Cada día, Flor se preguntaba qué había pasado aquella noche, cómo era posible que Manuel, con toda su experiencia, no hubiera logrado salir. Ese enigma la consumía. Un día, Luis, el compañero al que Manuel salvó, decidió visitarla. Traía en la mirada el peso de lo vivido y la culpa. Se sentó frente a ella y empezó a contar lo que había sucedido.
Flor no podía apartar la mirada de Luis, mientras las palabras de este resonaban como ecos de una pesadilla que nunca terminaba. El peso de la culpa lo encorvaba, pero su relato era el único camino hacia la verdad que Flor tanto anhelaba.
Luis tomó aire, luchando por mantener la compostura antes de continuar.
-Esa noche, cuando llegamos al hotel, el fuego era mucho más grande de lo que podíamos controlar con rapidez. Las llamas avanzaban como si tuvieran vida propia, devorándolo todo a su paso. Manuel no lo dudó ni un segundo. Se puso al frente, como siempre, y dirigió las maniobras. Logramos sacar a varias personas, pero entonces... -Luis hizo una pausa, y Flor notó cómo sus manos temblaban-. Entonces vimos el auto abandonado cerca de la entrada.
Flor frunció el ceño, como si pudiera anticipar lo que venía.
-Era un auto viejo, y parecía estar lleno de algo. Manuel se dio cuenta antes que nadie de que era un peligro inminente. Me gritó que nos apartáramos, pero el fuego ya lo había alcanzado.
Luis tragó saliva, reviviendo cada instante con dolorosa claridad.
-Cuando el fuego tocó el tanque de nafta, todo pasó en cuestión de segundos. Hubo una explosión tan fuerte que me lanzó varios metros hacia atrás. Sentí que mi cuerpo volaba, y cuando intenté levantarme, lo único que podía escuchar eran los zumbidos en mis oídos y los estallidos constantes que venían del auto.
Flor se inclinó hacia adelante, casi sin aliento.
-¿Los fuegos artificiales? -preguntó, su voz apenas un susurro.
Luis asintió lentamente.
-Sí. Después de la explosión del tanque, los fuegos artificiales que estaban adentro comenzaron a detonar. Eran cientos, Flor. No eran simples luces de bengala; eran potentes, de esos que usan en grandes eventos. Las explosiones eran interminables, una tras otra, durante cinco minutos o más. Cada vez que una terminaba, otra comenzaba. El ruido era ensordecedor, y las chispas volaban en todas direcciones, haciendo imposible acercarse al auto.
Luis se detuvo un momento, como si el recuerdo lo dejara sin fuerzas.
-Manuel... él me cubrió, Flor. En el instante en que el tanque explotó, él me empujó al suelo y se lanzó sobre mí. Sentí su peso, cómo me protegía con su propio cuerpo. No podía moverme, no podía respirar. Cada explosión hacía que el suelo temblara, y las llamas parecían estar en todas partes.
Luis se llevó las manos al rostro, sus palabras saliendo entrecortadas.
-No sé cómo lo soportó. No sé cómo pudo mantenerse firme mientras el fuego lo alcanzaba. Yo quería ayudarlo, Flor, pero no podía moverme. Las explosiones seguían, y era imposible acercarse al auto sin arriesgarse a morir también.
Flor sintió que su corazón se rompía con cada palabra, pero no interrumpió. Necesitaba escuchar todo, aunque doliera.
-Cuando por fin las explosiones cesaron, todo quedó en un silencio que daba miedo. Fue entonces cuando sentí que Manuel aflojaba su agarre sobre mí. Lo miré, y lo único que vi fue... -Luis se detuvo, su voz quebrándose por completo-. Lo único que vi fue que su cuerpo estaba quemado casi por completo. Más del 70%, dijeron después. Pero había algo que no podía entender.
Flor lo miró, expectante, con lágrimas cayendo por su rostro.
-¿Qué cosa? -preguntó, apenas pudiendo hablar.
-Su rostro... -dijo Luis, casi en un susurro-. Su rostro estaba intacto. La máscara que llevaba puesta lo protegió de las llamas. Era como si... como si algo más grande que nosotros hubiera decidido que su rostro debía permanecer sin una sola marca, como si quisieran recordarnos quién era él antes de esa noche.
Luis bajó la mirada, incapaz de sostener el peso de lo que estaba diciendo.
-Intentamos sacarlo lo más rápido posible, pero para entonces ya estaba inconsciente. Lo llevamos a la ambulancia, y yo me quedé con él todo el camino. Siguió luchando, Flor, hasta el último segundo. Me apretó la mano antes de desmayarse, como si quisiera decirme algo.
Luis se inclinó hacia adelante, cubriendo su rostro con ambas manos.
-Yo sé que él quería que siguiera adelante, que no cargara con esta culpa. Pero no puedo evitar pensar que fui yo quien debió quedarse en su lugar.
Flor lo miró con el corazón en un puño, sintiendo una mezcla de dolor, amor y orgullo por el hombre que había sido su esposo.
-Luis... -comenzó, su voz temblando-. No fue tu culpa. Manuel tomó una decisión porque sabía lo que hacía. Él vivía para proteger a los demás, y lo hizo hasta el final. No te salvó solo a ti. Salvó tu vida, tu familia, todo lo que eres y serás.
Luis levantó la mirada, con los ojos llenos de lágrimas.
-Flor, yo... no sé cómo honrarlo. No sé cómo vivir con esto.
Ella respiró hondo, reuniendo toda la fuerza que tenía.
-Honra su memoria viviendo de la forma en que él vivía, con valentía y entrega. Ayuda a otros como él lo hacía. No permitas que su sacrificio sea en vano.
Luis asintió lentamente, dejando que las palabras de Flor calaran en lo más profundo de su ser.
La lluvia comenzó a caer afuera, suave y constante, como un susurro. Flor se levantó y caminó hacia la ventana, mirando cómo las gotas lavaban las cenizas del pasado.
-La lluvia llegó demasiado tarde esa noche -dijo, más para sí misma que para Luis-, pero hoy siento que está aquí para recordarnos que siempre hay un nuevo comienzo.
Luis se puso de pie y la miró con gratitud, sabiendo que, aunque el dolor nunca desaparecería por completo, había encontrado algo de paz en las palabras de Flor.
El sacrificio de Manuel no sería olvidado. Vivirían para honrarlo, llevando en el corazón su valentía y su amor incondicional por la vida. Y aunque las cicatrices del fuego nunca desaparecerían, cada gota de lluvia les recordaría que después de la tormenta.más feroz siempre hay esperanza