La Baronesa de la Mafia
img img La Baronesa de la Mafia img Capítulo 10 Un paso más cerca de ti (3era. Parte)
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Capítulo 11 Un paso más cerca de ti (4ta. Parte) img
Capítulo 12 ¿Un error o un acierto (1era. Parte) img
Capítulo 13 ¿Un error o un acierto (2da. Parte) img
Capítulo 14 ¿Un error o un acierto (3era. Parte) img
Capítulo 15 ¿Un error o un acierto (4ta.Parte) img
Capítulo 16 Lo que sentimos (1era. Parte) img
Capítulo 17 Lo que sentimos (2da. Parte) img
Capítulo 18 Lo que sentimos (3era. Parte) img
Capítulo 19 Lo que sentimos (4ta. Parte) img
Capítulo 20 Propuestas, charlas y más (1era. Parte) img
Capítulo 21 Propuestas, charlas y más (2da. Parte) img
Capítulo 22 Propuestas, charlas y más (3era.Parte) img
Capítulo 23 Propuestas, charlas y más (4ta.Parte) img
Capítulo 24 Abriendo el corazón (1era. Parte) img
Capítulo 25 Abriendo el corazón (2da.Parte) img
Capítulo 26 El rostro del enemigo (1era. Parte) img
Capítulo 27 El rostro del enemigo (2da. Parte) img
Capítulo 28 El rostro del enemigo (3era. Parte) img
Capítulo 29 El rostro del enemigo (4ta. Parte) img
Capítulo 30 Las cartas sobre la mesa (1era. Parte) img
Capítulo 31 Las cartas sobre la mesa (2da. Parte) img
Capítulo 32 Las cartas sobre la mesa (3era. Parte) img
Capítulo 33 El infierno desatado (1era. Parte) img
Capítulo 34 El infierno desatado (2da. Parte) img
Capítulo 35 El infierno desatado (3era. Parte) img
Capítulo 36 El infierno desatado (4ta. Parte) img
Capítulo 37 Mi vida contigo (1era. Parte) img
Capítulo 38 Mi vida contigo (2da. Parte) img
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Capítulo 10 Un paso más cerca de ti (3era. Parte)

El mismo día

Palermo, Sicilia

Carlo

Dicen que la guerra y las mujeres son lo mismo. No hay mucha diferencia entre un campo de batalla y una conquista. En ambos casos, la rendición del otro es el objetivo, y para lograrlo, debes usar todos los recursos a tu disposición: emboscadas, chantajes, aliados estratégicos. Lo que sea necesario para no quedar como un imbécil.

Porque, al igual que en la guerra, no atacas de frente. No vas con discursos de amor, ni con flores y chocolates como un pobre diablo. Eso es lo que esperan de ti, y en el momento en que te ven como otro más en la fila de idiotas, estás acabado. Eres un peón en su tablero, y créeme, si caes en ese juego, solo bailarás a su ritmo hasta que se canse de ti.

¿Quieres tener el control? Entonces deja de ser predecible. No la endioses, no le des lo que espera. Encuentra su punto débil, como harías con un enemigo. Todas lo tienen, solo es cuestión de buscar. Miedo, ambición, inseguridad, anhelos ocultos... tira de ese hilo y pronto la verás cediendo, acostumbrándose a tu presencia, dependiendo de tu atención. Y cuando llegue ese momento, cuando su propio deseo la ate a ti, serás tú quien lleve las riendas.

Oriana había hecho su primer movimiento en el tablero con esa disculpa retorcida sobre la puta reunión en la escuela de su hijo. Un mensaje claro, un grito en silencio: no cedería a la boda. Y más que eso, me restregaba en la cara que nunca sería mi mujer. Ni por poder, ni por conveniencia, ni por nada. Pero una zorra como ella no iba a burlarse de mí, todo lo opuesto iba a darle una lección, a domar a esa fiera.

El juego apenas comenzaba, y era mi turno de cambiar las reglas. No arrastrándome por su maldita atención, sino encontrando un punto débil, un resquicio en su maldita coraza, o un aliado que me sirviera para doblarla. Franco era una opción, aunque sabía que el viejo mañoso era un arma de doble filo. Podía ayudarme... o hundirme solo por diversión, le encantaba jugar a dios omnipotente y había puesto la carnada, su nuera. Ya me había jodido una vez, dándole a Oriana el control de sus negocios sin que nadie lo viera venir. Entonces no volvería a confiar a ciegas, sería una estupidez, pero aun así lo necesitaba.

