Capítulo 2 Me casaré con mis propias condiciones

Después de meditarlo en silencio durante unos minutos, asentí con la cabeza.

El hombre frente a mí irradiaba felicidad, pero, sobre todo, una calma y tranquilidad inquebrantables, como si en cuestión de segundos le hubiera resuelto la vida con mi respuesta.

-Muy bien, acepto. Me casaré contigo, pero firmaré ese contrato matrimonial bajo mis propias condiciones -advertí con firmeza.

Él no se opuso. Al contrario, me escuchaba con atención, como si cada una de mis palabras fuera clave para este inesperado y confuso compromiso.

-En primer lugar, quiero un millón de dólares al momento de firmar el contrato -exigí sin rodeos.

-Hecho -respondió sin dudar.

-En segundo lugar, quiero un puesto importante dentro de tu empresa. Por tu apariencia, puedo notar que eres tu propio jefe, que diriges una de las compañías más importantes del país. ¿O me equivoco?

Su expresión cambió ligeramente.

-No te equivocas del todo, pero aún no soy el dueño absoluto de la empresa familiar. Sin embargo, en cuanto firmemos ese contrato, la presidencia será mía. Así que no te preocupes, considéralo casi un hecho.

Asentí, decidiendo confiar en él y en que esta repentina decisión era lo mejor para mí.

- Mi tercera condición es la más importante -proseguí, mirándolo a los ojos fijamente para saber que estaba escuchándome con atención -. Aunque no haya amor entre nosotros, quiero que me seas fiel, como yo lo seré contigo. Seré tu esposa cuando lo necesites, te acompañaré a reuniones, eventos y a la caridad, si es que tu familia participa en ello. Pero en casa, seremos dos desconocidos. Y algo más... -hice una leve pausa, asegurándome de que me prestara total atención-. Nunca, escúchame bien, NUNCA -enfaticé con dureza- seré tu mujer en la cama. ¿De acuerdo?

Él tragó saliva como si aquello hubiera sido un golpe muy duro de mi parte, pero así eran las cosas conmigo, mientras no hubiera amor por parte de ninguno, quizás todo marchara mejor para nosotros, y, tras unos segundos, asintió.

Extendió su mano y yo la tomé. El trato estaba cerrado. Solo quedaba esperar a que cumpliera su parte.

Aquella noche no regresé a casa.

Imaginé a Jonathan esperándome, con la incertidumbre de no saber dónde estaba. No aparecí en la cena de celebración de nuestro onceavo aniversario. Durante días había contado las horas para esa fecha, ilusionada por lo que significaba, sin imaginar que, cuando llegó, recibiría la peor noticia de mi vida... y que esa misma noticia me llevaría a tomar la mejor decisión de todas.

Salí del bar con Federico a las cuatro de la madrugada. Su chofer nos esperaba afuera.

El misterioso, elegante y atractivo hombre que me propuso matrimonio a cambio de dinero y una vida de lujos bajo mis propias condiciones se llamaba Federico Rojas. Era ejecutivo de cuentas en la empresa de su familia, un legado que había sido dirigido exclusivamente por los hombres de su linaje.

Su bisabuelo fundó la compañía y la heredó a su abuelo. Luego, su padre debía tomar el mando, pero murió antes de que su abuelo falleciera, dejando el testamento en manos de Federico. Sin embargo, su abuelo había establecido una condición inquebrantable: antes de reclamar lo que por derecho le pertenecía, debía asentar cabeza, abandonar su fama de mujeriego y asumir la responsabilidad de su legado.

Si no lo hacía, alguien más tomaría su lugar.

Y, al parecer, yo formaba parte de su plan para evitarlo.

Acepté, al fin y al cabo, me convenía muchísimo formar parte de este juego.

Porque para mí esto era un juego, y tenía todas las de perder.

Llegamos a su mansión.

Vaya mansión.

Era enorme, parecía un castillo.

En aquella casa, yo me perdería, me costaría adaptarme a ella.

