Sofia - Vendida al millonario
img img Sofia - Vendida al millonario img Capítulo 3 Compensación
3
Capítulo 6 Su mujer img
Capítulo 7 Una nueva esperanza img
Capítulo 8 Un millón de dólares img
Capítulo 9 Cinco millones img
Capítulo 10 Ilusión img
Capítulo 11 Matrimonio img
Capítulo 12 La habitación del tercer piso img
Capítulo 13 La habitación del tercer piso - parte 2 img
Capítulo 14 Nuevas enseñanzas img
Capítulo 15 Esperanza img
Capítulo 16 Esposa de verdad img
Capítulo 17 Cena de negocios img
Capítulo 18 Distinta img
Capítulo 19 Curiosidades img
Capítulo 20 Todos tenemos cicatrices img
Capítulo 21 Un Juego Peligroso img
Capítulo 22 Entre Luces y Sombras img
Capítulo 23 Sombras en la Gala img
Capítulo 24 El Juego de las Sombras img
img
  /  1
img

Capítulo 3 Compensación

La música retumba en las paredes del club, pero a mí apenas me llegan los sonidos amortiguados del bajo y las conversaciones lejanas. Aquel hombre, el cliente que se ha quejado de mí, está sentado en un reservado, esperándome con una copa en la mano y una sonrisa llena de autosuficiencia.

-Mira quién está aquí -dice con voz grave, dejándome recorrer con la mirada como si ya le perteneciera-. Espero que estés lista para compensar tus errores.

Mi cuerpo se tensa al instante. Intento mantenerme firme, sosteniendo su mirada con la mayor dignidad posible.

-No creo que haya nada que compensar -respondo, cruzando los brazos con disimulo.

El hombre ríe, un sonido bajo y burlón. Deja su copa sobre la mesa y se recuesta contra el asiento de cuero.

-¿Eso crees? Yo pagué por un servicio, y tú no cumpliste. Ahora quiero que arreglemos esto de manera adecuada.

Sus palabras son veneno disfrazado de calma. Siento una punzada de miedo, pero me niego a doblegarme ante alguien como él. Doy un paso atrás, pero entonces, por el rabillo del ojo, veo una silueta en la ventana de la oficina privada en el segundo piso. Eduardo.

Observa la escena con una mirada impasible, pero conozco ese gesto en su rostro. Es una advertencia muda. No tengo escapatoria.

Trago saliva y vuelvo mi atención al hombre frente a mí. Su sonrisa se ensancha cuando nota mi cambio de actitud.

-Bien -murmura, poniéndose de pie-. Vamos a un lugar más privado.

Mi corazón martillea en mi pecho, pero mis pies se mueven solos. Lo sigo por el pasillo mientras las luces neón parpadean a nuestro alrededor. Las miradas de las otras chicas se desvían de mí, ninguna queriendo ver lo que va a pasar. Todas sabemos lo que significa desafiar a un cliente con conexiones.

La puerta de la habitación privada se cierra detrás de nosotros con un clic sordo. El hombre se gira lentamente hacia mí, y su sombra se alarga con la luz tenue de la lámpara de la esquina.

-Espero que esta vez sepas cómo comportarte, Sofía. -Su voz es un susurro venenoso mientras se acerca.

Contengo la respiración, sabiendo que no tengo otra opción.

El hombre se acomoda en el sillón, y yo me posiciono en el centro de la habitación. Enciende la música con un gesto pausado y la melodía lenta comienza a llenar el espacio. Sus ojos están fijos en mí, expectantes.

Detesto esta parte. Cada movimiento que hago no es para mí, sino para su placer. Pero no tengo elección. Comienzo a moverme con sensualidad, deslizándome al ritmo de la música. Siento su mirada recorrerme con esa mezcla de posesión y superioridad que tanto odio. Sé que esto es solo el comienzo.

Él sonríe con autosuficiencia y se inclina hacia adelante, bebiendo cada instante de mi danza. Lentamente, con una tranquilidad escalofriante, extiende la mano y tira suavemente de la tela de mi vestido, deslizándolo por mi hombro.

