Capítulo 2 El cuerpo y la mente

Ya había pasado un mes desde que Victoria fue secuestrada por Alexander Drakov. Un mes lleno de incertidumbre, de malestar, de noches interminables en la habitación que se había convertido en su cárcel. Al principio, había luchado contra la situación, manteniéndose firme y desafiando a los hombres de Drakov en cuanto tenía la oportunidad. Pero con el paso de las semanas, algo había cambiado en ella. No en su determinación, pero sí en su resistencia.

La fuerza que una vez la caracterizó comenzó a decaer, como si el peso de esa prisión, no solo física sino mental, fuera más difícil de soportar con cada día que pasaba.

Siempre había estado al margen de los negocios de su padre, sin involucrarse demasiado en la guerra que se libraba entre las familias Monet y Drakov. Había sido una mujer libre, ajena a las consecuencias de los actos de su progenitor. Pero ahora, su vida estaba marcada por esa enemistad, y no podía evitar sentir que ella estaba pagando el precio de las decisiones que ni siquiera le correspondían tomar.

Lo que más la desconcertaba, sin embargo, era cómo sus pensamientos no dejaban de regresar a la primera vez que vio a Alexander. El recuerdo de aquel encuentro en el restaurante seguía muy vivo en su mente. La manera en que él, con solo una mirada, había provocado una subida de temperatura en su cuerpo, algo que jamás había experimentado con nadie. Entonces no sabía quién era, ni por qué su presencia la había afectado de esa manera. Pero ahora, al estar prisionera en su mansión, todo tenía sentido. Su padre siempre había sido sobreprotector después de aquel encuentro, y Victoria entendió por qué. Ella misma había sentido ese mismo magnetismo, esa atracción prohibida y peligrosa que la hacía desear alejarse, pero a la vez, no podía.

El sonido de un golpe en la puerta la sacó de sus pensamientos. Victoria levantó la mirada, esperando que fuera uno de los guardias o, peor aún, Alexander. No quería ver al hombre que la mantenía cautiva, que la había despojado de su libertad. Sin embargo, al ver que nadie entraba, supo que no se trataba de él y soltó un adelante. Era Linda, una de las sirvientas que trabajaba en la mansión, y que, aunque nunca fue demasiado amiga de Victoria, siempre la trataba con algo de amabilidad, un toque de compasión que a veces se sentía como un bálsamo en medio de su cautiverio.

Linda la miró con sus ojos suaves, mostrándole una ligera sonrisa, mientras cerraba la puerta detrás de sí. Se acercó con pasos cautelosos, como si no quisiera molestarla, pero ya acostumbrada a las tensiones que rondaban la atmósfera de la casa.

-¿Quieres que te suba la cena? -preguntó, intentando sonar amable, aunque la preocupación era evidente en su rostro.

Victoria negó con la cabeza, sentada en la silla junto a la ventana. La luz tenue que entraba por la cortina no era suficiente para aliviar el peso del día.

-No tengo hambre -respondió con voz firme, aunque su estómago rugiera en protesta.

Linda no pareció sorprendida por la respuesta, pero sí se notaba que su gesto era de preocupación. Se sentó en el borde de la cama, sin saber qué más decir, pero al final soltó un suspiro y, con tono bajo, comentó:

-No es por ti, sabes... Es solo que el señor Drakov no va a estar contento si no comes. Ya te lo he dicho antes, ¿verdad? Si él se entera, no le va a gustar nada... -la mujer parecía genuinamente preocupada, como si quisiera ayudar, aunque no pudiera hacer mucho.

Victoria se sentó en la cama, cruzando los brazos, y desvió la mirada. ¿Por qué todos pensaban que debía hacer las cosas por el bienestar de Alexander? ¿Por qué siempre se hacía referencia a él, como si fuera la razón detrás de cada uno de sus movimientos? ¿Acaso no entendían que era una prisionera? ¿Que lo que pensara o no él, realmente no le importaba?

-A él no le importa lo que haga o deje de hacer -dijo, más para sí misma que para Linda. La amargura en su voz era clara, y, aunque no lo quería admitir, sentía que la presencia de Alexander siempre rondaba sus pensamientos, como una sombra imposible de evitar.

Linda la miró por un momento, pareciendo querer decir algo, pero al final solo asintió con un gesto sutil. Ella sabía que discutir con Victoria era inútil, y aunque le doliera verla en ese estado, no podía hacer mucho para cambiar su situación.

Victoria, sin embargo, no quería seguir con la charla. Estaba cansada, más mentalmente que físicamente. La soledad, la espera, la impotencia de no poder hacer nada la estaban consumiendo lentamente. De repente, su cansancio se volvió más abrumador, y solo deseaba escapar de la constante presión de esos días.

-Estoy cansada -dijo finalmente, cortando la conversación con un tono definitivo. -Me voy a dar una ducha.

Linda no insistió. Sabía que, si Victoria decía eso, era porque quería estar sola. En un gesto de comprensión y con una última mirada, salió de la habitación, cerrando la puerta detrás de ella.

Victoria se quedó en silencio, mirando la puerta cerrada. Algo dentro de ella deseaba que ese fuera el primer paso hacia su libertad, pero sabía que no era tan fácil. Alexander, su secuestrador, su enemigo... seguía acechando, y por más que quisiera bloquearlo, él siempre estaría presente.

Victoria caminó hacia el baño, su mente llena de pensamientos dispersos, tratando de alejarse de la tensión que la rodeaba. Había algo terriblemente molesto en la forma en que Alexander pensaba que podía controlarla. No bajar a cenar, no comer, era como si él pensara que podía dominar hasta lo más mínimo de su vida, incluso en su resistencia. No era su empleada, ni una cliente más, ni mucho menos su amiga. Entonces, ¿por qué esa constante vigilancia? ¿Por qué esa necesidad de controlar cada uno de sus movimientos?

Con un suspiro, se quitó los calcetines y entró en la ducha, el sonido del agua cayendo sobre el mármol frío de la habitación haciendo que sus pensamientos se disolvieran un poco. Este era uno de sus lugares favoritos en la mansión, el agua caliente corriendo por su cuerpo era casi un alivio, como si pudiera borrar la pesada atmósfera que siempre la rodeaba.

Cada vez que dejaba caer una prenda de vestir al suelo, la sensación era liberadora, aunque al mismo tiempo, lo sentía como una pequeña rendición. Al hacerlo, no podía evitar recordar la noche anterior, cuando Alexander había irrumpido en el baño mientras ella se duchaba. El recuerdo de su presencia, de su mirada fija, inquebrantable, de su cuerpo tan cerca de ella, la hizo estremecerse por dentro.

*Recuerdo*

De repente, la puerta del baño se abrió con un crujido, y una voz profunda y conocida hizo que el aire en la habitación se volviera denso.

-¿Estás disfrutando de la ducha? -preguntó Alexander, su tono de voz irónico y desmesurado.

Victoria giró rápidamente, instintivamente cubriéndose con los brazos, pero al darse cuenta de que las paredes de la ducha eran de vidrio transparente, la incomodidad aumentó. No podía esconderse, no podía escapar de esa mirada que la observaba sin pudor.

-¡Fuera de aquí! -gritó Victoria, su voz llena de ira y vergüenza al mismo tiempo.

Alexander no se movió, y una sonrisa maliciosa se curvó en sus labios.

-¿Por qué? ¿Tienes miedo de lo que pasará si me quedo? -dijo, su tono cargado de un desafío que solo él podía ofrecer.

            
            

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