David y Vladimir salieron con sus cosas, el peso de la tristeza se sentía en sus hombros. Habían perdido su trabajo, y la causa de su desdicha era la envidia de Carlos, un compañero que nunca había sabido manejar sus propios fracasos. Se sentaron en la acera, las miradas perdidas en el horizonte, como si el mundo que conocían se hubiera desvanecido en un instante. Los sentimientos estaban a flor de piel, un cóctel de ansiedad y miedo que les oprimía el pecho.
-¿Qué voy a hacer, Vladimir? -dijo David, con su voz temblando, y cargada de incertidumbre.
-Eso mismo me pregunto yo -respondió Vladimir, mirando a su amigo con una mezcla de preocupación y desasosiego. La tarde se tornaba gris, y el viento helado parecía reflejar su estado de ánimo.
De repente, un hombre se acercó a ellos. Era el mismo señor al que David había atendido minutos antes en la cafetería. Con una sonrisa amable, se detuvo frente a ellos.
-Buenas tardes -saludaron al unísono, un poco nerviosos, como si su tristeza fuera palpable.
-No me miren así -dijo el hombre, con una voz que transmitía calidez-. Solo quiero ayudarles. Me parecen buenos muchachos. ¿Qué les parece si hablamos en mi casa o en mi empresa? O, si prefieren, en otro lugar. Tengo una propuesta para ustedes.
David y Vladimir intercambiaron miradas de sorpresa. La idea de que alguien quisiera ayudarles en medio de su desdicha era un rayo de esperanza en su oscura realidad.
-No perdemos nada -dijo Vladimir, levantándose del suelo con un renovado ánimo. Extendió su mano hacia David, ayudándolo a levantarse. La conexión entre ellos era palpable; eran más que amigos, eran hermanos en la lucha.
-Tenemos poco tiempo -habló David, mirando su reloj-. Debemos recoger a nuestros hijos en la guardería en dos horas.
-Lo que tengo que decirles no nos tomará mucho tiempo, y puedo llevarlos a recoger a sus hijos -acotó el hombre, con una sonrisa que parecía sincera.
-Está bien, vamos a una cafetería, pero que no sea esta donde nos acaban de expulsar -dijo David, con su mirada habitual, fría pero decidida.
-Muy bien, acepto ir al lugar que ustedes escojan -respondió Cristóbal, el hombre que les ofrecía una salida.
Caminaron algunas cuadras, el ambiente se tornaba un poco más ligero a medida que se alejaban del lugar que había marcado su caída. Al llegar a una acogedora cafetería, se sentaron en una mesa junto a la ventana, donde la luz del sol se filtraba a través de los cristales, iluminando sus rostros cansados.
-Me presento, mi nombre es Cristóbal Stone, dueño de los hoteles Stone y de la empresa de turismo Stone -dijo el hombre, con una voz firme, pero amable.
-He escuchado que es la mejor empresa para viajar y que sus hoteles son una maravilla -dijo David, esbozando una sonrisa. Había estudiado hotelería y turismo, y aunque su trayectoria había sido difícil, su pasión por el sector nunca había disminuido.
Vladimir, que había estado escuchando atentamente, se animó a intervenir.
-Soy abogado, pero también tengo conocimientos de administración. Siempre he soñado con tener un bufete y ser el jefe -confesó, con su voz llena de determinación.
Cristóbal los observó, y en su mirada había una mezcla de comprensión y admiración.
-Lo que quiero ofrecerles es una oportunidad. He estado buscando personas con talento y pasión para un nuevo proyecto que estoy desarrollando. Creo que ustedes podrían ser una gran opción para mi empresa.
David sintió que su corazón latía con fuerza. La posibilidad de un nuevo comienzo se asomaba ante ellos como un faro en la oscuridad.
-¿Nos va a ofrecer trabajo? -preguntó David, con su sonrisa iluminando su rostro. La esperanza comenzaba a brotar en su interior, como una flor que se abre al sol después de un largo invierno.
-Exactamente -respondió Cristóbal, con una sonrisa que reflejaba su entusiasmo-. Estoy buscando personas que no solo tengan habilidades, sino que también estén dispuestas a aprender y crecer. Quiero crear un equipo sólido, y creo que ustedes pueden ser parte de ello.
Vladimir, sintiendo la emoción en el aire, se inclinó hacia adelante.
-¿Qué tipo de proyecto es? -preguntó, su curiosidad despertada.
Cristóbal tomó un sorbo de café antes de responder, como si estuviera eligiendo cuidadosamente sus palabras.
-Estoy planeando abrir un nuevo hotel en una zona turística frente al mar. Quiero que sea un lugar donde la gente no solo venga a hospedarse, sino que viva una experiencia única. Necesito personas que entiendan la importancia de la atención al cliente y que puedan aportar ideas frescas.
David y Vladimir se miraron, el brillo en sus ojos decía más que mil palabras. La idea de trabajar juntos en algo significativo, de construir algo desde cero, les llenaba de energía.
-¿Y qué pasaría con nuestros hijos? -preguntó David, con su voz un poco más suave, recordando la responsabilidad que tenían.
-Puedo ser flexible con los horarios -respondió Cristóbal, con una mirada comprensiva-. Lo más importante es que encuentren un equilibrio. Quiero que se sientan cómodos y apoyados en este nuevo camino.
La conversación fluyó, y a medida que compartían sus ideas y sueños, la tristeza que había estado pesando sobre ellos comenzó a desvanecerse. La cafetería, con su aroma a café recién hecho y el murmullo de las conversaciones a su alrededor, se convirtió en un refugio de esperanza.
David y Vladimir se sintieron revitalizados, como si la vida les estuviera dando una segunda oportunidad. La propuesta de Cristóbal no solo era una oferta de trabajo, sino una invitación a soñar nuevamente, a construir un futuro que parecía inalcanzable.
Al final de la reunión, cuando se despidieron de Cristóbal, ambos sabían que estaban a punto de embarcarse en una nueva aventura. La tristeza de la pérdida por su antiguo trabajo se había transformado en la promesa de un nuevo comienzo, y mientras caminaban hacia la guardería, sus corazones latían con la emoción de lo desconocido. La vida, después de todo, tenía una forma curiosa de sorprendernos cuando menos lo esperábamos...
Continuara ...