esos abrazos que parecían eternos le da consuelo. En esas memorias, encuentra la fuerza para creer que, aunque Manuel no esté físicamente, su amor y su protección los seguirán acompañando siempre. Los recuerdos son su ancla en este mar de tristeza, su modo de sentir que Manuel nunca se ha ido realmente.
Cada noche, al acostarse, cierra los ojos y revive las palabras que Manuel le susurró en su última Navidad juntos: "Nunca los dejaré, ni a ti ni a Dylan". Flor se aferra a esa promesa como a un salvavidas, confiando en que, de algún modo, Manuel sigue cuidándolos. Aunque la ausencia sea un dolor constante, su amor es la fuerza que la impulsa, y Dylan, su razón para seguir adelante.Esa Nochebuena, como un eco que vuelve en los momentos de soledad, Flor recordaba cada palabra de Manuel. Los detalles de aquella noche estaban grabados en su memoria, y aunque pasara el tiempo, bastaba cerrar los ojos para volver a sentir la fuerza de su voz, el calor de su abrazo, el brillo de sus ojos cuando la miraba.
-Flor -había dicho Manuel, mirándola con ese amor que siempre la hacía sentir especial-, tú eres mi vida. No sé cómo agradecerle a Dios que estés aquí, conmigo. Cuando pienso en todo lo que hemos pasado juntos... Su voz se quebró apenas, como si la emoción le llenara el pecho.
Nunca imaginé que el amor pudiera sentirse así.
Tú y Dylan son lo mejor que me ha pasado.
Flor lo miraba, sin palabras, mientras él seguía hablando, sosteniendo su mano con fuerza, como si quisiera quedarse en ese instante para siempre.
-Desde que te conocí, allá en el liceo, supe que eras la mujer de mi vida. Lo supe sin entenderlo, sin saber nada de lo que vendría después... Tú eras mi sueño y ver cómo crecimos juntos, cómo formamos esta familia... Es más de lo que pude desear.
Se detuvo un momento y miró a su hijo, dormido en los brazos de su madre, ajeno a todo, envuelto en paz.
Flor sentía un nudo en la garganta, y Manuel, como si lo adivinara, la abrazó, acercándose a su oído, hablando en voz baja, pero con la fuerza de quien entrega una promesa.
-Nunca los dejaré ,susurró , ni a ti ni a Dylan. Los amo y siempre lo haré. Pase lo que pase, estaré a tu lado, porque en esta vida y en la otra, tú eres mi hogar.
Flor, emocionada, no podía contener las lágrimas. Lo miró a los ojos y le sonrió, llena de gratitud. Sintió el calor de sus palabras rodeándola, dándole esa certeza de que siempre estarían juntos. Sin saberlo, aquellas palabras serían las que más atesoraría en los días por venir.
Luego, la quietud de la noche se rompió con el estallido de los fuegos artificiales, y Manuel, sin dudarlo, la miró y le dio un beso en la frente antes de partir.
-Voy a volver pronto, Flor -le dijo con seguridad- Cuida de nuestro pequeño y no dejes de sonreír.
Esto no será nada, solo una pequeña llamada de emergencia. Nos queda toda la noche para celebrar.
Y entonces, sin esperar su respuesta, se giró y se fue, dejando a Flor con ese último eco resonando en su corazón. Aquellas palabras, esa promesa de amor y de regreso, serían lo que sostendría a Flor en los momentos más oscuros.
Porque, aunque la vida cambiara, siempre recordaría esa Nochebuena como el recuerdo de un amor eterno, la certeza de que Manuel, de alguna manera, siempre estaría a su lado.