Capítulo 5 La fortaleza de los lazos

Zoraida no podía quitarse de la cabeza la noticia del divorcio de su hermana Dana. Desde que había recibido la llamada, las palabras de Dana resonaban en su mente como un eco persistente. La voz de su hermana sonaba calmada, pero era una calma tensa, una máscara bajo la cual Zoraida podía percibir el peso de emociones contenidas. Dana había puesto fin a un matrimonio que, aunque alguna vez estuvo lleno de promesas, se había transformado en una fuente constante de dolor y desilusión.

Zoraida había escuchado en silencio mientras Dana explicaba lo ocurrido. La imaginaba al otro lado de la línea, sentada en su pequeño apartamento en Nueva York, con las manos entrelazadas y los ojos perdidos en algún punto del vacío. Cuando Dana terminó de hablar, Zoraida sintió una oleada de determinación que le recorrió el cuerpo como un rayo.

-Voy a verte -dijo Zoraida sin dudarlo.

-No es necesario, Zora -respondía Dana, intentando sonar fuerte, pero su voz temblaba ligeramente.

-No me interesa si es necesario o no -replicó Zoraida con firmeza-. Quiero estar ahí para ti.

Sin perder tiempo, Zoraida reservó un vuelo a Nueva York esa misma noche. Sabía que Dana necesitaba apoyo, y estaba decidida a ser esa red que su hermana merecía.

La mañana del viaje amaneció fresca y tranquila. Los primeros rayos de sol se filtraban por las cortinas del salón cuando Adán tocó la puerta de Zoraida. Era temprano, pero él siempre había sido puntual. Vestía una cálida chaqueta gris y jeans oscuros, y su cabello estaba desordenado de esa manera que a Zoraida le encantaba.

-Buenos días, ¿lista? -preguntó Adán con una sonrisa suave mientras entraba para ayudarla con las maletas.

-Lista, aunque un poco nerviosa -admitió ella, cerrando la última cremallera de su maleta azul. Vestía una camisa beige y jeans cómodos, acompañados de una bufanda marrón que le había tejido su madre años atrás. Se esforzó por sonreír, pero sus ojos revelaban una mezcla de preocupación y expectativa.

Durante el trayecto al aeropuerto, las calles aún estaban tranquilas, iluminadas por un tenue resplandor matutino. El sonido del motor y el murmullo lejano del tráfico llenaban el aire. Zoraida miraba por la ventana, observando los árboles desnudos que pasaban rápidamente, mientras su mente viajaba hacia Dana.

-¿Estás nerviosa? -preguntó Adán, rompiendo el silencio.

-Un poco -confesó Zoraida, girándose hacia él-. No sé cómo va a estar Dana cuando la vea. Esto ha sido muy duro para ella. Pero también estoy emocionada. Quiero celebrar que ahora es libre y ayudarla a prepararse para lo que viene.

Adán sonrió y tomó la mano de Zoraida brevemente mientras el semáforo estaba en rojo. Su gesto era cálido, lleno de apoyo y comprensión.

-Eres una hermana increíble. Dana tiene mucha suerte de tenerte.

Cuando llegaron al aeropuerto, Adán estacionó el coche y bajó para ayudarla con su maleta. Había un silencio cargado de emociones entre ellos. Ambos sabían que se extrañarían, aunque solo sería por unos días o semanas.

Zoraida abrazó a Adán con fuerza, sintiendo el calor de su cuerpo y la seguridad que siempre le daba.

-Cuida de ti mientras estoy fuera -dijo ella, mirándolo a los ojos con una sonrisa leve.

-Y tú cuidas de tu hermana -respondió Adán con suavidad-. Llámame cuando llegues, ¿sí?

Se despidieron con un beso lleno de amor y promesas silenciosas. Aunque se separarían por un tiempo, su conexión era firme y verdadera.

El vuelo de Zoraida transcurrió sin problemas, pero su corazón palpitaba con anticipación mientras el avión descendía sobre Nueva York. Las luces de la ciudad brillaban como estrellas atrapadas entre edificios, y el aire frío la recibió como un recordatorio de los nuevos comienzos.

Al llegar al apartamento de Dana, Zoraida sintió una mezcla de alivio y tristeza. El edificio era viejo, pero bien cuidado, con una fachada de ladrillos rojos que hablaba de historias pasadas. Cuando Zoraida subió los escalones, escuchó la puerta abrirse antes de que pudiera tocar. Dana estaba allí, esperándola.

Llevaba un suéter amplio color vino y pantalones negros. Su cabello estaba recogido en un moño descuidado, y aunque sus ojos estaban cansados, su sonrisa iluminó el momento.

-No puedo creer que estés aquí -dijo Dana, envolviendo a Zoraida en un abrazo largo y cálido.

-¿Dónde más estaría? Esto lo enfrentamos juntas.

El apartamento de Dana era pequeño pero acogedor. La sala estaba decorada con muebles sencillos y algunas plantas que daban un toque de vida al espacio. Esa noche, ambas hermanas se sentaron en el sofá, compartiendo historias, risas y lágrimas. Hablaron del pasado, del futuro y de las esperanzas que ambas tenían para el bebé que Dana esperaba.

Después de una noche de descanso, Zoraida y Dana se sentaron al día siguiente a desayunar juntas en la pequeña mesa de la cocina. La luz del sol se filtraba por la ventana, llenando la habitación de un resplandor cálido. Fue entonces cuando Dana, con los ojos clavados en su taza de café, tomó aire profundamente.

-Hay algo que necesito contarte -dijo, su voz en apenas un susurro.

Zoraida frunció el ceño, dejando a un lado su cuchara. -Dime, Dana. Lo que sea.

Dana levantó la mirada, visiblemente nerviosa. Sus dedos tamborileaban contra la mesa.

-Es sobre Clara. Está esperando gemelos.

Por un momento, Zoraida se quedó en silencio, procesando la información. Luego, como si un torrente de emociones se liberara de golpe, su rostro se tensó.

-¿Clara? ¿La misma Clara que estuvo involucrada con Mateo? -Su voz se alzó, cargada de incredulidad y rabia.

Dana asintió lentamente. -Sí. Y... los gemelos son de él.

Zoraida se puso de pie de un salto, su silla rechinando contra el suelo. Su pecho subía y bajaba rápidamente, como si la rabia amenazara con desbordarla.

-¡No puedo creer esto! ¿Qué clase de persona hace algo así? ¿Y Mateo? ¿Qué demonios estaba pensando? -exclamó, caminando de un lado a otro por la cocina, sus manos gesticulando furiosamente.

Dana se encogió un poco, sintiéndose pequeña bajo la intensidad de la reacción de su hermana.

-No estoy defendiendo lo que hicieron, Zora -dijo con voz temblorosa-. Pero necesito que sepas la verdad. No podía guardármelo más.

Zoraida se detuvo, tomando un profundo respiro para calmarse. Cerró los ojos un momento y luego volvió a mirar a Dana. Su expresión seguía siendo severa, pero también había algo de dolor en sus ojos.

-Esto... esto es mucho para asimilar. Pero gracias por decírmelo. No voy a permitir que esta situación te derrumbe más de lo que ya lo ha hecho.

Dana asintió, sintiendo un alivio tenue al haber soltado ese peso. Sabía que la tormenta de emociones de Zoraida era parte de lo que las hacía tan cercanas: su pasión por protegerla, incluso cuando las noticias eran difíciles de manejar.

                         

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