Mi cuerpo se estremece, pero no me detengo. No puedo. Porque sé que, en esta habitación, no hay escapatoria. Quedo únicamente en ropa interior, un conjunto negro de encaje que parece acentuar mi vulnerabilidad.

Su mirada me devora con lujuria, cada gesto suyo deja claro que lo de la queja es solo una excusa. No se trata de un mal servicio ni de su insatisfacción. Solo quiere volver a tenerme sin pagar.

-Ven aquí, putita -ordena, su voz goteando autoridad y deseo. Hace un gesto con la mano, indicándome que me arrodille. Sé lo que quiere.

Trago saliva, sintiendo cómo la opresión en mi pecho se hace más fuerte. Mis piernas tiemblan, pero aun así, doy un paso adelante. Cada movimiento me pesa como si llevara cadenas invisibles.

El silencio en la habitación se vuelve más denso con cada segundo que pasa. Él se reclina en el sillón, expectante, disfrutando mi lucha interna. No es solo el acto en sí, es su placer de verme sometida, quebrada a su voluntad.

-Sabes lo que tienes que hacer -susurra, con una sonrisa cruel.

Mi mente grita, pero mi cuerpo obedece. Lentamente, me dejo caer sobre mis rodillas, sintiendo la frialdad del suelo contra mi piel. Su mano se desliza por mi mejilla, acariciándome con una falsa ternura antes de enredarse en mi cabello.

Apreto los ojos por un instante, preparándome para lo inevitable. Porque aquí, en esta habitación cerrada, no tengo opción. Y él lo sabe.

Con manos temblorosas, desabrocho su pantalón. Él baja la cremallera con calma, disfrutando cada segundo, y yo termino de bajarlo. Como lo esperaba, no lleva nada debajo. Su respiración se vuelve más pesada, anticipando lo que viene a continuación.

-No te hagas la tímida ahora -murmura, tirando suavemente de mi cabello para obligarme a mirarlo. Sus ojos reflejan una mezcla de lujuria y dominio absoluto.

Intento mantener mi mente en otro lugar, en cualquier otro sitio donde pueda sentirme lejos de aquí, lejos de él. Pero sé que la realidad no me dará tregua. No mientras siga atrapada en este juego donde nunca fui más que una pieza de su propiedad.

Introduje su miembro en mi boca. Parecía que ya había estado con alguien más, el lubricante del preservativo aún se veía. Él me tenía sujeta del cabello y guia mis movimientos, metiéndolo hasta el fondo. En mi mente, me reí, ya que era pequeño y llegaba fácilmente a mi boca. Sus gemidos no tardaron en llegar.

Me levanta rápidamente y termina de desnudarse, mostrando una mezcla de emoción y excitación. Yo hago lo mismo, pongo el resto de mi ropa en el sillón, y un tatuaje en mi pecho se hace visible: «Eduardo», la marca que todas las chicas llevaban, como si fuera un símbolo de propiedad. Tomo un preservativo del cajón, pero se niega.

-Esta será tu forma de compensarme, hoy lo haremos a lo natural.

-No, tú ya sabes la regla, siempre debes usar preservativo... -Antes de que pudiera decir algo más, me dio una bofetada.

-Cierra la boca, no tienes permiso para hablar.

Con algo de fuerza, me lleva a la cama, yo intento negarme, no quiero que me contagie de nada, pero me da otra cachetada con más fuerza, abre mis piernas y, sin pensarlo, me penetra directamente.

Me agarra de las manos y, aunque quiero negarme, sé que no puedo. Su cara muestra satisfacción al ver que me resisto, les gusta demostrar su superioridad.

Siento cómo su semen inunda mi interior, y él se ríe a carcajada limpia mientras se viste y sale. Yo estoy ahí, desnuda, llorando, pero me doy cuent

            
            

COPYRIGHT(©) 2022