Sofia - Vendida al millonario
img img Sofia - Vendida al millonario img Capítulo 5 Escape
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Capítulo 6 Su mujer img
Capítulo 7 Una nueva esperanza img
Capítulo 8 Un millón de dólares img
Capítulo 9 Cinco millones img
Capítulo 10 Ilusión img
Capítulo 11 Matrimonio img
Capítulo 12 La habitación del tercer piso img
Capítulo 13 La habitación del tercer piso - parte 2 img
Capítulo 14 Nuevas enseñanzas img
Capítulo 15 Esperanza img
Capítulo 16 Esposa de verdad img
Capítulo 17 Cena de negocios img
Capítulo 18 Distinta img
Capítulo 19 Curiosidades img
Capítulo 20 Todos tenemos cicatrices img
Capítulo 21 Un Juego Peligroso img
Capítulo 22 Entre Luces y Sombras img
Capítulo 23 Sombras en la Gala img
Capítulo 24 El Juego de las Sombras img
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Capítulo 5 Escape

Las primeras semanas después del nacimiento de mi bebé fueron un remolino de emociones y agotamiento. A veces, cuando lo tenía en brazos y lo veía dormirse, sentía que el mundo tenía sentido, que tal vez las cosas podrían mejorar.

Alexander había estado a mi lado todo ese tiempo. Me llevó al hospital cuando las contracciones se volvieron insoportables, pagó los gastos médicos sin dudarlo, y fue el primero en cargar a mi hijo, con una sonrisa de orgullo en el rostro.

Yo había confiado en él.

Pero con el paso de los meses, el hombre dulce y protector que me había prometido un futuro mejor empezó a cambiar. Al principio, fueron cosas pequeñas. Llegadas tarde, respuestas cortantes cuando le pedía ayuda, una mirada impaciente cuando el bebé lloraba demasiado. Me repetía a mí misma que era el estrés, que era normal.

Pero pronto, las palabras se volvieron más frías.

-Sofía, ¿piensas quedarte aquí todo el día sin hacer nada? -me soltó una noche mientras se abotonaba la camisa frente al espejo.

-No estoy sin hacer nada -murmuré, meciéndome en la cama con el bebé en brazos-. Estoy cuidando a nuestro hijo.

-No es mi hijo -espetó de repente.

Sus palabras fueron un golpe en el pecho. Sentí que el aire se me iba.

-¿Qué dijiste? -Mi voz salió temblorosa.

Alexander se giró y me miró con fastidio.

-No me malinterpretes. Lo quiero, pero no es mi responsabilidad. Y tampoco lo es mantenerte a ti.

Me quedé en silencio, sintiendo cómo el miedo se instalaba en mi pecho.

-Yo... Pensé que...

Pero no terminé la frase. Me equivoqué al pensar que esto era algo más. Desde que me recogió, nunca me tocó ni mostró interés en hacerlo. Nunca hubo caricias, besos o promesas de amor. Yo no era su pareja, solo una carga temporal, y en el fondo, siempre lo supe. Solo quise engañarme con la idea de que alguien podía ayudarme sin esperar algo a cambio.

Alexander resopló, como si le diera risa mi ingenuidad.

-Sofía, yo te ayudé. Te di un techo, comida, ropa. Pagué tus gastos médicos. ¿O crees que todo eso fue gratis?

Algo en su tono me hizo estremecerme.

-No entiendo...

Se acercó a la cómoda y sacó un sobre. Me lo arrojó a la cama, justo al lado de mi hijo dormido.

-Lee eso.

Con manos temblorosas, abrí el sobre y saqué un montón de papeles. Facturas. Recibos. Sumas de dinero que jamás en mi vida hubiera podido pagar.

-¿Qué es esto?

Alexander cruzó los brazos y se apoyó contra la pared.

-Es lo que me debes. Más de diez mil dólares.

Mi boca se secó de inmediato.

-¿Cómo que te debo? -balbuceé-. Yo... Yo no tengo ese dinero.

Él se encogió de hombros con indiferencia.

-No es mi problema. Te lo di todo cuando no tenías nada. Ahora es momento de que me lo devuelvas.

-Pero... ¿Cómo esperas que te pague algo así?

Su sonrisa fue lenta, maliciosa.

-Hay formas, Sofía. Y sé que puedes encontrar la manera.

Un escalofrío me recorrió la espalda.

Claro que sabía que esto pasaría. Desde el primer día entendí que tarde o temprano pagaría el precio. Solo me había permitido creer que aún tenía tiempo antes de que llegara ese momento.

Ahora, ya no había escapatoria.

El sonido de la puerta cerrándose con un golpe sordo me dejó claro que Alexander se había ido. Me quedé en la cama, con los papeles aún en las manos, pero apenas podía leer los números. Mi mente estaba en otra parte.

Diez mil dólares.

¿Cómo esperaba que pagara una suma así? No tenía trabajo, ni dinero, ni familia a la que acudir.

Miré a mi bebé, dormido y ajeno a la pesadilla en la que estábamos atrapados. No iba a quedarme aquí para ver en qué formas quería que "pagara".

