Capítulo 3 En la ducha

Victoria lo miró, respirando pesadamente, sabiendo que tenía razón en parte. Pero no iba a ceder. No iba a permitir que su presencia la afectara de esa manera. Sin embargo, algo dentro de ella temía que fuera inevitable.

-¡Estás invadiendo mi espacio personal! -exclamó, con voz quebrada, intentando mantener su firmeza.

Alexander comenzó a caminar hacia ella, y el simple hecho de verlo avanzar, cubierto solo por la toalla que se sujetaba con firmeza a su cintura, hizo que un nudo se formara en su garganta. Lo odiaba por ello, odiaba lo que provocaba en su cuerpo con solo estar cerca.

-La última vez que lo supe, toda esta propiedad es mi espacio -respondió Alexander, casi a la puerta de la ducha, sin preocuparse por su proximidad o la intimidad que violaba.

Victoria, al ver cómo se acercaba más, cubrió su pecho con un brazo, cruzando las piernas de manera protectora, como si ese gesto pudiera detenerlo. Pero no lo hizo. Alexander llegó casi hasta ella, su presencia dominando el espacio, y la tensión en el aire se hizo insoportable.

-Alexander, vete -murmuró, su voz temblando, no solo por el frío que sentía en el agua, sino por lo que él despertaba en su interior.

Él no le hizo caso, y sin previo aviso, abrió la puerta de la ducha con una facilidad casi desafiante. La lujuria y el hambre en sus ojos lo decían todo. El poder, la seducción, todo lo que había guardado bajo control estaba a punto de desbordarse.

-¿Por qué? -Alexander preguntó mientras dejó caer la toalla y entró.

Victoria no pudo evitarlo y miró hacia abajo, ella se sorprendió al ver el pene de Alexander, nunca creyó que fuera tan grande.

Ella notó que Alexander estaba satisfecho con la sonrisa en su rostro y trató de desviar la mirada, pero sus ojos regresaron de nuevo al mismo lugar.

-¡Te gusta lo que ves? -dijo Alexander con orgullo.

-No. -Victoria dijo seria y dio unos pasos hacia atrás.

-Estás mintiendo. Está escrito en tus ojos -su voz sonó ronca e igualó los pasos de Victoria, acercándose.

-Alexander -es lo único que pudo decir antes de que la empujara contra la pared y aplastara sus labios con los suyos.

Alexander tomó su cara. Fue exigente con su beso. Era como un animal. No hubo amor, solo lujuria.

Victoria trató de ser fuerte, de decirse a ella misma que lo fuera e intentar romper el beso, pero no lo fue. Alexander le hacía algo cuando estaba cerca. Ningún hombre le había hecho sentirse viva como lo hacía él.

Finalmente, Alexander rompió el beso haciendo sentir a Victoria la perdida al instante. Quería que siguiera, que la tomara en ese momento, pero sus palabras la dejaron de nuevo sin pensamientos.

-Voy a lavarte el pelo. Dame de tu champú. -Las palabras sonaron inofensivas pero la autoridad fue innegable. Victoria obedeció y él respondió-. Buena niña. Moja tu cabello y date la vuelta.

Victoria se sentía mojada entre sus piernas y no era el agua, estaba más que segura de eso. El hombre era exasperante. Después de lavarle el cabello, presionó contra ella un par de veces, salió de la ducha y se fue.

Victoria se quedó inmóvil, preguntándose. ¿Qué había sido eso?

*Termina el recuerdo*

No supo si se sintió aliviada o si lo maldecía en ese momento. Su audacia de entrar en su ducha y hacerla arder por él y luego dejarla drogada y seca, solo pensar en eso la hacía enojar de sobremanera. Tal vez había sido esa la razón del porque no bajó a cenar, no quería que Alexander le dijera que hacer.

Unos veinte minutos después, ella salió de la ducha, sabía que, si optaba por quedarse más tiempo bajo el agua, hubiera sucumbido ante los deseos de tocarse pensando en él y no quería. No era como si él pudiera saberlo, pero, aun así, no quería.

La imagen de Alexander, imponente y seguro de sí mismo, se repetía en su cabeza, y aunque no estaba segura de si sentía ira o algo más, sabía que no podía dejar que su presencia dominara. No lo haría, se dijo a sí misma. No lo permitiría.

Se secó rápidamente, evitando pensar en lo que había ocurrido, en lo que él había hecho. Lo que más le molestaba era esa sensación de vulnerabilidad que había logrado despertar en ella. No quería sentir eso, no quería ceder. No se rendiría.

Él cree que puede dominarme, pero se equivoca, pensó, mientras elegía el camisón menos revelador de todos los que tenía, aunque incluso ese parecía ser demasiado. El delicado encaje rosa rozaba su piel como un recordatorio incómodo de la situación en la que se encontraba.

El armario, tan grande como una boutique privada, la observaba con indiferencia. Había sido diseñado para hacerla sentir como una prisionera en un palacio, rodeada de lujo que nunca había pedido. Victoria no quería formar parte de este mundo. Quería estar lejos, en algún lugar donde no tuviera que vestirse como él le ordenaba, donde no tuviera que seguir sus reglas.

Se dirigió al baño, se lavó los dientes y, aunque aún era temprano, deseaba que el día terminara. Ojalá pudiera dormir y olvidar todo esto, pensó, pero su mente se lo impedía. Cuanto más intentaba escapar de él, más lo sentía cerca, como si su presencia estuviera en cada rincón de su mente, en cada pensamiento. No solo su físico, sino su poder sobre ella comenzaba a arrastrarla de una manera peligrosa.

Se tumbó en la cama, cerrando los ojos con fuerza, intentando pensar en algo, cualquier cosa, para no ceder a los recuerdos de su cuerpo cerca del suyo, de sus manos, de su aliento cálido. Sobrevivir a él. Esa era la única respuesta que le quedaba, el único objetivo que podía aferrarse. Pero una parte de ella se preguntaba si no estaba siendo absorbida por su juego, si, tal vez, ya había comenzado a desearlo más de lo que quería admitir.

            
            

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