Capítulo 5 El juego de las marcas

Sofía mantuvo la mirada fija en Claudia, sintiendo cómo la tensión entre ambas se espesaba en el aire. No podía permitirse mostrar debilidad, no ahora. Si Claudia había venido hasta aquí, significaba que ya sabía algo, pero ¿cuánto exactamente?

Respiró hondo y adoptó una expresión serena, aunque sus manos temblaban ligeramente bajo el escritorio.

-Siempre he creído que la ingenuidad es una desventaja en este mundo, Claudia -respondía con un tono controlado-. Y tú mejor que nadie sabes que no cometo ese error.

Claudia sonrió con un aire de superioridad mientras cerraba la puerta tras de sí. Caminó lentamente hacia el escritorio de Sofía, como un depredador que ya ha calculado todos los movimientos de su presa. Se apoyó ligeramente sobre la mesa y la miró con intensidad.

-Entonces sé que entenderás perfectamente lo que estoy a punto de decirte.

Sofía sintió que el corazón se le aceleraba, pero mantuvo su expresión impasible. Claudia se inclinó un poco más, como si disfrutara al ver cómo su presencia la incomodaba.

-Leonardo cree que tiene el control, pero lo que no sabe es que su juego ya no le pertenece. Él siempre ha sido inteligente, pero esta vez ha subestimado a la persona equivocada. -La sonrisa de Claudia se amplificó-. Y tú, Sofía, estás justo en medio de todo esto.

Sofía se permitió un ademán de leve sorpresa, aunque en realidad, ya lo sospechaba. Claudia no vendría con amenazas vacías; si estaba aquí, significaba que tenía pruebas, algo contundente. ¿Sería acaso Mónica Delgado quien la había puesto en la mira?

-Si estás aquí para amenazarme, Claudia, pierdes tu tiempo -dijo, cruzando los brazos con fingida seguridad-. No soy una pieza clave en este conflicto.

-Ah, pero sí lo eres -afirmó Claudia con una expresión de certeza inquietante-. Eres la sombra de Leonardo, su confidente, la que ve más de lo que debería. Y en este juego, Sofía, aquellos que ven demasiado suelen pagar el precio más alto.

El estómago de Sofía se revolvió. Sabía que Claudia tenía razón. No solo había estado observando los movimientos de Leonardo, sino que también había recopilado información, analizándola con la intención de tomar una decisión. Ahora, se encontraba en una encrucijada peligrosa: seguir con Leonardo o escuchar la oferta implícita de Claudia.

-Quiero ofrecerte algo -Claudia continuó, leyendo la duda en su rostro-. Una salida. Un camino seguro. Leonardo no tiene aliados, Sofía. Solo peones. Y tú, en el momento en que dejes de serle útil, te convertirás en su próxima víctima.

El silencio se extendió entre ambas, tenso y cargado de significado. Sofía sintió un escalofrío recorrerle la espalda.

-Dices que me ofreces una salida -respondía con cautela-. Pero todos sabemos que en este juego, nadie da sin pedir algo a cambio. ¿Qué quieres de mí, Claudia?

Claudia inclinó la cabeza, como si estuviera midiendo cada palabra antes de pronunciarla.

-Información. No te pido que lo traiciones. No aún. Solo que me digas lo que él oculta. Lo que tú sabes y él no sospecha que compartirías conmigo.

Sofía contuvo la respiración. Claudia quería que traicionara a Leonardo, pero de una forma que la mantuviera a salvo, sin cruzar la línea definitiva.

-No tienes que responder ahora -continuó Claudia-. Pero piénsalo bien. ¿Cuándo la balanza se incline, a quién quieres que te proteja? Porque te aseguro que Leonardo no será esa persona.

Con esas palabras, Claudia se enderezó y caminó hasta la puerta. Antes de salir, volteó y le dedicó una última mirada, cargada de certeza y peligro.

-No tardes demasiado, Sofía. El tiempo no está de tu lado.

La puerta se cerró y Sofía sintió que su mundo se tambaleaba. Ahora tenía una decisión que tomar. Y en este juego, cualquier error podía costarle la vida.

El eco de la puerta cerrándose aún resonaba en la oficina cuando Sofía se dejó caer lentamente en su silla, sintiendo el peso de las palabras de Claudia sobre sus hombros. La seguridad que había fingido durante la conversación ahora se desmoronaba, y su mente trabajaba a toda velocidad.

Sabía que Claudia decía la verdad. Leonardo no confiaba en nadie. Él utilizaba a las personas hasta que dejaban de serle útiles. Y cuando eso pasaba... bueno, ella había visto de primera mano lo que ocurría con quienes se interponían en su camino.

Respiró hondo y tomó un vaso de agua de su escritorio, pero su mano temblaba tanto que apenas pudo sostenerlo. Maldita sea. ¿Desde cuándo se había convertido en alguien tan vulnerable?

El sonido de su teléfono vibrando la sacó de su trance. Miró la pantalla y sintió un escalofrío recorrerle la espalda.

Leonardo.

El mensaje era breve, pero lo suficiente para revolverle el estómago:

"Espero que la reunión con Claudia haya sido... productiva. Hablaremos pronto."

Sofía sintió que la sangre se le helaba. ¿Cómo demonios lo sabía? Claudia había sido discreta, de eso estaba segura. No había cámaras en su oficina, y ningún empleado se había acercado. ¿Entonces cómo...?

Dejó el teléfono sobre la mesa con un leve golpe, obligándose a respirar con calma. Si Leonardo sabía de su reunión, significaba que la estaba vigilando.

Pero, ¿desde cuándo?

Se puso de pie y caminó hacia la ventana, apartando levemente la cortina. La ciudad se extendía frente a ella, con sus luces parpadeantes y su tráfico interminable. Pero ahora, cada sombra, cada coche estacionado, le parecía una amenaza latente.

Estaba atrapada.

Si aceptaba la oferta de Claudia, traicionaría a Leonardo, y eso era una sentencia de muerte. Pero si se quedaba con él, corría el riesgo de ser descartada como un simple peón cuando ya no fuera útil.

No tenía opciones.

A menos que...

Un nuevo pensamiento se abrió paso en su mente, una posibilidad que jamás se había permitido considerar. Si quería sobrevivir, no podía elegir un bando.

Tenía que jugar en ambos.

Y ser más inteligente que ellos.

Sofía respiró hondo, recuperando el control. No estaba perdida todavía. Solo necesitaba moverse con cautela, reunir más información y asegurarse de que, cuando la balanza se inclinara, ella fuera quien la moviera a su favor.

Con renovada determinación, tomó su teléfono y escribió una respuesta para Leonardo.

"Siempre lo es."

Después, se dejó caer en su silla y sonrió para sí misma.

El juego apenas comenzaba.

Y de una manera u otra, alguna de las dos, o más bien, alguno de los tres sería el vencedor de este complicado juego.

                         

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