Suspiró, secó sus lágrimas y empacó maletas. No iba a permitir que desconectaran a su padre. No sabía qué le deparaba el destino, si algún día lo volvería a ver. Quizás esa familia la quería para enterrarla viva; no sabía qué mismo le iba a suceder.
Todos los vecinos la abrazaron con lágrimas en los ojos. Sabía que esa familia era muy poderosa y, si no acataban sus órdenes, seguro la pagarían muy caro.
Su madre la abrazó y le pidió que no lo hicieran. Le propuso escapar, pero lastimosamente ya era tarde; el asistente estaba parado en la puerta esperando que Alexa saliera.
En el auto, Antón esperaba con los ojos cerrados. Cuando escuchó abrir la puerta, habló:
-Aquí no, ¡que vaya en la cajuela!
Alexa suspiró hondo mientras las lágrimas rodaban por sus mejillas. Damm obedeció y se encaminó hasta la cajuela, guardó la maleta y le echó un vistazo a la joven.
-Lo siento, señorita; son órdenes de mi jefe.
Con el alma hecha pedazos, Raquel vio a su hija entrar a la cajuela. Se dejó caer del dolor que le causaba en el pecho. Si tan solo no hubiera agarrado el teléfono esa noche, su hija no estaría pasando por algo así.
Con dolor la parió y con dolor la sacó adelante. Ahora, con dolor, veía cómo un patán la metía en una cajuela como si fuera un objeto. En su mente podía imaginar cuánto iba a sufrir su hija en esa mansión.
Una vez que el auto arrancó, Raquel se encaminó a la habitación de su esposo. Lloró amargamente mientras suplicaba que despertara. Al menos, si él despertaba, podrían sacar a Alexa de esa mansión y escapar lejos los tres.
Después de dos horas de camino, el auto al fin se detuvo. Con el corazón acelerado, Alexa esperó que abrieran la cajuela. Al abrirse, abrió sus bellos ojos verdes; lentamente salió y lo último que alcanzó a ver fue la espalda del hombre que en días se iba a convertir en su esposo.
Con admiración, miró la enorme mansión que estaba frente a ella. Tragó grueso mientras seguía las indicaciones de Damm.
La llevó hasta la sala donde se encontraban Antón y su madre. Él estaba de espaldas mientras llenaba una copa. La mujer le miró de arriba hasta abajo y sonrió con desprecio.
-Muy hermosa, Alexa; eres tan hermosa como mi hija Katy. Si has de ver, escuchado hablar de ella, la joven de 16 años que murió en un accidente cuando tu padre la iba secuestrando.
-Miente; mi padre no la secuestró, ella quiso irse...- replicó Alexa. No permitiría que nadie hablara de su padre. Segundos después, sintió el azote de la palma que cubrió su rostro.
-Cállate, no sabes nada, maldita bastarda.
Las lágrimas se desprendieron de sus ojos. Tragando grueso, sobó el rostro que ardía después del azote. No había nadie quien la defendiera, pues el hombre que estaba de espaldas ni siquiera se giró a verla. Bajó su mirada, reprimiendo todos los sentimientos encontrados en su débil corazón.
Por la tarde de ese mismo día, un juez se hizo presente en la hacienda de los Montalvo. Alexa estaba dentro de una habitación, siendo arreglada por una estilista. La mujer limpiaba una y otra vez el rostro de la joven que lloraba sin cesar, mientras pensaba en todos los sueños que tendría que dejar atrás.
-No llores más, te casarás con el hombre más guapo de la ciudad; eso basta para estar feliz.
Ningún consejo de la mujer le pudo aliviar el corazón; seguía sin comprender por qué ese hombre quería casarse con ella, si se suponía que la detestaban. Varios pensamientos divagaban en su mente. Ella siempre soñó con ir a la universidad, tener una carrera universitaria y ayudar a su madre, quien trabajó duro los últimos años para sacarla adelante.
Cuando la puerta se abrió, Alexa contempló a la mujer de sobre el reflejo del espejo; aquella señora la miraba con desprecio.
-Déjanos solas -pidió Carlota. La estilista salió una vez que había terminado de pintarla.
Cuando la estilista salió y quedaron solas, el ambiente en la habitación se volvió tenso. La mujer caminó de un lado a otro, moviendo los pies; lo único que se escuchaba sonar era el alto taco sobre el fino piso flotante que cubría el suelo.