Por eso tenía que averiguar si podía contar con su cooperación. Pero el desgraciado se mantenía en silencio, con ese aire enigmático de quien disfruta viendo cómo el otro se desespera. No era buen indicio.

Finalmente, su voz rompió el pesado silencio del comedor:

-Carlo, ¿me estás pidiendo consejos para conquistar a Oriana? -Una risa baja y burlona escapó de su boca mientras se recostaba en su silla-. Por favor... Soy un hombre mayor que ni recuerda la última vez que le dijo un halago a una mujer.

Mi mandíbula se tensó. Me estaba tomando el pelo.

-¡No necesito consejos! -solté con frialdad-. No me interesa enamorar a Oriana. Esta boda es una alianza, con un extra incluido. Nada más.

Franco esbozó una sonrisa ladina mientras encendía su habano con una calma irritante.

-Pues a la fuerza no conseguirás nada con Oriana -respondió con su voz indiferente, dejando escapar una bocanada de humo espeso-. Mejor cambia esa estrategia... porque aquí ambos tenemos que perder.

Saqué un cigarro de mi chaqueta con un movimiento seco y lo giré entre mis dedos, conteniéndome. El hijo de puta sabía algo.

-¡Maldita sea, Franco! -solté entre dientes, mi paciencia desmoronándose-. Ayúdame. Dime lo que quiero saber. Una debilidad, una pista, algo para presionar a Oriana... Lo que sea para garantizar esta unión.

Franco exhaló el humo con parsimonia antes de responder, sus ojos afilados clavándose en los míos con descaro:

-¿Y qué obtengo yo por ayudarte?

Su tono despreocupado hizo que apretara los puños con furia. El bastardo estaba jugando conmigo.

-¿Te estás burlando de mí? -espeté, sintiendo la rabia hervir bajo mi piel.

-No, Carlo -respondió sin inmutarse-. Solo te estoy recordando que, al final del día, los más interesados en esta alianza son ustedes. Lorenzo lo sabe. Tu familia está perdiendo territorios y dinero. Por eso me llamó.

Mi mirada se oscureció, el desgraciado tenía razón, mi padre no quería una guerra interminable, por ese motivo accedió a la alianza, pero no iba a darle el control, tenía que presionarlo.

-Franco tu actitud lo confirma -espeté con mi voz rabiosa-. Juegas con el ruso y conmigo. Te vendes al mejor postor. Y por eso Oriana está entreteniendo al imbécil mientras tú te ocupas de mí. Quieren saber con quien irse a la cama.

Sus labios se curvaron en una mueca fría. Lo tenía todo calculado.

-Voy a ser sincero contigo, Carlo -prosiguió Franco, apoyando los codos en la mesa con aire relajado-. No solo quiero una alianza, quiero a alguien que trabaje junto a Oriana. Y ese eres tú. Pero para eso, tienes que aprender a ver más allá de tus narices, controlar tu ansiedad y calmar ese puto carácter explosivo porque en este mundo un error y obtienes una bala en las sienes.

Mi sangre hervía. No me daba sermones. Me provocaba, una manera de divertirse a mis costillas.

-¡Guárdate tus malditos discursos! -rugí, mi voz estallando en el comedor-. Dime algo que no sepa.

Franco se limitó a soltar una carcajada seca mientras daba otra calada a su habano. Seguía impasible. Me crispaba los nervios su jodida calma.

Harto de sus juegos, me di media vuelta, dirigiéndome a la salida antes de perder el control y romperle la cara a ese viejo. Pero cuando estaba a punto de cruzar la puerta, su voz me detuvo en seco:

-Vía Orologio 54, 90133.

Me giré lentamente, enarcando una ceja, pensativo.

-Es todo lo que te diré.

El muy cabrón sonrió, disfrutando mi desconcierto y me jodía admitirlo... pero ahora tenía algo con qué empezar o era otro de sus juegos para alimentar mi rabia.

