Amor y fortuna segunda oportunidad con el millonario
img img Amor y fortuna segunda oportunidad con el millonario img Capítulo 6 El sabor de lo irreparable
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Capítulo 7 Confesiones peligrosas img
Capítulo 8 El juego de la tentación img
Capítulo 9 Un encuentro decisivo img
Capítulo 10 El juego de las miradas img
Capítulo 11 Deseo y la traición: la noche de la gala img
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Capítulo 6 El sabor de lo irreparable

"¿Por qué lo dejé ir?" murmuró para sí misma, sin encontrar una respuesta clara. Las imágenes del pasado la envolvían, la hacían sentir el roce de sus caricias, el susurro de su voz en la oscuridad de la noche. "Todo lo que pasamos..."

Pero también recordaba el dolor, el vació que dejó cuando todo se rompió entre ellos. Y la pregunta que ahora la atormentaba: ¿podría realmente perdonarlo? ¿Sería capaz de dejar atrás el rencor y la desconfianza para abrir su corazón de nuevo?

"¿Qué quiero realmente?" pensó en voz baja, mientras cerraba los ojos, sintiendo el peso de su propio deseo. ¿Era capaz de perdonarlo, de dejar que lo que fue entre ellos volviera a florecer? O ¿sería esa solo una ilusión que acabaría por destruirla de nuevo?

El aire en la oficina se volvía denso, como si la respuesta estuviera al alcance de su mano, pero Luciana no podía alcanzarla aún. Necesitaba tiempo. Pero el tiempo, sabía, no siempre es un lujo que uno puede darse cuando los sentimientos son tan intensos. Y Alejandro ya había dejado claro que no estaba dispuesto a esperar para saber la respuesta.

Minutos después de que Luciana se sumiera en sus pensamientos, la puerta de su oficina se abrió con suavidad. Alejandro entró sin hacer ruido, llevando un plato humeante en las manos. El aroma del café recién hecho llenó el aire, envolviendo la habitación con una sensación cálida y familiar. Luciana levantó la vista, sus ojos apenas pudiendo creer lo que veía.

-¿Qué haces? -La pregunta salió de sus labios sin querer, su voz temblorosa, aunque intentó mantener la calma. Pero en su interior, un torrente de emociones luchaba por salir. La imagen de Alejandro, con el plato cuidadosamente colocado en su mano, la desarmaba.

Alejandro no dijo nada al principio. Solo acercó el plato a su escritorio y lo dejó allí con suavidad, como si estuviera manejando algo precioso. Sus ojos no se apartaban de los de ella, y en su mirada había una mezcla de preocupación y algo más, algo más profundo que Luciana no podía descifrar aún.

-Es tu plato favorito - dijo él con una voz baja, casi como un susurro. -No quiero que sigas saltándote el desayuno, Luciana. Sabes que no es bueno para ti."

Luciana miró el plato, y por un momento, el mundo a su alrededor se desvaneció. Allí estaba, frente a ella, su desayuno favorito: huevos revueltos con espinacas, pan tostado, y un toque de queso rallado por encima. El aroma del café que acompañaba la comida la envolvió, y de repente, recordó cuántas mañanas se había despertado con ese mismo desayuno, preparado por las manos de Alejandro. Cuántas veces se había sentido cuidada y protegida por él en ese pequeño gesto, tan simple pero tan significativo.

-¿Cómo lo sabías?, ¿Acaso lo recordabas? - Luciana preguntó, su voz temblando ligeramente mientras levantaba la vista hacia él, todavía sorprendida.

Alejandro dejó el café en la mesa, observándola en silencio por un instante. Sus ojos oscuros brillaban con una intensidad que Luciana no podía ignorar, como si estuviera buscando algo en ella.

-Nunca lo olvidé -respondió, su tono suave pero lleno de seguridad. -Sé que lo preferías por la mañana. Siempre lo recordé, aunque tú no quieras que lo haga."

Luciana sintió un nudo en el estómago, un revoltijo de emociones encontradas. Lo miró fijamente, tratando de entender cómo, después de tanto tiempo, él seguía recordando esos detalles que ella misma había creído que ya no importaban. ¿Cómo podía ser que alguien que le había roto el corazón pudiera recordarla con tanta precisión? La pregunta le martillaba la mente, pero no lograba encontrar una respuesta clara.

-No hace falta, Alejandro - dijo, tratando de mantenerse firme en su respuesta, aunque su voz estaba cargada de una vulnerabilidad que apenas podía ocultar. "Ya no... ya no eres el mismo."

Las palabras salieron más duras de lo que pensaba, pero incluso mientras las decía, no podía evitar la sensación de que algo dentro de ella estaba cediendo. Su corazón latía con fuerza, como si quisiera rendirse ante la calidez de esa acción tan simple pero tan significativa.

Alejandro no se apartó, no reaccionó con ira ni con un intento de defenderse. En cambio, se acercó lentamente a su escritorio, acercando un poco más el plato hacia ella, como si fuera una ofrenda silenciosa.

