Cuando llegué al aula, los estudiantes ya estaban en sus lugares, charlando animadamente entre ellos con las manos. Sus sonrisas siempre lograban desvanecer la pesada carga que llevaba encima. Uno de los niños, Daniel, me saludó con entusiasmo, agitando las manos en un gesto exagerado.
-¡Maestra Lía, llegaste temprano hoy! -señaló rápidamente con las manos, acompañado de una sonrisa traviesa.
Asentí y levanté el pulgar, devolviéndole la sonrisa. La clase comenzó, y como siempre, el tiempo pasó volando. Me encantaba ver cómo los niños progresaban, cómo sus rostros se iluminaban al aprender una nueva palabra o al entender un concepto complicado. Durante esas horas, todo lo demás desaparecía.
Al final del día, mientras revisaba las tareas en el aula vacía, recibí un mensaje en mi teléfono. Era de mi madre. "Ethan irá por ti a las cinco. Prepárate."
Mi corazón se aceleró. Había aceptado el acuerdo, pero eso no significaba que estuviera lista para enfrentar lo que venía. Cerré los ojos por un momento, tratando de calmarme. Cuando miré el reloj, me di cuenta de que apenas tenía una hora para llegar a casa.
Salí de la escuela apresuradamente y tomé el autobús de regreso. El trayecto me pareció interminable. Cuando llegué, Ethan ya estaba allí, esperándome en el salón. Vestía un traje impecable, y su porte seguía siendo tan intimidante como la primera vez que lo vi.
Mi madre, siempre controladora, estaba de pie junto a él. Al verme entrar, chasqueó la lengua.
-Vas a salir con Ethan. Asegúrate de comportarte adecuadamente.
Ethan me observó con esos ojos que parecían ver más de lo que quería mostrar. Hizo un gesto hacia la puerta, indicándome que lo siguiera.
-Vamos.
Tomé mi bolso y asentí. No había nada que decir. Cuando salimos, me abrió la puerta del auto con una cortesía que parecía casi mecánica, como si estuviera acostumbrado a hacerlo, pero sin ponerle un ápice de intención real.
El viaje fue silencioso al principio. Ethan no parecía ser un hombre que hablara mucho sin una razón específica. Condujo por las calles de la ciudad como si conociera cada rincón, cada atajo.
-¿Siempre enseñas a niños? -preguntó de repente, rompiendo el silencio.
La pregunta me tomó por sorpresa. Lo miré y asentí, moviendo las manos rápidamente para responder: "Sí, es mi trabajo."
Ethan desvió la mirada por un instante hacia mis manos, como si estuviera intentando descifrar lo que decían.
-¿Eso te hace feliz? -preguntó, su tono neutral, pero sus ojos mostraban un atisbo de curiosidad.
Respondí con otro asentimiento, añadiendo un gesto que significaba "mucho".
Él no dijo nada más, pero parecía estar pensando en mi respuesta. Cuando llegamos a un edificio elegante en el centro de la ciudad, me indicó que bajara.
-Tenemos que hablar de los detalles del acuerdo -dijo mientras entrábamos al lobby.
Me guió hasta una oficina que parecía sacada de una revista de diseño: líneas modernas, tonos sobrios, y cada objeto colocado con precisión milimétrica. Ethan se sentó detrás de un escritorio enorme y me hizo un gesto para que tomara asiento frente a él.
-Esto es lo que necesitas saber -comenzó, su voz firme y directa-. Este matrimonio será estrictamente un contrato. No espero que hagas nada más allá de lo necesario para mantener las apariencias.
Lo miré fijamente, sin moverme. Él continuó.
-Todo el mundo sabrá que estoy casado, pero nadie debe saber quién eres. Tu identidad permanecerá completamente oculta.
Su tono era frío y práctico, como si estuviera dictando los términos de un negocio en lugar de hablar de un matrimonio. Me quedé inmóvil por un momento, procesando lo que acababa de decir. Ethan no quería una esposa en el sentido tradicional, solo quería cumplir con un requisito sin alterar demasiado su vida pública.
Levanté una mano y formé un gesto que significaba "¿por qué?".
Ethan me observó con atención, y por un momento, pensé que no iba a responder.
-Porque mi vida personal no le incumbe a nadie -dijo finalmente, encogiéndose de hombros-. Es más fácil manejar los rumores si la gente no tiene nada concreto que especular.
Quise insistir, pero sabía que no valía la pena. Sus reglas eran claras, y no había margen para discutirlas.
-Tendrás tu propio espacio en mi casa -continuó-. No intervendré en tus asuntos mientras no interfieran con los míos.
Quise preguntar qué significaba exactamente "interferir", pero en lugar de eso, levanté una mano y señalé "¿cuánto tiempo?".
Ethan pareció comprender.
-El tiempo que sea necesario -respondió, inclinándose ligeramente hacia adelante-. No más de un par de años, en principio.
La idea de pasar años bajo su techo, viviendo como una extraña en su vida, me resultaba aterradora, pero no tenía otra opción. Asentí lentamente, indicando que entendía.
Ethan me observó en silencio por un momento antes de continuar.
-Habrá reglas. No hables con la prensa, no compartas información sobre nuestra relación con nadie, y no rompas el acuerdo.
Era como si estuviera dictando términos de una transacción comercial. Tal vez eso era exactamente lo que esto era para él.
Cuando terminó de hablar, me miró como esperando alguna reacción. Levanté las manos una vez más y formé el gesto para "de acuerdo".
Ethan asintió, y por primera vez, vi una ligera curva en sus labios. No era exactamente una sonrisa, pero algo en su expresión parecía indicar que estaba satisfecho.
-Bien -dijo mientras se levantaba-. Te llevaré de regreso.
El viaje de vuelta fue igual de silencioso que el de ida, pero algo había cambiado. Ahora, no era solo un hombre desconocido. Era mi futuro esposo, aunque mi existencia sería un secreto para el resto del mundo.
Cuando llegamos a casa, mi madre nos estaba esperando en la puerta, como si no hubiera hecho otra cosa desde que nos fuimos.
-¿Todo listo? -preguntó, dirigiéndose únicamente a Ethan.
Él asintió.
-Ella está de acuerdo.
Mi madre me lanzó una mirada de aprobación, pero no dijo nada más. Ethan se despidió con un simple movimiento de cabeza antes de regresar a su auto.
Subí a mi habitación sin decir una palabra, cerrando la puerta tras de mí. Mis manos temblaban ligeramente mientras me quitaba los zapatos. Sabía que, a partir de ese momento, mi vida ya no me pertenecía.