Ana sonrió débilmente, mirando el plato de pasta frente a ella, que había quedado intacto. No tenía hambre, pero no sabía cómo expresar lo que realmente sentía. Algo en su pecho se oprimía cada vez que la conversación tomaba ese tono monótono, como si los dos estuvieran viviendo en mundos paralelos que rara vez se cruzaban.
- Bien. Un día normal. -respondió, buscando algo que decir, pero sintiendo que sus palabras eran ecos vacíos.
El apartamento era hermoso, sin lugar a dudas: muebles modernos, colores neutros y un estilo minimalista que reflejaba la perfección, pero esa perfección no podía ocultar lo que había debajo. Ana podía sentir cómo la rutina de los días la envolvía, apretando cada vez más las paredes de su vida.
De vez en cuando, su mirada se encontraba con la de Sebastián, y en esos breves momentos, sentía como si él estuviera allí, pero al mismo tiempo, tan lejano. Su rostro, hermoso pero impasible, siempre tan tranquilo, tan calculador. ¿Qué le había pasado al hombre que una vez la había mirado con pasión? Ana no podía recordar. O mejor dicho, no quería recordar.
La incomodidad se hacía más palpable a medida que pasaba el tiempo. No sabían cómo llenar los silencios. Las risas se habían ido desvaneciendo, y los "te quiero" ya no sonaban genuinos, sino casi como una rutina que debían seguir.
- ¿Sabes? Estaba pensando en las vacaciones. - Sebastián cambió de tema, pero Ana notó el ligero tono distante en su voz. Como si hablase de algo que no le importaba tanto como debía.
- ¿Vacaciones? - Ana levantó la vista, sorprendida por la repentina aparición del tema. ¿Vacaciones? ¿De verdad?
- Sí. Un destino tranquilo. Tal vez una isla o algo por el estilo. Quiero decir, hemos estado trabajando mucho. - Sebastián no levantó la mirada de su teléfono, como si esa propuesta no tuviera nada que ver con él realmente, solo una obligación.
Ana pensó por un momento, luego asintió con la cabeza sin decir nada. "Vacaciones." Todo sonaba tan distante, tan ajeno. En un principio, pensó que podría ser una oportunidad para recobrar lo perdido, para acercarse, pero una parte de ella sabía que cualquier intento era en vano. Algo más profundo, algo irreparable, había comenzado a fracturar su relación.
- Ana, ¿estás escuchando? - Sebastián levantó la vista, finalmente preocupado.
- Sí, claro. - Ana lo miró fijamente, sintiendo una punzada de frustración. ¿Por qué él no veía lo que ella veía? ¿Por qué no notaba las grietas, los susurros que se colaban entre ellos?
- Parece que no estás tan entusiasmada con la idea... - Sebastián observó con detenimiento.
Ana vaciló, y luego dejó escapar una pequeña risa sin alegría. "Ni siquiera sé si podríamos compartir un lugar como ese. En este momento, estaríamos tan lejos el uno del otro como ahora."
El silencio invadió la habitación, y ambos quedaron atrapados en una burbuja que cada vez se hacía más opresiva.
Esa misma noche, Ana y Sebastián fueron invitados a una cena familiar. La casa de los padres de Sebastián estaba llena de gente, risas y voces, pero Ana se sentía como un espectro, desplazada en ese ambiente bullicioso. Las conversaciones giraban en torno a temas triviales, mientras Ana se mantenía en silencio, observando desde su rincón.
En algún momento, la tía de Sebastián, una mujer robusta y de risa contagiosa, comenzó a hablar de su pasado.
- ¿Sabían que Sebastián y Gabriel fueron inseparables cuando eran jóvenes? - dijo la tía, mientras servía el vino tinto en las copas, sin notar el cambio inmediato en la expresión de Sebastián.
Ana lo notó de inmediato. Sebastián se quedó inmóvil por un segundo, y sus ojos, que antes brillaban con indiferencia, se oscurecieron ligeramente. La mención del nombre de Gabriel provocó una reacción sutil, casi imperceptible, en él. Como si una sombra hubiera cruzado su rostro, y con un gesto involuntario, sus labios se apretaron.
¿Gabriel? El nombre flotó en el aire como un eco. Ana lo repetía en su cabeza, pero no lograba comprender completamente la reacción de Sebastián. ¿Quién era Gabriel para él?
- Sí, Gabriel. Siempre juntos... Como dos hermanos. Pasaban todo el tiempo en mi casa, ¿recuerdas, Sebastián? - insistió la tía, mientras todos en la mesa sonreían.
Ana observó a Sebastián. Algo en su postura cambió. Se enderezó un poco, pero su mirada no se encontraba con la de Ana. ¿Era solo su imaginación o Sebastián parecía incómodo? Como si quisiera desvincularse de esa parte de su pasado.
- Sí, claro. - Sebastián murmuró, tomando un sorbo de su copa de vino y mirando hacia otro lado, como si evitara profundizar más en el tema.
Ana sintió una punzada en su pecho. Gabriel. Ese nombre seguía resonando en su cabeza, y por un segundo, no pudo evitar preguntarse si había algo más entre Sebastián y ese tal Gabriel. Algo que no le habían contado.
La conversación siguió su curso, pero para Ana, el ambiente se volvió denso. Sentía que algo importante se le escapaba, algo que no lograba entender por completo. ¿Por qué Gabriel causaba tal incomodidad en Sebastián? El nombre se repetía en su mente, y con cada repetición, la sensación de inquietud crecía. Algo estaba escondido, algo que ni ella ni Sebastián querían desenterrar.
La noche terminó sin más incidentes, pero Ana no pudo dejar de pensar en ese momento, en la sombra que había cruzado por el rostro de Sebastián. Algo estaba mal, y ella lo sabía. Pero, ¿qué?