Sofia - Vendida al millonario
img img Sofia - Vendida al millonario img Capítulo 4 Nuevo dueño
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Capítulo 6 Su mujer img
Capítulo 7 Una nueva esperanza img
Capítulo 8 Un millón de dólares img
Capítulo 9 Cinco millones img
Capítulo 10 Ilusión img
Capítulo 11 Matrimonio img
Capítulo 12 La habitación del tercer piso img
Capítulo 13 La habitación del tercer piso - parte 2 img
Capítulo 14 Nuevas enseñanzas img
Capítulo 15 Esperanza img
Capítulo 16 Esposa de verdad img
Capítulo 17 Cena de negocios img
Capítulo 18 Distinta img
Capítulo 19 Curiosidades img
Capítulo 20 Todos tenemos cicatrices img
Capítulo 21 Un Juego Peligroso img
Capítulo 22 Entre Luces y Sombras img
Capítulo 23 Sombras en la Gala img
Capítulo 24 El Juego de las Sombras img
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Capítulo 4 Nuevo dueño

El agua fría resbala por mi piel, pero no me importa. Me restriego con fuerza, como si pudiera borrar lo que acaba de pasar. Pero no importa cuánto me frote, la suciedad sigue ahí, impregnada en lo más profundo de mí.

Después de quince minutos bajo la ducha, mis piernas comienzan a temblar y mis dedos están entumecidos. No puedo seguir aquí. Respiro hondo y cierro la llave. El silencio de la habitación me envuelve cuando salgo envuelta en una toalla.

Entonces lo veo.

Eduardo está ahí, recostado contra la pared con los brazos cruzados. Su expresión es inescrutable, pero hay algo en su mirada que me hiela la sangre. Apenas levanta una ceja al verme, como si no le sorprendiera encontrarme así.

Lo primero que nota es el enrojecimiento en mi mejilla. Una marca roja, fresca. Como si alguien me hubiera dado una bofetada hace poco.

-Sigues de rebelde, ¿eh? -su voz es baja, pero cargada de ese tono frío y controlado que siempre usa conmigo.

Mi estómago se revuelve. No sé si se refiere a lo que pasó con el cliente o a algo más.

-¿Qué haces aquí? -pregunto, con la garganta seca.

Eduardo se separa de la pared y se acerca lentamente. Cada paso suyo resuena en mis oídos como una advertencia.

-Vine a ver qué tan bien aprendiste tu lección -dice con una media sonrisa que no llega a sus ojos-. Pero parece que todavía necesitas más disciplina.

Mi piel se eriza. Eduardo nunca levanta la voz, nunca amenaza directamente. No lo necesita. Su simple presencia es suficiente para recordarme que no tengo escapatoria.

Se detiene a solo unos centímetros de mí y levanta la mano. Instintivamente, me encojo, pero en lugar de golpearme, toma un mechón de mi cabello húmedo y lo observa entre sus dedos.

-Me gustaría pensar que entiendes lo que pasa cuando desobedeces, Sofía -murmura-. Pero a veces me das razones para dudarlo.

Trago saliva. Sé que cualquier palabra equivocada puede empeorar las cosas.

-No desobedecí -susurro-. Hice lo que querías.

Eduardo sonríe, pero en sus ojos no hay rastro de calidez.

-Eso espero -dice, soltando mi cabello-. Porque no me gusta repetir las cosas dos veces.

Su mirada me recorre lentamente, deteniéndose en la toalla que envuelve mi cuerpo.

-Vístete y ven conmigo -ordena-. Tenemos cosas de qué hablar.

Y sin esperar respuesta, se gira y camina hacia la puerta. Antes de salir, se detiene por un momento y, sin mirarme, añade:

-No me hagas esperar.

La puerta se cierra detrás de él, y el aire en mis pulmones se siente pesado.

No tengo opción. Nunca la tuve.

Me seco rápido y busco algo que ponerme. Algo que me haga sentir menos vulnerable, aunque sé que con Eduardo, la ropa nunca ha sido una barrera.

Me miro en el espejo por un instante. Mi reflejo me devuelve una mirada vacía.

Respiro hondo y salgo de la habitación.

Eduardo me espera. Y yo no tengo otra opción más que seguir jugando su juego.

Caminé detrás de él por los pasillos del club, con la sensación de que cada paso me hundía más en un abismo del que no podía escapar. El ruido de la música y las voces de los clientes llegaba amortiguado hasta mis oídos, pero yo apenas lo registraba.