-Tal vez no," murmuró, su tono bajo pero lleno de intensidad. -Pero tú tampoco eres la misma, Luciana. Y eso me duele. Porque lo que quiero ahora es que me dejes demostrarte que puedo hacer las cosas bien, que puedo cuidarte otra vez. Si me dejas-.

El silencio que siguió fue pesado, denso con la tensión no resuelta entre ellos. Luciana lo miró, luchando por contener las lágrimas que amenazaban con brotar, pero su orgullo se mantenía firme.

-No puedes simplemente aparecer después de tanto tiempo y esperar que todo sea igual," le dijo, aunque en el fondo, un pequeño hilo de esperanza comenzaba a florecer en su pecho. "Las cosas no son tan fáciles, Alejandro -

Él asintió lentamente, su rostro serio, pero con una suavidad que no solía mostrar. -Lo sé, Luciana. Pero estoy dispuesto a luchar por lo que perdí. Por lo que todavía siento por ti -.

Luciana apretó los dientes, cerrando los ojos por un instante mientras las emociones la invadían con fuerza. Todo lo que había querido en ese momento era estar en paz, alejada de la tormenta que Alejandro siempre había representado. Pero su corazón, traicionero como siempre, no dejaba de latir por él.

-Eso no cambia lo que hiciste - susurró, abriendo los ojos y mirándolo directamente. -No cambia el dolor que dejaste atrás -.

Alejandro no dijo nada. Solo la miró fijamente, sus ojos reflejando una mezcla de arrepentimiento y desesperación. Y en ese silencio, Luciana entendió que lo que él quería no era solo un perdón. Quería algo más: una oportunidad para redimir todo lo que había roto. Pero ella no estaba segura de si podía dársela.

De repente, sus pensamientos se interrumpieron cuando Alejandro, con una suave sonrisa, le dijo: -Lo único que te pido, Luciana, es que tomes un bocado. Si no lo haces por ti, hazlo por mí."

Luciana lo miró con los ojos llenos de dudas, pero finalmente, con una resignación silenciosa, tomó la cuchara y se acercó al plato. La calidez de la comida en su boca la sorprendió, pero más aún, lo que la sorprendió fue la sensación de que, tal vez, sólo tal vez, aún quedaba algo por lo que valiera la pena luchar.

Luciana siguió comiendo en silencio, cada bocado parecía reconfortarla de una manera que ni ella misma comprendía. El sabor de la comida, cálido y familiar, le hacía recordar aquellos momentos en los que Alejandro la cuidaba, cuando las pequeñas cosas no parecían tan complicadas y todo se sentía fácil, natural.

Alejandro observaba en silencio, con la mirada fija en ella. Estaba contento de verla comer, de ver cómo se relajaba con algo tan simple, pero no podía evitar sentirse inquieto. Cada vez que su mirada se encontraba con la de ella, el pasado se colaba en sus pensamientos, y un dolor agridulce le apretaba el pecho.

Cuando Luciana dejó la cuchara a un lado por un momento, Alejandro pensó que quizá había dicho algo mal. Pero, en lugar de quedarse callada, Luciana rompió el silencio, su voz suavemente intrigante.

-Te pusiste celoso, ¿verdad? - La pregunta salió de sus labios como una provocación suave, como si quisiera comprobar algo que ya sabía en el fondo. Sus ojos brillaban con una chispa de picardía, pero había algo más en su expresión: la necesidad de confirmar una duda que le rondaba la cabeza.

Alejandro frunció el ceño, intentando mantener su compostura. Aquel momento, esa pregunta, le trajo una oleada de emociones que no podía controlar tan fácilmente.

-¿Celoso? - repitió, su tono firme, casi desafiante. -¿De Héctor? -

Luciana lo miró fijamente, una sonrisa divertida asomándose en sus labios. -Sí, Alejandro, de Héctor, -respondió, alzando una ceja. -Es obvio que te molestó verlo entrar, ¿no? -

Él la miró, su mirada profunda, mientras sus labios se curvaban en una sonrisa que no llegaba a ser completamente sincera. -No me molestó - dijo, con voz baja, pero con una tensión evidente en su rostro. -Solo que... bueno, me tocó comprar el café. La comida ya la había hecho yo, solo necesitaba meterla en el microondas. Sabía que te gustaba. -

Luciana, sin poder evitarlo, dejó escapar una risa suave. Aquel gesto de Alejandro, aunque tenso y algo indirecto, le hacía preguntarse si realmente había cambiado tanto como decía. Pero al mirarlo, algo en su corazón seguía diciéndole que había algo en él que no se había ido, algo que seguía aferrado a ella.

-Sabías que me gustaba... - repitió Luciana, sin terminar la frase, como si no supiera cómo procesarlo. Se quedó mirando su plato por un momento, reflexionando sobre esa simple afirmación, sobre lo fácil que Alejandro había hecho las cosas en el pasado.

                         

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