Sofia - Vendida al millonario
img img Sofia - Vendida al millonario img Capítulo 2 El Salvador
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Capítulo 6 Su mujer img
Capítulo 7 Una nueva esperanza img
Capítulo 8 Un millón de dólares img
Capítulo 9 Cinco millones img
Capítulo 10 Ilusión img
Capítulo 11 Matrimonio img
Capítulo 12 La habitación del tercer piso img
Capítulo 13 La habitación del tercer piso - parte 2 img
Capítulo 14 Nuevas enseñanzas img
Capítulo 15 Esperanza img
Capítulo 16 Esposa de verdad img
Capítulo 17 Cena de negocios img
Capítulo 18 Distinta img
Capítulo 19 Curiosidades img
Capítulo 20 Todos tenemos cicatrices img
Capítulo 21 Un Juego Peligroso img
Capítulo 22 Entre Luces y Sombras img
Capítulo 23 Sombras en la Gala img
Capítulo 24 El Juego de las Sombras img
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Capítulo 2 El Salvador

El sonido del teléfono vibrando sobre la mesa borra mi pequeña sonrisa.

-¿No vas a contestar? -pregunta Camila, recostada en la cama con una copa de vino en la mano, observándome con una sonrisa en los labios.

Estiro el brazo hacia el teléfono, pero cuando veo el nombre en la pantalla, siento cómo el corazón se me acelera. "Eduardo".

Mi corazón late más rápido, como si mi cuerpo ya supiera lo que viene. Miro a Camila, que ahora me observa en silencio, esperando. Trago saliva y deslizo el dedo por la pantalla.

-¿Aló? -mi voz suena tensa, y Camila no deja de mirarme.

Al otro lado de la línea, la voz grave de Eduardo rompe el silencio.

-Sofía.

El estómago se me revuelca al escuchar ese tono que nunca olvido.

-Necesito verte. Hoy. -La voz de Eduardo no es una sugerencia, es una orden.

Cierro los ojos por un momento, sintiendo el peso de la situación. No puedo escapar de él, no importa lo que haya pasado entre nosotros.

-Estoy ocupada -respondo, buscando ganar algo de tiempo.

Eduardo ríe suavemente, con ese tono que sabe cómo hacerme sentir pequeña.

-No me hagas repetirlo, Sofía. Sabes que cuando te llamo, no es opcional.

Siento un nudo en el estómago. No es negociable.

-Te espero en una hora en el club.

El teléfono se apaga en mis manos, y lo dejo sobre la mesa, mirando hacia el vacío.

-¿Era él? -pregunta Camila con voz suave, pero el brillo en sus ojos ya me dice que sabe la respuesta.

Asiento con una mezcla de frustración y resignación. Camila da un sorbo a su copa y se levanta de la cama, acercándose a mí.

-Tienes que ir, Sofía. No puedes hacer esperar a Eduardo. Ya sabes cómo se pone. -Su voz es baja, pero firme, como si supiera exactamente lo que significa desafiarlo.

No digo nada, pero siento el peso de la verdad en las palabras de Camila. Eduardo siempre ha tenido la última palabra.

Camila me mira un momento antes de soltar un suspiro.

-Haz lo que tengas que hacer -susurra-, pero recuerda que yo estoy aquí. Y si algún día decides irte... estaré contigo.

Asiento en silencio, aunque las palabras de Camila me dejan con más dudas que respuestas. Sabía que no podía contar con mucho más de ella. Camila también es parte del mundo de Eduardo.

Me levanto de la silla, comenzando a prepararme, mientras las palabras de Camila siguen resonando en mi mente.

Me alisto con rapidez, el rostro sereno pero el corazón aún acelerado. Sé lo que Eduardo espera de mí, conozco sus gustos, sus exigencias. Me visto con algo ajustado, algo que le agrade a él, algo que no se olvida en su mente: su mirada siempre apreciando mi cuerpo, mi forma de moverme. El vestido negro, corto, con un escote sutil, es perfecto para esta ocasión. Es lo que él prefiere, lo que me hace sentir que no tengo otra opción. No tengo que decir nada, porque sé cómo debo lucir, cómo debo comportarme.

Camila me observa en silencio desde la cama, su mirada atenta, como si estuviera esperando que cambie de opinión.

-Vas a ir a ese club... ¿y qué más? -pregunta, levantando una ceja.

La miro por un momento.

-Tengo que hacerlo. No hay forma de escapar. -Mi voz suena vacía, como si las palabras ya no tuvieran el poder de cambiar mi destino.

Camila no dice más, solo asiente, y salgo sin mirar atrás.

El club está oscuro, repleto de luces neón que apenas iluminan las caras de los clientes. El ambiente es tenso, cargado de humo y música electrónica a todo volumen. Camino hacia el despacho de Eduardo con pasos decididos, aunque por dentro hay un torbellino de dudas.

Al llegar, la puerta se abre de inmediato, como si me estuviera esperando. Eduardo está allí, de pie, con su típica mirada calculadora. Él siempre sabe cuándo llego, siempre sabe cuándo es el momento.

-Sofía -dice con voz grave, apenas levantando la vista de los papeles que tiene sobre el escritorio.

-Hola, Eduardo -respondo, manteniendo la calma, aunque mis manos tiemblan un poco.

