El amanecer trajo consigo una calma engañosa. Las primeras luces del día se filtraban por las ventanas del hospital, proyectando sombras alargadas sobre las paredes blancas. Mateo despertó en uno de los sofás de la sala de espera, con la muleta apoyada a su lado. Había decidido quedarse un poco más después de su encuentro con Clara, buscando una razón para prolongar aquella sensación de paz que le había dejado la noche anterior. Sin embargo, la realidad pronto lo alcanzó.
Cuando revisó su teléfono, encontró varios mensajes de Dana. Eran breves, pero el tono de urgencia era inconfundible. "¿Estás bien?", "¿Por qué no respondes?", "Llámame en cuanto puedas". Mateo suspiró y decidió ignorarlos por el momento. No se sentía listo para enfrentar a Dana, ni para responder las preguntas que seguramente le haría sobre su repentina ausencia.
Cerca de las ocho de la mañana, Clara salió de la sala de descanso con una expresión cansada pero serena. Al verlo, se detuvo por un instante, como si no estuviera segura de si debía saludarlo con la misma cercanía que habían compartido la noche anterior. Finalmente, sonrió y se acercó a él.
-¡Buenos días! ¿No te fuiste a tu habitación? -preguntó Clara, con una mezcla de sorpresa y preocupación.
Mateo se encogió de hombros, intentando restarle importancia. -No. Quise quedarme un rato más por acá. A veces las áreas del hospital son más tranquilas que mi propia habitación.
Clara lo miró con curiosidad, como si intentara descifrar algo en su rostro. -Espero que no haya sido por mi culpa... No quisiera que te sintieras incómodo.
-Todo lo contrario -dijo Mateo, con una sonrisa que no logró disimular su sinceridad-. Hablar contigo fue lo mejor que me pasó en mucho tiempo.
Clara bajó la mirada, ruborizándose ligeramente. A pesar de su experiencia enfrentando situaciones difíciles como enfermera, la vulnerabilidad emocional era un terreno completamente distinto para ella.
-Gracias, Mateo. Yo... también disfruté nuestra conversación. Me hizo sentir... diferente.
El silencio que siguió no fue incómodo. Ambos parecían estar procesando lo que significaba ese "diferente". Finalmente, Clara cambió de tema, tratando de aligerar el ambiente.
-Voy a la cafetería a buscar un café. ¿Quieres uno?
-Claro, acompañarte suena bien.
Caminaron juntos hacia la cafetería del hospital. En el trayecto, se cruzaron con algunos colegas de Clara, quienes los saludaron con cortesía, pero también con una leve curiosidad que no pasó desapercibida. Mateo no pudo evitar notar cómo Clara se tensaba ligeramente bajo esas miradas, pero ella lo disimuló con una charla ligera sobre los turnos nocturnos y las peculiaridades de algunos pacientes.
Una vez en la cafetería, Clara se permitió relajarse. Eligieron una mesa junto a la ventana, desde donde se veía el jardín del hospital. Las tazas de café humeaban entre ellos, creando una barrera cálida y fragante que hacía que el mundo exterior pareciera menos intimidante.
-¿Siempre has sido tan honesto? -preguntó Clara de repente, con una sonrisa ladeada.
Mateo arqueó una ceja, divertido. -¿Por qué lo dices?
-Anoche fuiste directo al punto. Eso no es algo que uno vea todos los días. La mayoría de las personas se guardan lo que sienten, sobre todo cuando no están seguras de cómo será recibido.
Mateo se quedó pensativo por un momento antes de responder. -Supongo que no tengo tiempo para rodeos. He pasado demasiado tiempo guardándome cosas que debería haber dicho. No quiero seguir cometiendo el mismo error.
Clara lo observó con una expresión que mezclaba admiración y algo más profundo. -Esa es una forma valiente de ver las cosas. Ojalá más personas pensaran así.
-No sé si es valentía o simplemente cansancio de pretender -dijo Mateo, con una risa suave. -Pero sí, salgo: quiero ser honesto contigo. No sé adónde nos lleva esto, Clara, pero siento que vale la pena intentarlo.
