A pesar de la distancia que aún manteníamos, él había insistido en que yo lo acompañara a una reunión fuera de la ciudad. "Será algo rápido", había dicho, y aunque no me explicó los detalles, entendí que mi papel sería similar al del evento anterior.
El viaje comenzó temprano esa mañana. El auto negro que nos llevaría llegó puntual, y el chofer, un hombre alto y de expresión seria, nos abrió la puerta con precisión casi militar. Ethan se aseguró de que yo estuviera cómoda antes de indicarle al chofer que arrancara.
Durante el trayecto, miré por la ventana, dejando que el paisaje me distrajera. Los edificios de la ciudad dieron paso a amplios campos verdes y carreteras solitarias. Ethan, sentado a mi lado, revisaba documentos en su tableta. Aunque parecía inmerso en su trabajo, de vez en cuando su mirada se desviaba hacia mí, como si quisiera asegurarse de que estaba bien.
-¿Estás cómoda? -preguntó de repente, rompiendo el silencio.
Asentí, levantando las manos para formar: "Sí, gracias".
Él observó mis movimientos por un momento antes de volver a su tableta. Era extraño cómo esos pequeños gestos de cortesía se habían vuelto parte de nuestra rutina.
Cuando llegamos al lugar de la reunión, una imponente mansión rodeada de altos muros y seguridad visible, supe que esto no era solo una reunión de negocios. Ethan intercambió palabras breves con los guardias en la entrada antes de guiarme al interior.
El ambiente en la sala principal era tenso. Un grupo de hombres trajeados hablaba en voz baja, sus miradas fijas en Ethan cuando entró. Yo me mantuve a su lado, observando en silencio mientras él tomaba el control de la conversación. Aunque no podía escuchar cada palabra, su postura y tono transmitían autoridad absoluta.
El tiempo pareció detenerse mientras la reunión avanzaba. Mi papel era limitado; apenas tuve que intervenir para traducir un par de frases. La mayor parte del tiempo, permanecí como una sombra, observando y absorbiendo la dinámica del lugar.
Cuando finalmente terminamos, Ethan me guió de regreso al auto con una mano firme en mi espalda. Sus palabras fueron escuetas, pero su mirada me dijo más de lo que sus labios dijeron.
-Vámonos.
El regreso a casa comenzó tranquilo. El ambiente dentro del auto era cómodo, casi relajado, y yo me permití cerrar los ojos por un momento, dejando que el sonido constante del motor me arrullara.
Sin embargo, mi paz se rompió abruptamente cuando el auto se detuvo de golpe. Abrí los ojos, confundida, y vi que Ethan ya estaba en alerta, su cuerpo tensándose mientras miraba hacia el frente.
-¿Qué pasa? -preguntó, su voz firme, dirigiéndose al chofer.
Antes de que pudiera responder, las puertas del auto se abrieron de golpe, y dos hombres enmascarados nos apuntaron con armas. Mi corazón comenzó a latir con fuerza, pero no hice ningún sonido. Solo miré a Ethan, buscando alguna señal de qué hacer.
-¡Bajen del auto, ahora! -ordenó uno de los hombres, su voz cortante.
Ethan alzó las manos lentamente, su rostro impasible, mientras salía primero. Me señaló con la cabeza que lo siguiera, y aunque mi cuerpo temblaba, obedecí.
Nos rodearon rápidamente, y uno de los hombres me sujetó del brazo con fuerza. Intenté resistirme, pero él me apretó aún más, obligándome a caminar hacia una camioneta que estaba estacionada al costado de la carretera.
-Déjenla ir -exigió Ethan, su voz resonando con una autoridad que parecía incongruente con la situación.
-No estás en posición de dar órdenes, Sinclair -respondió el otro hombre, acercándose a él.
Miré a Ethan, mis ojos suplicándole que hiciera algo, pero él apenas movió la cabeza en un gesto casi imperceptible, como diciéndome que me mantuviera tranquila.
Fui empujada dentro de la camioneta, y antes de que pudiera entender lo que estaba pasando, la puerta se cerró con un golpe. Desde la ventana, vi cómo dos hombres retenían a Ethan, mientras la camioneta arrancaba y me alejaba de él.
El miedo me invadió, pero lo reprimí como lo había aprendido desde niña. No podía permitirme entrar en pánico. Mis manos se movieron instintivamente, formando señas que nadie allí entendería, pero que me ayudaban a calmarme.
Estábamos en movimiento, y yo sabía que mi vida había cambiado de nuevo. ¿Por qué a mí? ¿Qué relación tenía esto con Ethan? Las preguntas se acumulaban en mi mente mientras miraba por la ventana, tratando de recordar cada detalle del camino, cualquier cosa que pudiera ayudarme a entender o escapar.
Lo único que sabía con certeza era que nada volvería a ser igual.
Ethan
El frío de la noche se colaba por las grietas de mi paciencia. Desde el momento en que se la llevaron, el mundo pareció detenerse. Mi mente, entrenada para controlar cualquier situación, luchaba contra la impotencia de no saber dónde estaba Lía ni qué le harían.
Mientras mis hombres rastreaban la camioneta en la que la habían subido, mi teléfono sonó. La vibración en mi mano me pareció un zumbido infernal. Contesté sin dudar, con el pulso acelerado.
-¿Dónde está? -solté, con la mandíbula apretada.
Un sonido distorsionado, casi metálico, llenó la línea antes de que una voz modulada hablara. Un codificador de voz. Cobardes.
-Ah, Sinclair... ¿Por qué tanta prisa?
Mi agarre en el teléfono se tensó.
-Dime qué quieres y por qué te llevaste a mi esposa.
La risa que sonó al otro lado de la línea fue lenta, burlona. Un escalofrío recorrió mi espalda.
-¿Esposa? -repitió el hombre con una burla evidente-. Qué gracioso... No es tu esposa, Ethan. Nunca lo ha sido. Pero claro, para ti, ella solo es un objeto más en tu colección.
Mis dedos se crisparon.
-Si le haces daño, te encontraré.
-Oh, claro que lo harás -respondió con burla-, pero dime, Sinclair... ¿Realmente te preocupa ella o solo te importa lo que su desaparición significa para ti? No mientas. No eres más que un impostor.
El aire se volvió denso en mis pulmones.
-¿De qué demonios estás hablando?
La voz al otro lado de la línea suspiró, como si se divirtiera con mi desesperación.
-Di la verdad. Di que eres un impostor. Que todo lo que has construido es una mentira. Y tal vez, solo tal vez, te la devuelva con vida.
El silencio que siguió fue peor que la amenaza. Mi mandíbula se tensó al punto de dolerme. No tenía tiempo para juegos psicológicos.
-Te arrepentirás de esto -murmuré con veneno en la voz.
La línea se cortó.
Arrojé el teléfono contra la pared con un grito ahogado. Mi pecho subía y bajaba con furia contenida. Lía estaba en peligro, y ese bastardo quería verme caer.
Mis hombres entraron en la habitación en ese momento.
-Señor, encontramos la camioneta abandonada en un callejón, pero sin rastro de ella.
Mi mirada se oscureció.
-Entonces sigan buscando. No se detengan hasta encontrarla.
No me importaba quién estaba detrás de esto. No me importaba qué secretos querían sacar a la luz. Lía era mía. Y haría lo que fuera necesario para recuperarla.