Capítulo 4 4

De regreso en la mansión de Nikolai, la grandeza del lugar no hacía más que aumentar la sensación de encierro para Lilia. Cada rincón estaba decorado con un lujo intimidante, rebosante de detalles meticulosamente cuidados; todo parecía un reflejo de la personalidad de su dueño, calculador y dominante. La opulencia no era un consuelo, sino una prisión dorada que la hacía añorar la simplicidad de su antigua vida.

En el centro del inmenso salón principal, bajo la cálida luz de una araña de cristal que parecía flotar sobre ellos, Nikolai aguardaba, exultante de una tranquilidad que parecía inquebrantable.

Lilia, sin embargo, estaba lejos de compartir esa calma. Tan pronto como entró, las puertas dobles se cerraron detrás de ella con un eco que le retumbó en el alma. Se plantó firme en el centro del salón, su mirada encendida con una rebeldía nacida tanto del miedo como de su indomable espíritu.

-Exijo saber por qué haces esto -soltó con dureza, cruzando los brazos con un gesto desafiante. No iba a dejar que él creyera, ni por un momento, que podía doblegarla. -No eres ningún salvador, así que ¿qué ganas reteniéndome aquí?

Nikolai dio unos pasos hacia ella, moviéndose lentamente, casi felinamente. Había algo en la forma en que se desplazaba que parecía calcular cada gesto con la precisión de un depredador acechando a su presa. Su silueta imponente llenaba la habitación, haciendo que aquel inmenso salón pareciera más pequeño. Una mueca sutil, apenas perceptible, curvó sus labios antes de responder.

-Eres diferente, Lilia. No esperaba encontrar a alguien como tú. -Su voz fue un murmullo ronco que invadió el aire entre ellos, cargado de significado. Antes de que ella pudiera contradecirlo, Nikolai extendió una mano grande y perfectamente controlada, revelando lo que parecía ser una simple rosa... negra.

Lilia parpadeó, desconcertada. No era una rosa común; su rareza radicaba no solo en su color, sino en el acto mismo de Nikolai al entregarla. Él, quien parecía tener el control absoluto sobre todo y todos, sostenía esa flor con una delicadeza que parecía impropia de sus manos marcadas por un mundo de ferocidad y violencia. Sus ojos, profundos y oscuros como pozos sin fondo, se encontraron con los de ella.

-Eres la única belleza en mi tormenta de caos -dijo Nikolai con una franqueza que desarmó a Lilia momentáneamente. Sus palabras no eran un cumplido vacío; su tono grave y pausado las hacía pesadas, como si estuvieran impregnadas de verdades que él mismo no se atrevía a pronunciar por completo.

Lilia sintió que algo dentro de ella se agitaba, como si los diques que había construido cuidadosamente para contener sus sentimientos comenzaran a ceder. Pero no estaba lista para dejarse llevar por esa marea. Su orgullo y su miedo la obligaron a mantenerse erguida.

-¿Y qué se supone que signifique eso para mí? -replicó ella, tomando la rosa con manos firmes, aunque su interior temblara. Su mirada seguía siendo desafiante, pero ahora también contenía una chispa de desconcierto que Nikolai no pasó por alto.

Nikolai no respondió de inmediato. Retrocedió unos pasos, girando hacia una pequeña mesa junto a la chimenea de mármol donde descansaba una botella de licor costoso y dos vasos. Tomó la botella con una calma ensayada, pero sus ojos se perdieron por un momento en las llamas danzantes. Había algo ominoso en el modo en que sus hombros se tensaron, como si lo que estaba a punto de decir le pesara en el alma.

-Perdí a mi hermana menor por culpa de Aleksei. -Su voz, aunque baja, tenía el filo de una confesión arrancada a la fuerza. Cada palabra parecía cargar con años de dolor enterrado. -Era inocente, no tenía nada que ver con este mundo. Pero eso no importó. Él la atrapó en su red de violencia, y yo... no pude salvarla. Desde entonces, mi vida ha sido esto: poder, venganza y un pozo interminable de caos. -Guardó silencio, su mandíbula apretándose. Después, sus ojos volvieron a encontrarse con los de Lilia, más oscuros que nunca. -No hay belleza ni redención aquí, Lilia. Salvo, quizá, tú.

El silencio que siguió fue ensordecedor. Lilia lo miraba, congelada entre la empatía que sentía por la pérdida que él acababa de confesar y el rechazo absoluto al control que él ejercía sobre su vida. En ese momento, Nikolai no parecía el hombre invencible que lo había llevado por la fuerza a ese mundo peligroso y desconocido. Por un breve instante, era solo un hombre roto intentando aferrarse a algo, o a alguien.

Lilia tragó saliva, sintiendo un nudo en la garganta. Pero su espíritu rebelde prevaleció.

-Eso no justifica lo que estás haciendo conmigo, Nikolai -dijo al fin, su voz baja pero inquebrantable. -No soy un premio ni una solución a tus problemas.

El semblante de Nikolai cambió. La vulnerabilidad que había mostrado se borró como una sombra al anochecer, reemplazada por la máscara fría que solía usar. Dio un paso hacia ella, y la intensidad en su mirada volvió a encenderse.

-No espero que lo entiendas todavía, pero lo harás. Y cuando llegue ese momento, sabrás por qué te protejo. -Su tono era definitivo, cerrando cualquier posibilidad de réplica, y antes de que ella pudiera agregar algo, Nikolai se dio la vuelta y abandonó el salón, dejando tras de sí una estela de incertidumbre.

Sola en la mansión que ahora era su prisión, Lilia subió a la habitación que le habían asignado. Sus pasos resonaban en el largo corredor, y la creciente opresión en su pecho hacía que cada respiro se sintiera pesado. Al llegar, colocó la rosa sobre la mesita de noche junto a su cama. El contraste entre el negro de los pétalos y la blancura inmaculada del mobiliario era perturbador. Se sentó frente a ella, con los codos apoyados en las rodillas, observándola fijamente.

La rosa era hermosa, única en su perfección, pero también llevaba consigo algo siniestro, como si estuviera maldita. Su mente giraba entre las palabras de Nikolai, el peso de su confesión y su propia realidad.

"¿Es esto un símbolo de su devoción o de mi condena?", pensó mientras sus dedos rozaban lentamente los pétalos, suaves como terciopelo. Y a pesar del calor que proporcionaba la chimenea en la esquina de la habitación, un escalofrío le recorrió el cuerpo mientras contemplaba cuál de esas respuestas sería su verdad.

            
            

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