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Valentina y Leo caminaron por la acera en silencio. La lluvia de la noche anterior había dejado el suelo húmedo y el aire con un frescor inusual para la ciudad. A pesar de que sus pasos avanzaban en la misma dirección, la sensación de que pertenecían a mundos distintos era innegable.
-¿A dónde vamos? -preguntó Leo, con las manos en los bolsillos y una expresión despreocupada en el rostro.
-A desayunar -respondió Valentina sin mirarlo.
-No tenía idea de que las CEO desayunaban con vagabundos.
Ella frunció el ceño y se detuvo, obligándolo a hacer lo mismo.
-Si vas a estar haciendo comentarios así todo el tiempo, puedes marcharte ahora.
Leo la observó por un momento antes de soltar una risa suave.
-Relájate, jefa. Solo me gusta ver cómo reaccionas.
-Deja de llamarme así.
-¿Cómo? ¿Jefa?
-Sí.
-Muy bien, Valentina.
La forma en la que pronunció su nombre le causó un leve escalofrío, aunque se negó a admitirlo.
Siguieron caminando hasta llegar a un café elegante, con ventanales amplios y una decoración minimalista. Al entrar, varias miradas se dirigieron hacia ellos. O, más específicamente, hacia Leo.
No llevaba la ropa más presentable. Su chaqueta aún mostraba signos de desgaste y sus zapatos estaban sucios por la lluvia del día anterior. No encajaba en ese ambiente.
Pero eso no pareció afectarlo en lo más mínimo.
Se dejó caer en una silla con total confianza mientras Valentina pedía dos cafés y croissants. Cuando se sentó frente a él, lo encontró mirándola con una sonrisa de medio lado.
-¿Qué? -preguntó ella, molesta por su mirada inquisitiva.
-Me pregunto por qué estás haciendo esto.
-Ya te lo dije. No es caridad.
-No me refería solo a esto -dijo, señalando la mesa-. Me refiero a todo. La habitación de hotel. Ahora el desayuno. La compañía.
Valentina sostuvo su mirada por un instante antes de responder.
-Anoche dijiste que la lluvia te recordaba que estabas vivo.
Leo levantó una ceja, sorprendido de que recordara sus palabras.
-¿Y?
-No sé si alguna vez he sentido eso.
Él la estudió por un momento antes de apoyarse en la mesa con los codos.
-Déjame adivinar... tu vida es un horario meticulosamente planeado, lleno de reuniones, decisiones millonarias y expectativas que cumplir.
-¿Es tan evidente?
-Solo un poco.
Ella tomó un sorbo de su café, intentando ignorar la sensación de que él podía ver más de lo que estaba dispuesta a mostrar.
-Y dime, Leo... -dijo después de un momento-, ¿qué pasa con tu vida? ¿Cómo terminaste viviendo en la calle?
Leo sonrió, pero esta vez su expresión no tenía el mismo tono despreocupado de antes.
-Digamos que alguna vez también tuve un horario meticulosamente planeado.
Valentina esperó a que continuara, pero él solo tomó su café y desvió la mirada hacia la ventana.
-No te gusta hablar del pasado.
-No es eso -respondió él con tranquilidad-. Es solo que a veces el pasado no es tan interesante como la gente cree.
Ella no insistió. Sabía reconocer cuando alguien no quería hablar de algo, y no era su estilo presionar.
Pero lo que sí sabía era que Leo no era un simple vagabundo. Había algo en la forma en que hablaba, en la seguridad con la que se movía, que le decía que su historia no era la que aparentaba.
Y, sin saber por qué, quería descubrirla.
Cuando terminaron el desayuno, Valentina pagó la cuenta y ambos salieron del café.
-¿Y ahora qué? -preguntó Leo, con las manos en los bolsillos y una sonrisa perezosa.
Valentina lo miró con seriedad.
-Tengo una propuesta para ti.
Leo alzó una ceja, intrigado.
-¿Una propuesta?
-Quiero que trabajes para mí.
Él soltó una carcajada.
-¿En serio?
-Sí.
-¿Qué haría exactamente? ¿Ser tu asistente personal? ¿Tu guardaespaldas? ¿Tu proyecto de caridad?
-No -respondió ella con calma-. Quiero que me muestres cómo es la vida fuera de mi mundo.
Leo la observó en silencio por un momento, como si intentara descifrar si hablaba en serio.
-Explícate.