Al llegar a su oficina, Eduardo cerró la puerta detrás de mí y se apoyó contra su escritorio. Me observó por un momento, como si evaluara si aún valía la pena lidiar conmigo.

-Tienes suerte -dijo al fin-. Podría haber sido peor.

Mi mandíbula se tensó, pero no dije nada. Sabía que responderle solo empeoraría las cosas.

-Hoy quiero que atiendas a alguien especial -continuó, con un tono que no admitía discusión-. Un cliente importante.

Mi estómago se revolvió. Sabía lo que eso significaba. No era un cliente cualquiera, no era alguien que solo venía a mirar. "Especial" era la palabra que Eduardo usaba cuando quería asegurarse de que todo saliera perfecto... a cualquier costo.

-No estoy en condiciones para-

-No me interesa cómo te sientas -me interrumpió, su voz afilada-. Vas a hacerlo. Y vas a sonreír mientras lo haces.

Mi respiración se agitó, pero logré contener las lágrimas. Sabía que no serviría de nada resistirme. Eduardo nunca pedía. Ordenaba. Y si no obedecía, las consecuencias siempre eran peores.

-¿Quién es? -pregunté en voz baja.

Él sonrió, satisfecho de que ya no discutiera.

-Alguien que podría asegurarse de que no tengas que volver a preocuparte por... incidentes como el de hoy. Si lo complaces, quizás incluso te trate mejor que los demás.

Sentí un nudo en la garganta. Era su forma de decirme que este cliente tenía poder. Más que el hombre de antes. Más que la mayoría de los que venían aquí. Y yo solo era otra ficha en el tablero de Eduardo.

-Te estaré observando -añadió, su tono más suave, pero igual de peligroso-. No me hagas quedar mal.

Mi cuerpo estaba entumecido, pero asentí lentamente. No tenía elección. Nunca la tenía.

Eduardo sonrió con satisfacción y abrió la puerta.

-Vamos. No hagamos esperar a nuestro invitado.

Eduardo me guió por los pasillos del club, su mano en mi espalda como si me escoltara a algún evento de gala, cuando en realidad me estaba entregando como si fuera parte del servicio.

Las luces neón parpadeaban sobre mi piel mientras pasábamos por las mesas llenas de clientes, risas y copas alzadas. Nadie prestaba atención a una chica más caminando con el jefe. Nadie se preguntaba a dónde iba ni por qué mi expresión estaba vacía.

Llegamos a una de las habitaciones privadas, más lujosa que la mayoría. Eduardo abrió la puerta y me empujó suavemente hacia dentro.

-Compórtate -susurró en mi oído antes de cerrar la puerta tras de mí.

El aire estaba impregnado de un perfume fuerte y caro. Frente a mí, sentado en un sillón de cuero, había un hombre que no reconocía.

No era como los clientes habituales del club. Su traje era impecable, sus zapatos brillaban como si jamás hubieran tocado el suelo de la ciudad, y su postura exudaba confianza. Pero lo que más me inquietó fue su mirada.

Me escaneó de arriba abajo con una calma estudiada, como si estuviera analizando cada detalle antes de decidir qué hacer conmigo.

-Así que tú eres Sofía -dijo finalmente, con una voz tranquila pero firme.

No supe qué responder. Solo asentí.

El hombre sonrió levemente y se inclinó hacia adelante, apoyando los codos en las rodillas.

-Eduardo habla mucho de ti. Dice que eres especial.

Mi corazón latía con fuerza, pero mantuve mi rostro impasible. No tenía idea de qué esperaba este hombre de mí, pero ya había aprendido que los clientes "especiales" nunca significaban nada bueno.

-Acércate -ordenó, sin levantar la voz.

Obedecí, dando pasos lentos hasta quedar a un metro de él.

-¿Sabes quién soy? -preguntó.

Negué con la cabeza.

-No importa -continuó-. Lo único que debes saber es que, a partir de ahora, me pertenecerás a mí.

El aire se volvió pesado a mi alrededor. Algo en su tono dejaba claro que no era una simple oferta.

-¿Qué quiere decir con eso? -mi voz salió más temblorosa de lo que me hubiera gustado.

Él se inclinó aún más, sus ojos clavados en los míos.

-Significa que si juegas bien tus cartas, no tendrás que preocuparte por nadie más. Ni por Eduardo, ni por clientes desagradables. Solo por mí.

Un escalofrío recorrió mi espalda. No sabía si eso era una amenaza o una promesa. Pero en este mundo, cualquier oferta de protección siempre tenía un precio.

Y yo no estaba segura de estar dispuesta a pagarlo.

            
            

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