Capítulo 3 Cruella de Vil

- Disculpe, señora. Pero, ¿Quién se cree usted para venir a referirse de mí de esa manera? - me defendí. Lo lamento, Federico, pero no cumpliré la segunda regla que me interpusiste antes de entrar a esta casa en relación con tu madre, no iba a permitir que esa mujer me faltara al respeto de esta manera, tratándome como si fuera una cualquiera para cuando yo no lo era.

Federico me miraba con ojos abiertos, como si con ello pretendiera advertirme que me estaba equivocando con responderle a su madre.

- ¡Federico! - chilló su madre como si fuera una niña chiquita que quería que su hermano la defendiera de su novia - ¿Estás bromeando? ¿De verdad quieres meter a esta salvaje a la casa? ¡Mira nada más como me habla! ¡Ella y yo jamás nos entenderemos! ¡Mejor llévatela y cásate con...!

Pero antes de que la mujer siguiera quejándose, Federico la interrumpió.

- Mamá, no hables de ese tema, por favor. Te dije que es tema prohibido en esta casa. ¿De acuerdo? Y no te comportes así, Gabriella es la mujer que quiero para cumplir con el deseo de muerte de mi abuelo, y punto final. No hay más discusión. Ustedes dos, aprenderán a llevarse bien, de lo contrario, tendré que irme de esta casa, no me casaré y tampoco recibiré la herencia de mi abuelo que pasará a ser de uno de mis primos, y lo perderemos todo. ¿Vale, madre?

Federico le hablaba a su madre, así como si fuera él, el único hombre de la familia que se hacía cargo de ella y que, por tanto, ella no podía darse el lujo de oponerse ante sus decisiones porque sería ella quien terminara perdiendo después.

- Definitivamente, contigo nunca se puede hablar - volvió a chillar su madre.

Y sin decir nada más, la mujer se giró y se volvió a subir las escaleras, esta vez, resonando con más fuerza sus tacones porque sus pisadas estaban llenas de rabia.

- Federico... Lo lamento, pero yo no iba a dejar que esa mujer me tratara como una cualquiera para cuando no lo soy. Que te quede claro que solamente estoy haciéndote un favor. ¿Entendiste? - él asintió, solamente me miraba fijamente, como si estuviera analizando la situación para saber como tratarme - Ahora, llévame a mi habitación, quiero dormir un poco. Más tarde tendré que ir por mi ropa para estar a gusto.

Comencé a subir las escaleras, pero antes de que pudiera avanzar del quinto escalón, Federico me tomó del brazo, y por culpa de mi reacción, terminé cayendo de espaldas, pero por suerte, Federico me salvó, sus brazos me sujetaron para no golpearme.

Por un instante, nos miramos fijamente a los ojos, sentí como mi cuerpo se estremecía, poniéndome nerviosa con su contacto, sus brazos eran fuertes, y estaban tratándome con delicadeza, así como si fuera un fino jarrón del que, por nada del mundo, podía dejar caer al suelo o se echaría a perder para siempre.

Realmente, sus ojos eran preciosos, parecían dos bellas perlas preciosas de las que jamás te aburrirías de ver.

- Lo siento, casi te caes por mi culpa - dijo él, sin intenciones de querer soltarme del agarre.

La verdad era que yo tampoco deseaba que así fuera.

- Está bien, supongo que me apuré más de la cuenta - traté de evadir mis nervios para no titubear mientras hablaba.

Él asintió.

- Te llevaré a tu habitación, y más tarde, en cuanto despertemos y comamos algo, te llevaré de compras, no será necesario que regreses por tu ropa a tu antigua casa si no quieres - él sugirió, pude notar como sus ojos azules no dejaban de verme a mis ojos miel.

Asentí.

Entonces, él me soltó de sus brazos, y de allí, decidí seguirlo para que me llevara en dónde estaba mi habitación.

Mi habitación era mucho más hermosa de lo que hubiera deseado que fuera, realmente, era una habitación perfecta para una princesa de cuento de hadas, se parecía a la habitación de la cenicienta cuando se casa con el príncipe, lo tenía todo, salvo que me faltaba una cosa: mi príncipe azul con despertar todos los días.

Al cruzar la puerta que Federico había abierto para mí, como todo un caballero, me encontré con una habitación que parecía sacada de un cuento de hadas.

Las paredes estaban cubiertas de un delicado tono marfil con molduras doradas que resaltaban su elegancia. Un enorme ventanal, enmarcado por cortinas de terciopelo azul profundo, dejaba entrar la luz de la luna, tiñendo la estancia con un brillo etéreo.

En el centro, una cama con dosel de madera tallada dominaba la habitación.

Las sábanas de satén blanco contrastaban con los cojines bordados en hilos dorados, y el dosel estaba adornado con finas gasas traslúcidas que caían con suavidad, creando una atmósfera íntima y acogedora.

A un lado, un tocador antiguo con un espejo ovalado reflejaba la luz de una lámpara de cristal que emitía un resplandor cálido y acogedor. Frente a la cama, una chimenea de mármol blanco tenía un fuego tenue ardiendo, proyectando sombras danzantes en las paredes.

Todo en esa habitación estaba diseñado para la comodidad y el lujo.

Un sofá tapizado en terciopelo beige reposaba junto a una pequeña mesa con una bandeja de porcelana y una tetera de plata. El suelo, cubierto por una alfombra persa de tonos crema y dorado, hacía que cada paso fuera silencioso y suave.

Era el tipo de habitación en la que cualquier princesa soñaría despertar cada mañana. Pero, aunque todo parecía perfecto, todavía me faltaba algo... mi príncipe azul.

Además de ello, tenía la biblioteca perfecta.

Llena de libros que, a simple vista, parecían ser de los clásicos porque su tapa era dura y firme, no débil y moderna a comparación de los libros de ahora.

- Wow, ¿En serio esta es mi habitación? - dije sin quitarle la mirada al lugar, estaba tan impresionada de su belleza que me costaba creer que fuera real.

- Sí, es esta. ¿Por qué? ¿Tienes algún problema? Si quieres podemos buscarte otra, al fin que hay muchas habitaciones, alguna de ellas te podrá gustar. Debes quedarte donde más te sientas cómoda - él respondió.

Niego con la cabeza cuando lo miro.

- No, para nada. Al contrario, es perfecta. Me encanta, es preciosa. Me siento demasiado cómoda aquí, no te preocupes. No hay que buscar más habitaciones, esta es la indicada para mí - dije con sinceridad, le sonreí.

Él correspondió mi sonrisa.

- Bien, eso me agrada. Entonces, voy a ir a traerte algo de mi ropa para que puedas dormir cómoda, y más tarde, saldremos de compras.

Asentí.

No me daba nervios salir de compras con él, digo, iba a ser mi esposo, ¿No tendría por qué estarlo, no?

Federico me dejó un momento a solas, aproveché ese momento para salir al balcón, tenía un pequeño balcón en el que solo cabíamos dos personas dentro, estaba abierto en ese momento, en esa zona donde se encontraba ubicada la mansión, no sucedería nada fuera de lo común por dejar el balcón abierto durante todo el día y la noche, puesto que ningún ladrón subiría por la pared y entraría, no habría forma de ello.

Al poco tiempo, Federico regresó, y cuando lo presentí, salí del balcón y lo descubrí mirándome con atención. Esa mirada sí me puso nerviosa, y lo que más me puso nerviosa fue saber que dormiría esa noche con su ropa.

- Espero que esto sea cómodo para ti - dijo al entregarme la ropa.

- Muchas gracias - sonreí al recibirla.

            
            

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