Me levanté de golpe, con el corazón martilleando en mi pecho. No tenía un plan, solo la urgencia de salir de ahí antes de que fuera demasiado tarde.

Fui hasta el armario y saqué una pequeña maleta. Metí lo primero que encontré: un par de mudas de ropa, un biberón, la poca leche de fórmula que tenía. Revisé los cajones en busca de algo de dinero, pero apenas encontré unas monedas y un billete arrugado de veinte dólares. No sería suficiente, pero tenía que intentarlo.

Mi respiración se aceleraba con cada segundo que pasaba. Cerré la maleta y tomé a mi bebé en brazos, asegurándome de que estuviera bien envuelto en una manta. Tenía que irme antes de que Alexander regresara.

Salí de la habitación con pasos rápidos pero silenciosos. Bajé las escaleras conteniendo la respiración, cada crujido del suelo me parecía un grito en medio del silencio. Me detuve frente a la puerta principal y extendí la mano hacia la perilla.

Pero antes de que pudiera tocarla, una voz detrás de mí me heló la sangre.

-¿A dónde crees que vas, Sofía?

Me giré con el corazón en la garganta.

Alexander estaba allí, apoyado contra la puerta de su oficina, con los brazos cruzados y una sonrisa ladina en el rostro.

-¿Pensaste que podías irte sin más? -preguntó, con una calma que me asustó más que si hubiera gritado.

Mi agarre sobre la maleta se tensó.

-Yo... Solo quería tomar un poco de aire -intenté decir, pero mi voz sonó temblorosa.

Alexander soltó una risa baja y negó con la cabeza.

-No mientas. Sabes que odio que me mientan.

Dio un paso hacia mí, y por instinto, retrocedí.

-No puedes irte, Sofía. No hasta que me pagues lo que me debes.

Su mirada bajó hasta la maleta y luego a mi bebé en mis brazos.

-Así que será mejor que subas de nuevo y dejemos esto atrás.

Mi respiración se volvió errática. Sabía que si no me iba ahora, nunca podría hacerlo.

Pero también sabía que, en este momento, no tenía escapatoria.

La maleta se deslizó de mi mano y cayó al suelo con un ruido sordo. Sabía que no tenía sentido insistir, no cuando Alexander me tenía atrapada. Apreté a mi bebé contra mi pecho, sintiendo cómo su calor y su respiración tranquila contrastaban con el terror que se extendía dentro de mí.

Alexander sonrió con autosuficiencia y extendió la mano hacia mí.

-Dámelo -ordenó, señalando al bebé.

Mi cuerpo se tensó de inmediato.

-¿Qué? No... no hay necesidad de eso -intenté decir, dando un paso atrás.

-No quiero que hagas una estupidez, Sofía -su voz sonaba paciente, como si le estuviera hablando a una niña que no entendía el peligro en el que se encontraba-. Dame al bebé y sube las escaleras.

Mi corazón latía con fuerza. No iba a entregárselo.

Apreté los labios, negándome a moverme. Alexander suspiró con falsa exasperación y se acercó, tomándome del brazo con una fuerza que dolió.

-No hagas esto más difícil de lo que debe ser -susurró-. ¿O crees que no sé lo que intentabas hacer?

Mi garganta se cerró.

-Yo... no iba a irme -mentí, pero él solo me miró con una sonrisa burlona.

-Claro que sí. Y eso me duele, Sofía. Después de todo lo que hice por ti, después de todo lo que te di. ¿Así me lo pagas?

Mis ojos se llenaron de lágrimas, pero parpadeé rápidamente para contenerlas.

-Te lo pagaré... de alguna forma. Solo dame tiempo.

Alexander inclinó la cabeza, fingiendo considerar mis palabras.

-¿De alguna forma? -repitió con diversión-. Oh, Sofía, ¿crees que no he pensado en eso?

Su agarre en mi brazo se apretó un poco más, obligándome a soltar un pequeño jadeo de dolor.

-Tienes una deuda que pagar, y tengo un amigo que está muy interesado en conocerte -continuó, como si estuviéramos hablando de un simple negocio-. Tal vez podríamos llegar a un acuerdo.

Mi estómago se hundió. Sabía exactamente lo que quería decir.

-No -susurré, sacudiendo la cabeza-. No voy a hacer eso.

Alexander me observó por un momento y luego suspiró, soltando mi brazo con brusquedad.

-Tienes razón -dijo-. No puedes hacerlo... todavía. Pero créeme, Sofía, cuando digo que no tienes opción.

Se agachó, recogió la maleta del suelo y me la entregó.

-Súbela a la habitación. Descansa. Mañana hablaremos de cómo empezarás a pagarme.

Me quedé paralizada, sintiendo el peso de sus palabras caer sobre mí como una condena.

No había escapatoria. No esta noche.

Así que apreté la maleta contra mi pecho, sosteniendo a mi bebé con la otra mano, y di media vuelta para subir las escaleras. Pero dentro de mí, juré que encontraría la forma de salir de este infierno.

                         

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