-Te convertirás en la esposa de mi hijo Antón. Una vez que pares una niña con los mismos ojos color verdes que tienes, te echaremos como un perro fuera de casa. Tu padre nos quitó una hija; ahora tú nos darás una. Si no das a luz una niña mujer en el transcurso de dos años, iremos hasta tu casa y le arrancaremos los aparatos al malnacido de tu padre, que aún continúa respirando, cuando debió morir hace 13 años.
La mirada de Alexa estaba caída sobre el suelo; una a una se iban desgajando y mojando el blanco vestido que cubría su cuerpo. Se estremeció al escuchar las amenazas de aquella mujer. Ahora resultaba que tenía que parir una niña de ojos verdes, como si ella pudiera elegir de la misma forma que se elige un juguete al comprarlo.
La puerta se volvió a abrir; la estilista entró, la tomó de la mano para llevarla hasta el jardín, donde se celebraría la boda. A nadie en esa casa le importaba los sueños que quería construir desde niña; casarse a los 18 no estaba en sus planes, mucho menos tener hijos.
Al bajar, contempló a pocos invitados; al menos sabía que no toda la gente estaba loca para presenciar una boda como la de ella. Caminó hasta el hombre que estaba de espaldas con un traje negro; el terno era tan negro que parecía que se dirigía a un entierro. Ella, hasta el día de su boda, lo había soñado diferente; imaginaba que su padre la entregaría en el altar al hombre que ella amaría toda su vida. Resultaba que ahora estaba casándose, sin amor, sin su madre, sin su padre entregándola al altar. Se sintió desdichada.
Antón no se giró a verla ni a recibirla; la mirada de él estaba fija en el aire. El odio y desprecio que habitaban en el interior de su corazón no le permitían pensar con claridad. Estaba cumpliendo una promesa que hizo hace trece años.
El juez empezó a hablar y preguntó:
-¿Antón Montalvo acepta como esposa a....?
No dejó ni terminar la frase; solo de escuchar ese nombre le revolvía las tripas.
-Acepto -dijo, con la mirada clavada en el lejano árbol del bosque.
Alexa, por su parte, lloraba sin parar; sus ojitos verdes estaban invadidos por un agua cristalina.
-¿Alexa Ruiz acepta por esposo a Antón Montalvo?
La joven se quedó en silencio; sentía la lengua pesada para pronunciar una simple palabra: "¡sí!" o "acepto". Continuó llorando mientras el juez la contemplaba. El hombre sintió lástima por la joven; se notaba que no estaba parada frente a él por su propia voluntad, pero él no podía hacer nada para ayudarla.
Antón regresó a ver a la joven que no cesaba de llorar. A pesar de que Alexa lloraba, su maquillaje no se había corrido; mantenía el rostro tal cual lo dejó la estilista. Antón se perdió en el rostro angelical de aquella joven; nunca había visto una novia tan hermosa como la que estaba a su lado. Aun llorando, se veía específicamente hermosa.
Perdido en sus pensamientos estaba, rápidamente recordó el propósito de esa boda. Apretó con fuerza la mano de la joven; el fuerte apretón la orilló a mirarlo fijamente. Sus miradas se entrelazaron; se perdió en los ojos de él, pero el dolor del apretón la trajo de vuelta.
-Responde a la pregunta del juez -lo dijo con los dientes apretados, sin quitarle la mirada de ella. Presionaba más la mano delgada de su futura esposa; el fuerte dolor la hizo hablar.
-Sí...
-Sí, ¿qué? -le preguntó Antón, ajustando más la mano de ella.
-Sí, acepto -respondió con rapidez, ya que el dolor en su delgada mano era insoportable.
Una vez que respondió, él soltó la mano de la joven con brusquedad. Procedieron a firmar y el juez selló la boda. Sin darle un beso ni una sonrisa, Antón se encaminó hasta la salida de la hacienda. Dio unos cuantos pasos, se detuvo y, sin girar el cuerpo, habló:
-Dejen que ella limpie todo en esta mansión; será una sirvienta más.
Las empleadas le entregaron los materiales a Alexa; ella agradeció y empezó a limpiar el desorden que había quedado de los arreglos de la boda. Antón, por su parte, se encaminó hasta el auto, subió a él y se dirigió hasta el hotel donde se estaba quedando Ana. La mujer abrió la puerta con los ojos llorosos, puesto que se había enterado de que su amado Antón se estaba casando.