En fin, una dirección por sí sola no me decía nada. Entonces era hora de mandar a mi gente a investigar y esperar que no sea una trampa de Franco. Sí, era un paso peligroso, pero el riesgo valía la pena si me acercaba a Oriana. Aunque aún no obtengo nada. O, mejor dicho, sí: los reproches de mi padre, que ahora mismo soporto mientras almuerzo en el comedor.

-Te advertí, Carlo, que no cayeras en las provocaciones de Franco, mucho menos que le siguieras el juego -dice con voz firme, dejando los cubiertos sobre el mantel con un leve chasquido-. Con un hombre como él hay que estar dos pasos adelante.

Aprieto la mandíbula, conteniendo la rabia que me hierve por dentro. Cada palabra suya es un recordatorio de su desconfianza en mi criterio.

-¡Basta con lo mismo! -suelto con frustración, dejando el tenedor con un golpe seco contra el plato-. Si me hubieras dejado hacer las cosas a mi manera, ese viejo mañoso ya no sería un problema.

Mi padre se inclina ligeramente hacia atrás en su silla, cruzando los brazos con un gesto medido. Su mirada afilada se clava en mí.

-¿Olvidas a Oriana?

Hace una pausa, dejando que sus palabras calen hondo. Sabe jugar con el silencio, sabe cómo hacerme perder la paciencia sin levantar la voz.

-Esa mujer ahora tiene más poder y aliados peligrosos. Incluso tu rival haría lo que fuera por casarse con ella, y esa no es una alternativa -afirma, llevándose la copa de vino a los labios antes de continuar-. ¿Qué sabes hasta el momento de ese sujeto?

Me paso una mano por el cabello, exhalando con resignación.

-Apenas mencioné el nombre de Drago Ivanov entre nuestros contactos, escuché advertencias. Al parecer, el ruso no es un novato en nuestro mundo. Tiene un largo historial de muertes en su haber, mueve millones de dólares a diario y su droga tiene un ochenta por ciento de pureza. Es un enemigo peligroso.

Mi padre asiente lentamente, como si ya hubiera esperado esa respuesta.

-Debe serlo. Por eso debes encontrarlo, vigilarlo y esperar el momento justo para sacarlo del juego. No podemos permitir que el ruso se case con la baronesa.

Mis dedos tamborilean sobre la mesa.

-Lo sé, padre, pero no hay registro de su llegada. Debió ingresar al país con un pasaporte falso. Lo más inquietante es que ni siquiera tengo una maldita foto del cabrón.

Un destello de determinación cruza los ojos de mi padre. Su expresión se endurece.

-Eso tiene solución. Si el ruso quiere una alianza con los Gambino, estará detrás de Oriana. Vigílala y lo encontrarás. Después veremos si es factible borrarlo del mapa -dictamina con un tono práctico.

Asiento con la cabeza, comprendiendo su estrategia, cuando de pronto la figura de Luciano aparece en el umbral del comedor. Su rostro está endurecido, con esa expresión sombría que conozco bien. Antes de que pueda abrir la boca, mi padre se adelanta.

-Luciano, ¿qué sucede? -pregunta con su voz fría, escudriñándolo con la mirada.

Luciano se inclina ligeramente en señal de respeto.

-Disculpe la interrupción, don Lorenzo, pero le traigo noticias sobre los Gambino.

Me inclino hacia adelante, sintiendo la tensión recorrerme la espalda.

-Habla de una vez por todas, Luciano. ¿Qué descubriste? ¿Tienes algo sobre la dirección que te di? -intervengo, ansioso.

Luciano asiente, su tono firme pero medido.

-Sí Carlo. La dirección es de un edificio en construcción. Entran y salen obreros, pero lo peculiar es que vi a Tiziano en el sitio. ¿Qué quieres hacer ahora?

Intercambio una mirada con mi padre, cuyo rostro se mantiene imperturbable. Luego, con la misma calma helada de siempre, da su veredicto.

-Carlo, ve al lugar. Descubre si ese viejo de Franco te dio algo útil contra Oriana. Quizás no tengamos que eliminar al ruso.

Su voz es un mandato. Me levanto, con una resolución clara en la mente. Es hora de averiguar qué diablos traman.