La tensión se siente en el aire, como siempre que estamos juntos. La puerta se cierra tras mí, y el sonido de la música del club parece desvanecerse por un instante. Eduardo levanta la mirada, y su expresión cambia de inmediato, más seria.

-Un cliente se quejó de ti -dice, sus ojos fijos en mí.

Frunzo el ceño, sintiendo el nudo en mi estómago.

-¿De qué se quejó? -pregunto, aunque ya puedo adivinar la respuesta.

Eduardo se reclina en su silla, cruzando los brazos.

-De un mal servicio. Te dijeron que no cumpliste con lo que se esperaba. -Su voz es fría, distante, pero no hay duda en el tono. Está decepcionado.

Siento cómo el sudor me recorre la espalda. No es la primera vez que pasa esto. Pero nunca es fácil, nunca es sencillo enfrentarse a las consecuencias.

-Lo hice lo mejor que pude -respondo, tratando de mantener la voz firme, pero la inseguridad asoma en mis palabras.

Eduardo me observa un momento en silencio, y luego se pone de pie, acercándose a mí con calma.

-Yo te ayudo, Sofía. Tú lo sabes. Pero tienes que hacer tu parte. Si los clientes no están contentos, entonces todos lo pagamos. -Su tono no es una amenaza directa, pero las palabras pesan como una losa.

Trago saliva, sintiendo que mi pecho se aprieta. Cada palabra de Eduardo tiene un peso que no puedo ignorar.

-Lo entiendo -digo, bajando la mirada.

Él sonríe levemente, esa sonrisa fría que nunca llega a tocar sus ojos.

-Entonces, asegúrate de que no vuelva a pasar. No quiero más quejas.

Asiento rápidamente, y antes de que pueda decir algo más, Eduardo se vuelve hacia la ventana, como si ya hubiera terminado la conversación.

-Ahora vete. No quiero perder más tiempo.

Lo miro una última vez, sintiendo cómo todo se hunde un poco más en mi pecho. Pero no puedo quedarme. No puedo protestar. Solo tengo que salir, hacer lo que se me pida y esperar.

Con un suspiro, me doy la vuelta y salgo del despacho. El aire frío del club me recibe de nuevo, pero nada de eso importa. Eduardo ha hablado, y sé lo que eso significa.

Asiento rápidamente, sin decir más, y empiezo a dar la vuelta para salir del despacho, creyendo que la conversación ha terminado. El aire del club, denso y pesado, me recibe al otro lado de la puerta. Solo un paso más, y estaría fuera de ese lugar, alejada de Eduardo por un rato.

Pero cuando estoy a punto de salir, escucho su voz grave detrás de mí.

-¿A dónde crees que vas?

Me detengo en seco. Un escalofrío recorre mi columna vertebral. Mi cuerpo reacciona antes que mi mente, y me regresa nuevamente hacia su oficina.

Eduardo no me mira, está mirando algo en el escritorio, pero sus palabras son claras y frías.

-No te he dado permiso de irte.

El peso de sus palabras cae sobre mí como una losa. Mi respiración se detiene por un momento, y algo dentro de mí se revuelca.

-Pero... -intento decir, pero me quedo sin palabras. Lo sé, lo he sabido siempre: no puedo irme hasta que él lo diga.

Eduardo levanta la vista, sus ojos fijos en mí, y su rostro está completamente serio. La tensión en el aire aumenta, densa y opresiva.

-Todavía no has cumplido con lo que te pedí. -Su tono es más suave, pero su mirada es tajante. No hay duda en sus palabras.

Siento cómo mi cuerpo tiembla por dentro, pero no puedo mostrar debilidad. No ahora.

-¿Qué más quieres que haga? -pregunto, aunque sé que no puedo desafiarlo.

Eduardo se queda en silencio por un momento, luego se acerca lentamente a mí, sus pasos suaves pero firmes. Siento cómo su presencia me envuelve, el aroma a tabaco y cuero lo precede.

-Lo que quiero, Sofía, es que entiendas que no puedes hacer nada sin mi permiso. Nada. -Su voz se vuelve más suave, pero la amenaza subyace en cada palabra.

Trago saliva, mi mente corriendo a mil por hora. Sé que estoy atrapada en este ciclo, que no puedo escapar, que mi vida depende de lo que Eduardo quiera en ese momento.

Finalmente, asiento, mis ojos fijos en el suelo.

-Entiendo.

Eduardo sonríe con una leve satisfacción y, de nuevo, se vuelve hacia el escritorio.

-Entonces, vuelve a tu lugar. Me gustaría que lo pensaras. Pero, por ahora, quédate en el club.

No puedo hacer más que obedecer. Sé que, aunque quisiera, no tengo otro camino. Me giro lentamente, con la sensación de estar caminando sobre un hilo muy delgado. Y, sin mirar atrás, vuelvo a entrar en la oscuridad del club, sabiendo que esa noche, como tantas otras, aún no tengo libertad.

Al llegar al salón principal, veo a todas mis compañeras trabajando, muchas de ellas compartiendo su situación. Eduardo fue mi salvador de una gran deuda que contraje con personas como Alexander. Ahora estamos aquí, trabajando, vendiendo nuestro cuerpo a personas de la mafia, asesinos, incluso políticos.

            
            

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