Al abrir la puerta, se quedó congelada viendo al hombre vestido de blanco parado frente a ella. La sonrisa se dibujó en sus labios mientras imaginaba que no se había casado porque se había dado cuenta de que la amaba en verdad. Antón la agarró y empezó a besarla; cerraron la puerta y, de camino a la habitación, fueron dejando las prendas caídas. En minutos, Ana estaba trepada sobre él, haciendo movimientos circulares; él lamía y chupaba los pezones de ella. Una vez que la mujer alcanzó el orgasmo, Antón la tiró a un costado y se trepó sobre ella. Hizo fuertes movimientos y, cuando quiso correrse, sacó su dureza y expulsó el líquido sobre el plano abdomen de Ana.
Minutos después, la pareja estaba abrazada sobre la cama. Ana jugaba con la tetilla de Antón mientras él recordaba una y otra vez el rostro de Alexa cuando lloraba en la boda.
-Gordo, me alegra que no te hayas casado; qué bueno que te diste cuenta de que me amas en realidad.
-Sí, me casé...
-¿Qué? Entonces, ¿por qué estás aquí y no con tu nueva esposa?
-Porque a ella no la deseo.
Volvió a treparse sobre ella; la penetró con fuerza. La mujer gimió y sonrió, mientras él se movía sobre ella. Ana se llenaba de dicha al imaginar que la esposa de Antón era fea y por eso él no la deseaba como la deseaba a ella. Lo que más deseaba era embarazarse, pero su amante era muy ágil y siempre terminaba fuera. Mientras él se movía, ella le hablaba al oído:
-Esta vez termina dentro; me estoy cuidando.
Antón continuó poniéndola en varias posiciones. Una vez que empezó a acelerar los movimientos, Ana lo rodeó con sus piernas, le presionó fuerte y, a la vez, con sus manos para que no se corriera fuera. La fuerza de Antón fue más fuerte; sacó su miembro y volvió a expulsar el líquido sobre ella.
Segundos después, se sentó para meterse a la ducha y ella quedó enojada en la cama. Minutos más tarde, salió de la ducha y empezó a vestirse.
-¿Por qué siempre terminas fuera? Sabes bien que usos anticonceptivos.
-No confío en eso; es mejor usar mi técnica, que me ha sido efectiva en todos los años que he mantenido sexo sin condón.
-¿Piensas tener hijos con esa desagradable mujer?
-Sí, una hermosa niña de ojos verdes.
Dicho eso, salió del hotel dejando a la mujer histérica. Ana lanzó la almohada tras la puerta que se cerró.
Alexa terminó de ordenar y se quedó en la cocina. Ya era muy tarde y no sabía dónde iría a dormir. Todas las empleadas la miraban con desprecio; sabían que era la hija del hombre que asesinó a la hermosa Katy Montalvo.
Una vez que todos se fueron a dormir, ella quedó en la cocina. Se dejó caer al frío mármol que cubría la lujosa cocina, se abrazó a las piernas ante el frío que hacía, y las lágrimas rodaron una a una.
Media hora después, Antón llegó, caminó hasta la cocina, abrió la nevera y bebió un poco de yogur. Al darse la vuelta, encontró a la joven dormida en una esquina de la enorme cocina. Al verla toda indefensa, con sus piernas abrazadas, sintió un dolor en el pecho. Cerró los ojos, pero recordó que era la hija del maldito hombre que asesinó a su hermana; por tal razón, no debe sentir compasión alguna.
Llenó un envase con agua y lo lanzó sobre el cuerpo de la joven. Con el agua helada que cayó sobre su cuerpo, ella se levantó de un salto, empezó a temblar, ya que su cuerpo fue salpicado por una gran cantidad de agua. La mirada penetrante de Antón estaba llena de satisfacción; en cuanto a Alexa, ella estaba paniqueada ante la maldad del hombre.
-La cocina no es para dormir; ¿acaso no sabes que tienes que esperar a tu esposo en la habitación en su noche de bodas?
Mientras él hablaba, ella empezaba a temblar; se abrazaba con sus propias manos para tratar de apaciguar el frío que recorría su cuerpo. Antón se dio la vuelta y caminó hasta la habitación. Una vez que no escuchaba los pasos de ella, se detuvo.
-¿Piensas morir de frío esta noche?
Luego siguió caminando y ella le siguió. A pesar del frío que sentía, no deja de pensar que una vez estando en la habitación, el hombre no dejaría de aprovecharse de ella.