Ana se encontraba al fondo de la habitación, observando el panorama. Su copa de vino estaba apenas a la mitad, sus dedos nerviosos la giraban entre sus manos. Sebastián había pasado gran parte de la noche conversando con su hermano, Tomás, y algunas de las personas que se acercaban a la mesa del buffet. Sin embargo, Ana no podía evitar sentirse desconectada de todo lo que la rodeaba. Algo en ella había cambiado en las últimas semanas. La mención de Gabriel, el distanciamiento de Sebastián, la fría rutina de su matrimonio... Todo la había llevado a una profunda reflexión.
De pronto, la puerta principal se abrió con un sonido que cortó la música de fondo y, en ese instante, Ana sintió un pequeño estremecimiento recorrer su espalda. Fue una presencia sutil, pero penetrante. Sebastián levantó la cabeza rápidamente, su rostro enrojeció por un instante, pero su expresión se mantuvo seria, controlada. Ana observó, fascinada y desconcertada.
Una figura alta, de cabello oscuro y algo despeinado, entró en la habitación. Su presencia era imponente, casi como si el aire mismo lo hubiera reconocido. Gabriel. No era un desconocido para Ana, ni mucho menos. La última vez que lo había visto, el tiempo parecía haberse detenido entre ellos. Aunque no compartían palabras, algo en sus miradas había dicho mucho más de lo que cualquier conversación podría haber expresado.
Gabriel avanzó lentamente hacia el centro de la sala, saludando a algunos familiares con una sonrisa tímida, pero su mirada se mantuvo fija en Sebastián por un momento antes de desviar hacia Ana. Los ojos de ambos se encontraron brevemente, y en ese instante, el mundo alrededor de ellos pareció desvanecerse. Era como si las palabras no fueran necesarias, como si todo lo que había sucedido antes de ese momento hubiera dejado una huella indeleble entre ellos, algo que ni el tiempo ni las circunstancias podrían borrar.
- ¿Gabriel? - La voz de Sebastián sonó más tensa de lo que Ana esperaba. Era una mezcla de sorpresa y algo más profundo, algo que estaba oculto bajo su tono tranquilo. - No sabía que vendrías...
Gabriel sonrió de forma enigmática, un gesto que transmitía tanto misterio como familiaridad. No era una sonrisa de bienvenida, sino más bien una sonrisa de conocimiento compartido, como si ambos estuvieran conscientes de algo que los demás ignoraban.
- Tuve un cambio de planes. Pensé que sería una buena ocasión para... ponernos al día. - dijo Gabriel, mientras su mirada pasaba por encima de los rostros de los presentes, pero siempre regresando a Sebastián y luego a Ana.
Los invitados, que en su mayoría se habían dispersado por la sala, comenzaron a notar la extraña energía que había surgido con la entrada de Gabriel. Había una tensión palpable, como si el aire se hubiera espesado. Los murmullos comenzaron a expandirse, y algunas sonrisas se volvieron forzadas.
Ana, curiosa, pero también inquieta, intentó no mostrar su incomodidad. Se mantenía cerca de la mesa, fingiendo interés en una conversación trivial sobre el clima que había comenzado con una de las tías de Sebastián. Sin embargo, sus ojos no podían evitar seguir el movimiento de Gabriel. No solo era su presencia lo que la desconcertaba; era el hecho de que había algo en su postura, en la forma en que miraba a Sebastián, que no podía dejar de interpretar. ¿Qué había pasado entre ellos?
Al poco tiempo, Gabriel se acercó a Ana, dejando de lado a los demás. Su mirada fue directa, casi desarmante. Sus ojos, tan intensos como ella recordaba, la miraron con una mezcla de reconocimiento y algo más profundo, algo que Ana no lograba entender del todo.
- Hace mucho que no nos vemos, ¿verdad? - dijo Gabriel, su voz grave, pero suave, como si estuviera esperando que Ana lo recordara en su totalidad.
Ana, sintiendo un leve escalofrío, asintió lentamente.
- Sí... mucho. - murmuró, sin poder articular más palabras. Su mente estaba llena de preguntas sin respuestas, y la cercanía de Gabriel solo hacía que todo se volviera aún más confuso.
Pero antes de que pudiera procesar sus pensamientos, un comentario inesperado de la tía de Sebastián cortó el aire tenso. Ella se acercó a Gabriel con una sonrisa algo descarada, como si lo conociera muy bien.
- Ay, Gabriel, siempre has sido como parte de la familia, ¿verdad? Sebastián y tú se llevaban tan bien. No puedo creer cuánto tiempo ha pasado desde aquellos días en que ustedes dos... bueno, tú sabías todo de Sebastián, no solo como amigo... -La tía de Sebastián soltó la frase sin pensar del todo, sin darse cuenta de la reacción de los demás.
Hubo un breve silencio en la sala. Todos los ojos se volvieron hacia Gabriel y Sebastián, que intercambiaron una mirada significativa. Sebastián, que hasta ese momento había mantenido su compostura, apretó los labios y su mirada se endureció.
Gabriel sonrió con cierto cinismo, pero no dijo nada al respecto. Solo levantó la copa de vino que tenía en las manos y la levantó en dirección a Sebastián.
- Esos eran otros tiempos, - dijo Gabriel, dejando entrever que había mucho más detrás de esa afirmación de lo que parecía a simple vista.
Ana observó la interacción, con la mente llena de preguntas. ¿Qué significaban esas palabras? ¿Qué tipo de amistad, o algo más, había compartido Gabriel con Sebastián? ¿Y por qué esa mirada cargada de significado entre ellos?
La conversación entre los invitados siguió, pero la atmósfera había cambiado irrevocablemente. La tensión estaba palpable en el aire, y Ana no podía evitar sentirse atrapada en una red de misterios que ni siquiera sabía si quería desenredar.
Sin embargo, una cosa estaba clara: Gabriel no era solo un amigo del pasado. Y Sebastián, a pesar de sus intentos por mantener una fachada de normalidad, no podía esconder lo que realmente sentía.
La noche avanzó, pero para Ana, el peso de lo no dicho, lo oculto, lo que no se había revelado aún, la rodeaba como una sombra que no podía sacudir.