-No tienes que esperar a que mi hijo te busque; tú tienes que buscarlo. Debes embarazarte o tu padre pagará las consecuencias.
-Señora, no puedo buscarle a su hijo; él me odia.
-Debes hacerlo. De una u otra forma, esta noche tienes que entregarte a él. Me marcharé hoy; dentro de dos meses vuelvo y, si no te has entregado a mi hijo, mataré a tu padre y a tu madre.
Las amenazas de Carlota eran como cuchillas afiladas. Alexa sintió pánico y terror al mirar los ojos de la mujer, que hablaba y los movía como una maniaca.
Después de que la mujer se fue, se lanzó a la cama a llorar. A pesar de que Antón era muy guapo, ella no podría ofrecerse a él. Todo el día pasó encerrada en su habitación. Se comunicó con su mamá y, en esos minutos, llegó Antón. Al verla hablar por teléfono, caminó a pasos largos y arrancó el teléfono con fiereza.
-¿Por qué usas el teléfono? Tú no vas a tener comodidades aquí; baja ahora mismo y sírveme.
Alexa caminó a toda prisa; mientras más lejos estuviera del hombre, mucho mejor para ella. Bajó las gradas con rapidez. Cuando llegó a planta baja, una mujer muy hermosa le detuvo.
Ana contempló a la joven con envidia; era muy guapa, aún sin pintarse. Apretó sus puños y se llenó de celos al imaginar a esa joven durmiendo con Antón. Un segundo después bajó Antón, se acercó a ella y le dio un beso en la boca. Ante esos besos, Alexa giró su rostro a cualquier parte donde no estuvieran los dos. Por extraño que pareciera, sintió un dolor en su pecho.
-¿Qué haces ahí? -gruñó Antón-. Ve y tráenos fruta picada.
La joven se giró a toda prisa, sacó los frutos y empezó a pelarlos. No tenía ni cinco minutos que había llegado a la cocina y escuchó el grito de su esposo desde la sala.
-¿Hasta qué hora esperamos?
Alexa aceleró la mano y, en un descuido, se cortó. La sangre empezó a salir a toda prisa; palideció ante la rojiza sangre que manaba de su mano. Antón, al no obtener respuesta, se paró y se encaminó hasta la cocina. Caminó a pasos rápidos y la agarró por el brazo desde atrás.
-¿Por qué no contestas?
-Señor, me he cortado -respondió Alexa con una voz quebrada.
-No me interesa; pela la fruta y llévale a mi novia ahora.
Ella asintió y volvió a picar la fruta. La sangre aún salía sin control; el melón que estaba pelando se ensució de sangre. Antón le contempló la fruta manchada de sangre y sintió repugnancia.
-Ya déjalo así -gruñó con molestia mientras le quitaba la fruta de las manos.
El roce hizo chispas en su corazón; la mirada se enredó en los ojos verdes de Alexa. Bajó la mirada hasta la mano lastimada.
-Ve y cúrate... -replicó a la vez que se retiraba.
Ella contempló al hombre mientras se marchaba; su porte varonil, adjuntado a su cuerpo bien formado de espaldas, le hacía ver como una estrella de cine.
-¿Y las frutas?
-Olvídalo; es tan inútil que ni para eso sirve.
Ana suspiró muy cerca de la oreja de Antón y susurró unas cuantas palabras.
-Bebé, ¿y si subimos a la recámara?
-Mejor vamos a tu departamento.
Salieron de la hacienda y se dirigieron hasta el apartamento que Ana había rentado. Una vez dentro, ella empezó acariciando el cuello de su amado. Aunque él correspondía a los besos, sus pensamientos estaban con Alexa. Se sintió molesto consigo mismo. Expulsó esos pensamientos de su cabeza y se maldijo a sí mismo por tener que dedicar tiempo para pensar en la hija del asesino de su hermana.
Mientras tanto, Alexa curó su herida y se mantuvo el resto de la tarde en cama. Cuando cayó la noche, recordó lo que la madre de Antón le había dicho. Mientras más pasaban las horas, más angustiada se sentía. Con la angustia en mente, se quedó dormida hasta el siguiente día. Cuando despertó, su esposo no había vuelto; se quedó toda la noche a dormir con su amante.
A las 8 a.m., estuvo Antón en la mansión. Entró a toda prisa y, aquel día, Alexa no le vio; durante las dos últimas semanas, tampoco. Durante todas esas semanas, se comunicó con su madre para saber de su padre; siempre lo hacía a medianoche, donde todos dormían y solo ella estaba en la penumbra de la oscuridad.
Después de dos largas semanas, Antón regresó. Entró a la mansión haciendo resonar los zapatos brillosos, siguió hasta el despacho, donde hizo varias llamadas; luego se sentó exhausto. Las llamadas con insistencia de Ana le fastidiaron; lanzó el celular contra el sofá y agachó la cabeza para ordenar sus ideas.
Al rato, subió hasta la recámara, donde encontró a su esposa durmiendo. Antón había llegado a la madrugada; contempló el rostro perfecto de Alexa. Su pierna estaba al descubierto, ya que poseía un pijama pequeño de dormir. Luego, agarró una cobija, se encaminó hasta la habitación de huéspedes y cayó cansado a dormir.
Por la mañana, cuando Alexa despertó, entró a toda prisa a la ducha. Para su sorpresa, encontró a su esposo desnudo saliendo de la ducha. Con las dos manos, tapó sus ojos verdes mientras se daba la vuelta para salir del baño. Antón le tomó del brazo y le obligó a mirarlo.
-Si estás aquí, es por algo.
-Lo siento, creí que no había nadie -ella mantenía la mirada hacia cualquier otra parte.
Las ganas que Antón cargaba por haber estado dos semanas fuera le hicieron desear a su esposa. Con fuerza, la apega a él. Ella abrió sus ojos al sentir las caricias del hombre sobre su cuello. Pronto sintió las manos de Antón rozar sus nalgas. Fue entonces cuando decidió empujarlo y salir corriendo. Antón se quedó furioso, puesto que la hija de su enemigo se había atrevido a rechazarlo. Ninguna mujer se había atrevido a hacer tal desfachatez con él.
Lleno de odio, salió de la ducha, bajó las gradas y no la encontró por ningún lado. Salió de la mansión hacia la oficina, pensando que por la tarde esa maldita mocosa pagaría por su rechazo.
Mientras tanto, Alexa estaba en un rincón del balcón; las lágrimas no se hicieron esperar. Una a una fue mojando su delicado y hermoso rostro. Al no obtener respuesta de Antón, Ana se encaminó hasta la oficina. Caminó con coquetería hasta su amado, se sentó en su regazo con las piernas abiertas frente a él, hizo círculos sobre él, queriendo que Antón la hiciera suya una vez más.
Para su sorpresa, en esta ocasión él la rechazó. Con sus dos manos, la apartó mientras se paraba.
-¿Por qué estás así?
-No tengo ganas; tampoco lo haremos en mi oficina. Márchate.
Ana tragó grueso y, a la vez, una lágrima se desprendió de su pupila. La extraña reacción de Antón y su rostro de enojo le hizo sentirse herida. Nunca se había portado tan frío con ella; siempre había sido caballeroso, pero hoy estaba irreconocible. Le habló con tanta frialdad y enojo.