-Dijiste que mi vida está completamente estructurada, y es verdad. No sé lo que es vivir sin reglas, sin un plan. Y, por alguna razón, tú sí.
-Entonces quieres que sea tu guía en el arte del caos.
-Algo así.
Leo se rió y negó con la cabeza.
-Nunca había recibido una oferta de trabajo tan extraña.
-Lo digo en serio, Leo.
Él la miró por un momento antes de sonreír.
-Está bien, jefa... digo, Valentina. Acepto tu propuesta.
Ella sintió una mezcla de emoción y nerviosismo ante su respuesta.
Sabía que estaba cruzando una línea.
Pero algo en su interior le decía que este viaje, por impredecible que fuera, valdría la pena.
Leo se recargó contra un poste mientras observaba a Valentina, quien parecía completamente seria con su propuesta.
-Déjame ver si entendí bien -dijo, con su eterna sonrisa de medio lado-. Quieres que te enseñe cómo vivir sin reglas, sin estructura... sin ser la CEO perfecta que todos esperan.
-Exactamente.
-Y, a cambio, ¿qué obtengo yo?
Valentina cruzó los brazos y lo miró fijamente.
-Un trabajo. Una oportunidad de salir de la calle.
Leo soltó una carcajada, pero no había burla en ella, sino una extraña mezcla de diversión y asombro.
-¿Y qué te hace pensar que quiero salir de la calle?
-Nadie quiere vivir así, Leo.
-Ahí es donde te equivocas, jefa.
Valentina suspiró.
-¿Siempre eres así de complicado?
-Siempre.
Ella se pasó una mano por el cabello, claramente frustrada.
-Si no quieres aceptar, dilo y ya. No tengo tiempo para juegos.
Leo la observó en silencio por unos segundos antes de dar un paso hacia ella.
-Está bien. Acepto.
Valentina arqueó una ceja.
-¿Así de fácil?
-Sí. Pero con una condición.
-¿Cuál?
Leo sonrió de nuevo, esa sonrisa suya que parecía desafiarla a cada momento.
-Si vamos a hacer esto, tienes que estar dispuesta a salir de tu zona de confort. Nada de medias tintas.
Valentina mantuvo su expresión firme.
-Lo estoy.
-Bien. Entonces empecemos.
Valentina tenía la intención de regresar a su oficina y continuar con su día normalmente, pero Leo tenía otros planes.
-No puedes decir que quieres aprender a vivir sin reglas y luego correr de vuelta a tu torre de cristal -dijo él mientras caminaban por una calle menos elegante que las que Valentina solía frecuentar.
-Tengo una empresa que dirigir, Leo. No puedo desaparecer.
-¿Y quién dijo que vas a desaparecer? Solo te estoy mostrando otro lado de la ciudad.
-No necesito que me muestres nada. Conozco esta ciudad perfectamente.
-¿Ah, sí? -Leo se detuvo frente a una cafetería pequeña, con mesas de madera en la acera y una decoración mucho más sencilla que los lugares a los que Valentina estaba acostumbrada-. ¿Alguna vez has entrado aquí?
Valentina miró el lugar con cierto recelo.
-No.
-¿Ves? Hay cosas que no conoces.
Ella suspiró, pero decidió seguirle el juego. Entraron al café y se sentaron en una mesa junto a la ventana. Un camarero se acercó y les dejó un menú.
-Pide lo que quieras -dijo Leo, divertido.
-¿Por qué tengo la sensación de que esto es una prueba?
-Porque lo es.
Valentina hojeó el menú y se dio cuenta de que no reconocía la mayoría de los platillos. Estaba acostumbrada a restaurantes de alta cocina, no a desayunos sencillos y tradicionales.
-¿Qué me recomiendas? -preguntó finalmente, rindiéndose ante la idea de que Leo, después de todo, sí tenía más experiencia en estos lugares.
-Los chilaquiles de la casa son buenos -respondió él sin dudar-. Y el café es mejor que el de esas cafeterías de lujo donde pagas por el nombre, no por el sabor.
Valentina aceptó la recomendación, aunque con escepticismo. Cuando la comida llegó, miró el plato con cierto recelo antes de tomar el primer bocado.
Para su sorpresa, estaba delicioso.
Leo sonrió al ver su expresión.
-No está mal, ¿verdad?
-No lo está -admitió ella.
-Primera lección: lo bueno no siempre está donde esperas encontrarlo.
Valentina rodó los ojos, pero no pudo evitar sonreír levemente.