Helena no sonrió, pero había un destello divertido en su mirada.
-Tienes prejuicios sobre mi mundo.
-Tengo ojos.
Caminaron hasta el auto de Helena, donde su chofer las esperaba con la puerta abierta. Emma se detuvo antes de subir.
-¿Podemos caminar un rato?
Helena la miró con leve sorpresa.
-¿Caminar?
-Sí. Nada de autos de lujo, nada de asistentes siguiéndonos con bolsos de diseñador. Solo... caminar.
Helena pareció pensarlo por un momento antes de asentir levemente.
-Marcus, no nos sigas -dijo al chofer antes de comenzar a caminar por la calle junto a Emma.
La ciudad estaba vibrante. Gente caminando con prisa, vendedores ambulantes en las esquinas, autos pitando en la distancia. Emma se sintió extrañamente cómoda en medio del caos.
Caminaron en silencio durante un rato. La presencia de Helena, a pesar de su aura de poder, era sorprendentemente tranquila.
-No haces esto seguido, ¿verdad? -preguntó Emma.
-¿Hacer qué?
-Ser... normal.
Helena la miró con expresión inescrutable.
-No sé lo que eso significa.
-Claro que lo sabes. -Emma la miró de reojo-. Pero te niegas a admitirlo.
Helena no respondió, pero Emma no se lo tomó como una derrota. Había algo en ella, en la manera en la que mantenía el control absoluto, que le hacía preguntarse qué tan profundo llegaban esas grietas en su armadura.
Caminaron hasta un pequeño parque en medio de la ciudad. No era un sitio particularmente hermoso, pero tenía bancas y árboles que proporcionaban sombra.
Emma se dejó caer en una de las bancas con un suspiro, mientras que Helena permanecía de pie, observando el entorno como si estuviera en territorio desconocido.
-¿Nunca has estado en un parque?
-Claro que sí.
-¿Cuándo fue la última vez?
Helena frunció levemente el ceño.
-No lo recuerdo.
Emma sonrió con diversión.
-Eres todo un caso, Laurent.
Helena se sentó a su lado.
El silencio entre ellas fue más cómodo esta vez. El ruido de la ciudad se sentía distante, como si por un momento estuvieran en su propio pequeño mundo.
Emma apoyó una mano en su vientre de manera instintiva.
-¿Alguna vez pensaste en tener hijos?
Helena la miró con genuina sorpresa.
-No.
-¿Por qué?
-No tengo tiempo para eso.
Emma asintió lentamente.
-Claro. Porque lo único que importa es el trabajo.
-No es tan simple.
-¿Ah, no?
Helena sostuvo su mirada.
-Cuando has construido algo desde cero, cuando cada paso que das define el éxito o la caída de lo que has creado, no puedes darte el lujo de distraerte.
Emma bajó la vista a su vientre.
-Debe ser solitario.
-A veces.
-¿Por qué me ayudas?
La pregunta salió antes de que pudiera detenerse.
Helena no apartó la mirada.
-No lo sé.
Emma parpadeó, sorprendida por la honestidad.
Esperaba una respuesta calculada, una justificación racional. Pero en cambio, Helena parecía tan desconcertada como ella.
El silencio se alargó entre ellas.
Helena desvió la mirada hacia la ciudad.
-Tal vez porque vi algo en ti que me recordó algo en mí.
Emma sintió que su pecho se apretaba.
Tal vez, después de todo, Helena Laurent no era tan indestructible como quería aparentar.
El viento frío de la tarde arrastraba el murmullo de la ciudad mientras Emma y Helena permanecían en el parque, en una burbuja que parecía estar aislada del resto del mundo.
Helena no hablaba mucho, pero tampoco intentaba irse. Eso, en sí mismo, ya era revelador.
Emma bajó la mirada a su vientre y deslizó suavemente la palma sobre la tela de su chaqueta.
-Sabes, nunca planeé esto.
Helena desvió la vista hacia ella.
-¿El embarazo?
Emma asintió.
-No soy una de esas mujeres que creció soñando con ser madre. Nunca me imaginé en esta situación. Y sin embargo, aquí estoy.
Helena observó la forma en que su mano acariciaba inconscientemente su vientre, como si fuera un gesto que hacía sin darse cuenta.
-¿Lo lamentas?
Emma tardó en responder.
-No lo sé -susurró-. A veces me aterra pensar en lo que viene. En si podré con esto, en si haré las cosas bien. No tengo nada que ofrecerle a este bebé. No tengo casa, ni estabilidad, ni siquiera un plan claro.
Helena se quedó en silencio por un momento antes de hablar.
-Tienes algo más importante que todo eso.
Emma levantó la vista, sorprendida.
-¿Qué cosa?
-Estás aquí. A pesar de todo. No huiste de la situación, no renunciaste. Eso dice mucho más de lo que crees.
Emma sintió que su garganta se apretaba.
Nadie le había dicho algo así antes.
Nadie le había dado crédito por simplemente seguir adelante.
Helena, como si sintiera que la conversación estaba yendo a un terreno demasiado personal, se levantó.
-Deberíamos volver.
Emma asintió y la siguió.
El penthouse estaba en penumbra cuando regresaron. Helena encendió las luces con un solo comando de voz, y el lugar se iluminó con una calidez dorada que contrastaba con su frialdad habitual.
Emma dejó las bolsas con la ropa en una silla y se estiró.
-Bueno, ha sido un día interesante.
-Lo ha sido -admitió Helena.
Emma la miró de reojo.
-Creo que hasta te vi sonreír un par de veces.
-No exageres.
Emma rió suavemente y comenzó a caminar hacia su habitación, pero se detuvo en la puerta.
-Gracias, por cierto.
Helena la miró con una ceja arqueada.
-¿Por qué?
Emma hizo un leve gesto con los hombros.
-Por lo que dijiste antes. Y por... todo esto.
Helena asintió con un leve movimiento de cabeza.
-Descansa.
Emma sonrió antes de desaparecer en su habitación.
Helena se quedó sola en la sala, observando la ciudad a través de los ventanales.
Se llevó una copa de vino a los labios, pero su mente estaba en otra parte.
No entendía qué estaba haciendo.
No entendía por qué había llevado a Emma a su casa, por qué sentía la necesidad de ayudarla, por qué su presencia comenzaba a sentirse como algo... natural.
No era caridad. No era lástima.
Era algo más.
Algo que no estaba lista para enfrentar.
Emma despertó en medio de la noche con una sensación extraña en el pecho.
No sabía qué la había despertado exactamente.
Se sentó en la cama, frotándose los ojos. Todo estaba en silencio. Demasiado silencio.
Se levantó con cuidado y salió de la habitación.
La casa estaba oscura, pero la luz tenue de la ciudad iluminaba ligeramente el penthouse.
Fue entonces cuando la vio.
Helena estaba de pie en el balcón, descalza, con un vaso en la mano.
Emma la observó por un momento antes de acercarse lentamente.
-No puedes dormir.
Helena no se giró.
-No suelo hacerlo.
Emma frunció el ceño.
-¿Insomnio?
-Pensamientos.
Emma se apoyó contra la barandilla, cruzándose de brazos.
-¿Pensamientos sobre qué?
Helena tardó en responder.
-Sobre todo.
Emma la miró de perfil.
Era la primera vez que la veía así. No como la CEO poderosa, inalcanzable e inquebrantable.
Sino como una mujer.
Una mujer que, tal vez, estaba tan perdida como ella.