Elian estaba conversando con algunos de los empresarios invitados cuando Maya se acercó a él. Su voz era suave, mesurada, pero con un dejo de complicidad que lo hizo girarse con cautela.
-Camille ha tomado de más -murmuró con una leve sonrisa-. Supongo que está celebrando su compromiso.
Elian arqueó una ceja y miró hacia la mesa. Camille reía con despreocupación, sosteniendo una copa de vino medio vacía. No estaba completamente ebria, pero sí lo suficiente como para no notar lo que ocurría a su alrededor.
-No creo que sea nada grave -respondió él, volviendo la mirada a Maya.
-No lo es -admitió ella-. Pero quería aprovechar este momento para hablar contigo.
Elian no se mostró sorprendido. Desde su llegada, había esperado este acercamiento.
-¿De qué quieres hablar?
Maya inclinó ligeramente la cabeza, como si estuviera eligiendo cuidadosamente sus palabras.
-En realidad, hay algo que debo atender en la ciudad, y pensé que, ahora que seremos cuñados, podrías llevarme.
Elian mantuvo la expresión neutra. Sabía que esto no era una simple casualidad.
-¿No tienes chofer?
-Por supuesto que sí -respondió con una sonrisa encantadora-. Pero prefiero hablar contigo. No tuvimos oportunidad de conocernos bien antes de mi viaje.
Elian sostuvo su mirada por unos segundos antes de asentir.
-De acuerdo. Vamos.
Maya le dedicó una sonrisa de aprobación antes de girarse con elegancia. Elian la siguió, sintiendo que la verdadera prueba apenas comenzaba.
Elian condujo en silencio mientras Maya observaba el paisaje nocturno a través de la ventanilla. La ciudad brillaba con luces doradas y anuncios luminosos, pero la tensión dentro del auto era mucho más intensa que el bullicio exterior.
-¿Cuánto tiempo planeas quedarte en Eridia? -preguntó Elian, sin apartar la vista del camino.
-Dependerá de lo que decida mi padre -respondió ella con naturalidad.
Elian sabía que Jacques Villeneuve no hacía nada sin un propósito. Maya no estaba allí solo por la cena de compromiso.
-¿Así que no fue solo por Camille? -inquirió él con un tono neutral.
Maya esbozó una sonrisa, pero no respondió de inmediato. Era hábil en la conversación, midiendo cada respuesta con precisión.
-Quería verla, claro. Pero también hay algunos asuntos que debo atender -dijo finalmente-. Me ha intrigado tu ascenso, Elian. No es común que alguien tan joven logre tanto en tan poco tiempo.
Elian percibió la insinuación detrás de sus palabras. Estaba tanteando el terreno, evaluándolo.
-El trabajo duro da sus frutos -contestó él, sin comprometerse.
Maya soltó una pequeña risa.
-Eso es lo que dice cualquiera con ambición. Pero yo quiero conocer al hombre detrás del éxito.
Elian mantuvo su expresión imperturbable, aunque en su interior podía sentir el peso de la situación. Maya no era solo una prueba. Era un riesgo.
-Aquí estamos -anunció, deteniéndose frente a un edificio elegante.
Maya giró la cabeza y lo observó con curiosidad.
-¿No vas a preguntarme qué asuntos tengo aquí?
Elian apagó el motor y la miró de reojo.
-No es mi problema.
Maya sonrió con diversión, como si estuviera entretenida con el juego. Elian sintió que estaba entrando en una partida de ajedrez donde cada movimiento debía ser calculado con precisión.
-Aprecio la discreción -dijo ella, abriendo la puerta del auto-. Espera aquí. No tardaré.
Elian asintió, observándola desaparecer en el edificio. Sabía que esto era solo el principio. Maya tenía un papel en el juego de Jacques, y lo que ocurriera entre ellos podría definir el destino de su venganza.
Mientras esperaba, encendió un cigarro y se recostó en el asiento. No podía permitirse ningún error.
Elian se quedó en el auto, observando la entrada del edificio con expresión impasible. Maya había sido ambigua sobre sus intenciones, y aunque él no podía confiar en ella, tampoco podía ignorar la sensación de que algo no encajaba.
Encendió un cigarro y exhaló el humo lentamente, repasando la situación. ¿Por qué Jacques la había traído de vuelta justo ahora? ¿Realmente solo era una prueba o había algo más? Mientras meditaba sobre esto, un sonido lo hizo enderezarse en el asiento.
Un grito.
No era un sonido común, sino uno ahogado, desesperado. Venía del interior del edificio.
Elian apagó el cigarro de inmediato y salió del auto, avanzando con rapidez hacia la entrada. Su instinto le decía que algo iba mal. No tenía la menor intención de involucrarse en los asuntos de Maya, pero tampoco podía ignorar la situación.
Empujó la puerta de vidrio y entró al edificio. El pasillo estaba vacío, pero el sonido de forcejeo y una voz masculina agresiva lo guió por un corredor hasta una puerta entreabierta.
-¡Déjame ir! -la voz de Maya sonaba contenida, pero llena de furia.
Elian no dudó. Empujó la puerta con fuerza y lo que vio hizo que la sangre le hirviera en las venas.
Un hombre robusto sujetaba a Maya contra la pared, su blusa desgarrada y su rostro marcado por la ira. Su agresor tenía una mano en su muñeca y la otra apretando su cintura con fuerza.
-Dije que me sueltes, maldito...
Antes de que Maya pudiera terminar la frase, Elian ya había actuado.
Sin pensarlo dos veces, se lanzó sobre el hombre, tomándolo por la nuca y estampándolo contra la pared con un golpe seco. El sujeto gruñó, pero no tuvo tiempo de reaccionar antes de que el puño de Elian impactara su rostro con una brutalidad que hizo crujir sus huesos.
Maya se apartó rápidamente, llevándose una mano al pecho para sujetar lo que quedaba de su blusa rota. Sus ojos estaban abiertos con sorpresa, pero no dijo nada.
El agresor intentó contraatacar, pero Elian fue más rápido. Lo tomó del cuello de la camisa y lo arrojó al suelo, propinándole una serie de golpes sin piedad. Cada golpe era una descarga de furia contenida, una furia que llevaba años acumulando.
Cuando finalmente se detuvo, el hombre apenas respiraba, su rostro hinchado y cubierto de sangre. Elian sintió un impulso asesino, pero se contuvo.
Respiró hondo y se levantó, su mirada aún encendida por la rabia. Se giró hacia Maya, quien seguía junto a la pared, su postura tensa. Su piel tenía marcas rojas por el forcejeo, y la tela rasgada apenas cubría su torso.
Sin decir una palabra, Elian se quitó el saco y lo colocó sobre sus hombros.
-Póntelo -ordenó con voz firme.
Maya dudó por un instante, pero luego asintió y sujetó la prenda, envolviéndose con ella. Sus manos temblaban ligeramente, aunque su expresión seguía siendo orgullosa.
-Gracias -dijo finalmente, su voz más suave de lo habitual.
Elian desvió la mirada hacia el hombre en el suelo.
-¿Quién es él?
Maya exhaló y se pasó una mano por el cabello.
-Alguien que creía que podía obligarme a hacer algo.
Elian la observó con intensidad, analizándola. No le gustaban los secretos, y Maya tenía muchos.
-Vámonos -dijo él al fin.
Maya no discutió. Ambos salieron del edificio sin mirar atrás, dejando al hombre tirado en el suelo. Esta noche había cambiado todo.