Porque estaba acostumbrada a las cosas medianamente pequeñas, en mi casa... en mi anterior casa, no me perdía porque sabía donde estaba ubicado todo, pero, ¿Aquí? ¿Cómo le haría para encontrarlo a él para cuando lo necesitara y no estuviera en su habitación?

Bajamos del auto.

A pesar de la oscuridad de la madrugada, cuando amaneciera, la mansión se vería absolutamente preciosa bajo los rayos del sol.

- Bienvenida a tu nuevo hogar. De ahora en adelante, esta será tu casa, pero ni creas que tendrás la libertad de hacer lo que se te dé la gana aquí. Mi madre te matará, así que para evitar problemas, pondremos unas reglas que deberás seguir, ¿De acuerdo?

Asentí, era obvio que tanta amabilidad y hospitalidad tendría sus condiciones ocultas bajo su manga.

- Primera regla: por nada del mundo salgas de tu habitación a menos que yo te lo diga.

Fruncí el ceño, extrañada por su petición, pero no puse objeciones. Si él no había cuestionado mis exigencias antes, no tenía razones para oponerme a las suyas. Además, esta era su casa, sus reglas.

- De acuerdo. ¿Y la segunda? - respondí sin titubear.

- Segunda regla: no molestes a mi madre. Es una mujer... especial. Si algo de lo que dices o haces no le parece, te convertirás en su enemiga, y créeme, no es algo de lo que puedas salir fácilmente, ni de lo que podrás aguantar. Así que, si necesitas algo de ella, dímelo a mí antes. Yo me encargaré. ¿Está claro?

Asentí de nuevo. Ya me imaginaba que su familia no sería precisamente convencional y que era mucho más especial de lo que aparentaba.

- Y la tercera regla... -hizo una pausa, como si estuviera eligiendo sus palabras con cuidado-. No entres a la habitación del tercer piso. - habló con cuidado.

Fruncí el ceño.

- ¿Por qué?

- Solo no lo hagas. Es la única regla que realmente no debes romper de las tres. Pase lo que pase, por más curiosidad que sientas, por más ruidos que escuches... ni se te ocurra acercarte, está totalmente prohibido que entre allí. ¿Entendido?

¿Ruidos? ¿Que no me acerque con esta última advertencia que me ha dado?

¿Qué le pasaba a este hombre? ¿Por qué ocultaba tanto misterio detrás de esa fachada de hombre elegante y guapo?

Su mirada era seria, sin rastro de la actitud relajada que había mostrado hasta ahora. Algo en su tono me puso la piel de gallina, pero no insistí.

- Está bien -murmuré sin suplicar.

Aunque en el fondo, sabía que tarde o temprano descubriría qué se ocultaba tras esa puerta.

Proseguimos a ingresar en la mansión.

La mansión era de ensueño, me sentía como una princesa conociendo su castillo su primera vez.

Pero la reina malvada de mi cuento de hadas apareció de repente.

Como si hubiera estado por tanto tiempo, esperándonos llegar.

Aquella mujer era peor que Cruella de Vil.

De inmediato, mientras bajaba por las escaleras en forma de curva que resonaban bajo el sonido de sus tacones filudos, sentí que la mujer me miraba fijamente, tal como si estuviera analizándome y rápidamente, se mostrara en desacuerdo frente a la inesperada decisión de su hijo de haberme traído consigo a casa.

- Federico, ¿Quién es ella? - preguntó la mujer, acercándose a su hijo para besarle la mejilla. Si sus ojos fueran cuchillos, seguramente ya me hubiera apuñalado lo suficiente para desaparecerme de su vista.

- Hola mamá. Es mi prometida. Pero, ¿Qué haces despierta a esta hora? Te dije que no era necesario que me esperaras...

- Hijo, recuerda que estuve en el evento de caridad con mis amigas, hace un momento llegué y como vi que no estabas, decidí esperar a que llegarás. Más jamás me imaginé que ibas a llegar con esta... - la última palabra la pronunció despectivamente.

            
            

COPYRIGHT(©) 2022