Capítulo 5 Un pasado que no perdona

El reloj marcaba las diez de la noche cuando Clara finalmente se dejó caer en la silla del pequeño comedor de su modesto apartamento. La habitación estaba en penumbras, iluminada solo por la tenue luz de una lámpara de mesa cuya pantalla había comenzado a amarillear con los años. Afuera, la lluvia golpeaba con insistencia contra las ventanas, su sonido rítmico mezclado con el zumbido débil del refrigerador.

Clara se masajeó las sienes, intentando aliviar la tensión acumulada tras una agotadora jornada en el hospital. Sus manos estaban ásperas por el uso constante de desinfectante, y un leve dolor punzante en su espalda le recordaba las horas pasadas de pie. A pesar de su cansancio físico, su mente no encontraba descanso. Desde el momento en que leyó el mensaje de Lisana esa mañana, una sensación de inquietud la había acompañado como una sombra persistente.

El apartamento, aunque pequeño, era su refugio. Las paredes, pintadas en un tono crema desvaído, estaban decoradas con fotos de su familia y algunos cuadros baratos que había comprado en un mercado local. Una planta marchita en la esquina mostraba los intentos fallidos de Clara por añadir algo de vida al espacio. Pero esta noche, incluso su santuario se sentía claustrofóbico.

El teléfono vibró sobre la mesa, rompiendo el silencio con un sonido agudo que la hizo sobresaltarse. Clara miró la pantalla iluminada, donde el nombre de Lisana parpadeaba con insistencia. Un escalofrío recorrió su espalda. No sabía qué esperar de esa llamada, pero tenía el presentimiento de que no sería nada bueno.

Respiró hondo, intentando calmarse, y deslizó el dedo por la pantalla para aceptar la videollamada.

-¡Clara! -saludó Lisana con un entusiasmo exagerado, su rostro perfectamente arreglado llenando la pantalla. Su cabello caía en ondas suaves sobre sus hombros, y su maquillaje era impecable, como siempre. Pero había algo en sus ojos, un brillo calculador, que hacía que Clara se sintiera vulnerable incluso a través de la pantalla.

-Hola, Lisana -respondió Clara, esforzándose por sonar relajada. Su corazón latía con fuerza, pero sabía que no debía mostrar debilidad. Lisana era como un depredador, siempre al acecho, siempre dispuesta a aprovechar cualquier señal de flaqueza.

-Me alegra tanto verte -continuó Lisana, inclinando ligeramente la cabeza con esa sonrisa suya que era una mezcla perfecta de calidez y superioridad. Era una sonrisa que Clara conocía bien, una que prometía problemas disfrazados de buenas intenciones-. Cuéntame, ¿cómo estás?

Clara intentó mantener su tono neutral, aunque sentía que el aire en la habitación se volvía más pesado con cada palabra de Lisana.

-Bien, supongo. Ha sido un día largo, pero estoy bien. ¿Y tú?

-Oh, ya sabes, siempre ocupada -respondió Lisana, haciendo un gesto despreocupado con la mano. Detrás de ella, el lujoso salón de su casa era visible: una estancia amplia y luminosa, con muebles modernos y detalles decorativos que hablaban de un gusto caro. Un contraste doloroso con el modesto apartamento de Clara-. Pero me sorprendí mucho cuando el doctor Rivas mencionó que estabas trabajando en el hospital.

Clara sintió cómo se le tensaban los hombros. Había intentado mantener su trabajo bajo perfil, evitar cualquier conexión con Lisana o su mundo.

-Sí, bueno... Estoy agradecida por la oportunidad. Ha sido un cambio importante.

Lisana arqueó una ceja, su sonrisa volviéndose ligeramente más afilada.

-Y me imagino que debe ser todo un reto, ¿no? El hospital puede ser un lugar tan... fascinante. Llena de historias, de personas interesantes.

Las palabras de Lisana tenían un doble filo que Clara no podía ignorar. Había algo en su tono que la ponía en alerta, como si Lisana estuviera tanteando el terreno, buscando algo específico.

-Sí, hay mucho que aprender. Ha sido una experiencia enriquecedora -dijo Clara, esforzándose por mantener la compostura.

Lisana inclinó la cabeza, como si evaluara cada palabra de Clara.

-Siempre has sido tan trabajadora, Clara. Me alegra ver que estás avanzando. Aunque debo admitir que me sorprende un poco que no me hayas llamado para agradecerme.

El comentario cayó como un golpe en el estómago de Clara.

-Lisana... claro que estoy agradecida por tu ayuda. No quería molestarte con eso.

Lisana dejó escapar una pequeña risa, un sonido elegante y casi burlón.

-¿Molestarme? Por favor Clara, somos amigas. No tienes que preocuparte por eso.

Clara sintió que el aire a su alrededor se volvía más frío. Sabía que, detrás de la sonrisa de Lisana, había algo mucho más oscuro.

-Pero hablando de amigas, hay algo que creo que necesitamos discutir -continuó Lisana, su tono volviéndose más serio.

Clara sintió cómo su corazón comenzaba a latir más rápido.

-¿A qué te refieres?

-Sabes que no me gusta dejar cabos sueltos -dijo Lisana, su mirada penetrante clavándose en Clara como un bisturí-. Y siento que hay algunas cosas del pasado que necesitan... un poco de claridad.

El sudor comenzó a formarse en la nuca de Clara. No era la primera vez que Lisana hablaba en términos ambiguos, pero esta vez había algo más en su voz, algo que hacía que el miedo se instalara profundamente en su pecho.

-Lisana, si esto tiene que ver con...

-Tiene que ver con muchas cosas -interrumpió Lisana, con una sonrisa que parecía disfrutar del momento-. Pero no te preocupes, no estoy aquí para culparte. Solo quiero asegurarme de que ambas estamos en la misma página.

Clara tragó saliva, intentando encontrar las palabras adecuadas.

-Haré lo que necesites.

-Eso esperaba escuchar -dijo Lisana, sonriendo con satisfacción-. Solo necesito un pequeño favor.

Clara sintió cómo todo su cuerpo se tensaba.

-¿Qué favor?

-Hay un paciente en tu hospital... Mateo Torres. Quiero que te acerques a su esposa. Gánate su confianza. Eso es todo, por ahora.

El corazón de Clara latía tan rápido que sentía que iba a estallar. No podía entender por qué Lisana estaba interesada en esa familia, pero sabía que esto era solo el comienzo de algo mucho más oscuro.

La videollamada terminó poco después, pero Clara se quedó mirando la pantalla apagada de su teléfono. Afuera, la lluvia seguía cayendo con fuerza, pero Clara apenas podía oírla. Su mente estaba inundada de pensamientos, cada uno más aterrador que el anterior. Sabía que lo que Lisana le había pedido no era un simple favor. Era el principio de una red de intrigas que podía desmoronar todo lo que había construido.

Se levantó de la silla, tambaleándose ligeramente. Miró por la ventana, hacia las calles desiertas iluminadas por farolas parpadeantes, y un pensamiento se instaló en su mente: no había forma de escapar de Lisana.

                         

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