Clara no respondió de inmediato. En lugar de eso, alargó la mano y la posó suavemente sobre la de él. -Gracias, Mateo. Eso significa mucho para mí.
El momento se prolongó, cargado de una ternura que ninguno de los dos quiso romper. Sin embargo, el sonido de un celular vibrando en la mesa interrumpió la quietud. Era el teléfono de Mateo. Cuando vio la pantalla, el nombre de Dana parpadeó ante sus ojos, recordándole que la realidad no esperaba.
Mateo dudó antes de contestar, pero finalmente dejó que la llamada se deslizara al buzón de voz. Clara lo miró con una mezcla de comprensión y preocupación, pero no dijo nada. Ambos sabían que lo que estaban construyendo era frágil, y que el peso del pasado podía amenazarlo en cualquier momento.
Cuando salieron de la cafetería, la luz del día era más intensa, como una promesa de nuevos comienzos. Y aunque el futuro era incierto, en ese instante, tanto Mateo como Clara eligieron aferrarse al presente.
La despedida fue corta para cuidar las apariencias. Aunque el sonido de un celular vibrando en la cartera interrumpió la quietud. Era el teléfono de Clara. Ella lo miró, dudando si contestar, y finalmente apagó la pantalla sin responder.
Mateo notó la acción, aunque no dijo nada. Poco después, Clara revisó el dispositivo con discreción y leyó un mensaje que había llegado tras la llamada perdida. Su expresión cambió ligeramente, como si un recuerdo incómodo hubiera salido a flote.
-¿Todo bien? -preguntó Mateo con suavidad.
Clara asintió, aunque parecía distraída. -Sí, solo... una conocida. Nada importante.
Cuando Mateo se alejó unos minutos más tarde, Clara volvió a mirar el mensaje con las manos temblorosas. Era de Lisana.
"Hola, Clara." "Espero que te esté yendo bien en el hospital. El doctor Jesús Rivas me dijo que te había dado el trabajo y no supe más de ti. Llámame cuando puedas. Cuídate."
La pantalla brillaba como si el mensaje estuviera grabándose directamente en su mente. Clara sintió que el aire se volvía denso y asfixiante. Su corazón comenzó a latir con fuerza, no por el contenido en sí, sino por lo que representaba. Lisana no solo había enviado un mensaje casual. No con ese tono. No con esa aparente calma que escondía preguntas peligrosas.
Borró el mensaje de inmediato, como si hacerlo pudiera deshacerse de todo lo que implicaba. Pero incluso después de hacerlo, su mente no dejaba de repetir las palabras. "Llámame cuando puedas."
El rostro de Clara reflejaba una mezcla de preocupación y determinación, pero también algo más profundo: un miedo que llevaba tiempo enterrando. Apretó los puños sobre la mesa de la cafetería, tratando de controlar el temblor que la invadía. ¿Por qué Lisana la buscaba ahora? ¿Qué esperaba de ella? La última vez que hablaron, las cosas no habían terminado bien. Ese nombre, esa presencia, siempre traía consigo ecos de decisiones que Clara preferiría olvidar.
Miró alrededor, como si esperara que alguien estuviera observándola, como si Lisana pudiera aparecer de un momento a otro. El hospital, normalmente un lugar de rutina y control, ahora le parecía un escenario vulnerable, un terreno donde cualquier secreto podía salir a la luz.
"El pasado siempre regresa cuando menos lo esperas", murmuró para sí, intentando convencerse de que podía manejarlo. Pero en el fondo sabía que Lisana nunca daba un paso sin una razón. Si la había ayudado con el trabajo, era porque algo quería a cambio. Algo importante estaba en juego, algo que Clara no estaba segura de querer enfrentar.
Mientras el día avanzaba, Clara se lanzó al trabajo con una intensidad casi frenética, intentando ignorar la creciente presión en su pecho. Pero no importaba cuántos pacientes atendiera ni cuántos turnos asumiera: el mensaje de Lisana seguía pesando sobre ella como una sombra persistente.
Y lo peor de todo era que Lisana sabía exactamente cómo romper sus defensas.