Un momento más tarde

Vuelvo a observar la obra en construcción que se alza frente a mí como un gigante de concreto a medio terminar. Andamios oxidados, vigas desnudas y montones de escombros le dan un aire de abandono, pero el constante ir y venir de obreros dice lo contrario. El sonido de taladros y martillos se mezcla con el rugido de una mezcladora de cemento, creando un ruido ensordecedor que vibra en el suelo.

Desde la camioneta oscura en la que me encuentro, observo a Luciano. Apoya el codo en la ventanilla, la mandíbula apretada, el pie golpeando el piso con impaciencia. Su mirada se mantiene fija en el edificio, pero el tic nervioso en su ceja izquierda delata su incomodidad.

-No me gusta esto -murmura sin apartar la vista del edificio-. Es demasiado abierto, demasiadas salidas.

Su voz es baja, casi un gruñido. Desconfía del lugar y lo entiendo. Un sitio como este es perfecto para una emboscada.

-Franco no es estúpido, no me daría algo tan obvio sin un motivo -respondo, entrecerrando los ojos.

Acaricio la barba de varios días con los dedos, dejando que la idea tome forma en mi cabeza. Algo no encaja.

-Pero lo que me interesa es Tiziano. ¿Qué carajo hace aquí?

Luciano exhala pesadamente por la nariz y saca un cigarro del bolsillo interior de su chaqueta. Lo enciende con la calma de siempre, pero la forma en que sus labios se cierran alrededor del filtro me dice que también está tenso.

-Si trabaja para Oriana, esto no es cualquier obra.

Aprieto la mandíbula. Tiziano siempre ha sido leal a su hermana, pero ahora con Franco en la ciudad, podría estar jugando en ambos bandos.

-Vamos a acercarnos. Quiero verlo de cerca antes de tomar una decisión.

Bajamos de la camioneta y cruzamos la calle con pasos seguros, pero sin llamar la atención. Nos mezclamos con los obreros que entran y salen, el ruido de las herramientas y los gritos de los capataces llenan el ambiente. Un olor a cemento húmedo impregna el aire, y el polvo flota en pequeñas nubes con cada paso.

Entonces lo veo.

Tiziano está unos metros adelante, cerca de una de las estructuras en construcción. Su ropa de trabajo es un disfraz obvio: el casco amarillo, la camisa de manga larga y los jeans gastados no pueden ocultar su lenguaje corporal. Está rígido, con los hombros encorvados hacia adelante, como si quisiera encogerse, desaparecer.

Habla con dos tipos que no reconozco. Uno de ellos es alto, con una chaqueta de cuero ajena al código de vestimenta del sitio, el otro viste como cualquier peón, pero sus botas son demasiado limpias, demasiado nuevas. Hay algo en la manera en que Tiziano mueve las manos, en cómo sus dedos se crispan cada vez que el de la chaqueta de cuero habla.

Luciano lo nota también.

-No parece que esté supervisando nada -susurra sin apartar la vista-. Está nervioso.

-Exacto -murmuro, entrecerrando los ojos-. Y si está nervioso, significa que está metido en algo que no debería.

Nos movemos entre los obreros con naturalidad, fingiendo revisar los planos en una tabla de madera que alguien dejó olvidada. Desde nuestra posición, logramos escuchar parte de la conversación.

-...no podemos demorarnos más. Los colombianos quieren resultados ahora. -La voz del de la chaqueta de cuero es grave, firme. No hay lugar para discusiones.

Tiziano se pasa la mano por la nuca, incómodo. Su respiración es agitada, como si cada palabra que dice le costara oxígeno.

-Lo sé, lo sé. Pero esto no es tan simple. Si nos apresuramos, llamaremos la atención.

Colombianos. Solo significa una cosa. Droga. Quizás un cargamento grande de cocaína de uno de los carteles. Una operación de kilos y kilos para proveer a todo el mercado.

Miro a Luciano, y la sonrisa que se forma en mis labios es lenta, maliciosa.

-Creo que acabamos de encontrar algo interesante.

Luciano frunce el ceño, exhalando el humo del cigarro en una nube espesa.

-¿Qué hacemos?

Su voz es más baja esta vez, casi un susurro. Me deja sumido en mis pensamientos más oscuros. La cuestión no es si están moviendo droga. Eso ya es un hecho. La verdadera pregunta es: ¿Cuándo será la entrega? ¿Y bastará para arruinar a Oriana? ¿Para obligarla a casarse conmigo?

                         

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