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- De acuerdo, te dejaré para que descanses. Cuando despiertes, por favor, baja para que comamos algo juntos antes de cumplir con el itinerario de nuestro día. ¿Está bien? - dijo.
Iba a asentir con una sonrisa dibujada en mi rostro como respuesta, pero me arrepentí de hacerlo al recordar que su madre vivía en esta casa también y que nos habíamos conocido en muy malos términos, y lo cierto es que no se me antojaba para nada tener que compartir la mesa con ella, con su cara de amargura, con sus ojos queriéndome comer vivos. No, ni loca, ni en mis peores pesadillas, quería algo que ver con esa bruja de madre que el pobre tenía.
¿Aquella mujer se comportaba de esa manera con todas las chicas que se le acercaban a su hijo?
¿Quizás solamente sería así conmigo?
Puede que sí.
Puede que no.
Nadie podía darme la certeza de que así fuera.
Pero yo misma me he jurado que no dejaría que esta mujer me hiciera imposible la vida en esta casa, con tal de que no tuviéramos ninguna oportunidad de toparnos cuando estemos aquí solas, sería lo mejor para todos.
Es más, hasta prefería mil veces quedarme encerrada en la empresa para cuando finalmente consiguiera un buen cargo allí al momento de casarme con Federico, que tener que estar encerrada en esta casa con esta mujer merodeando por allí, y claramente, si esa situación se llegaba a presentar, prefería mil veces la opción de quedarme encerrada en mi habitación, pidiendo servicio a la habitación, y entreteniéndome con mi computadora trabajando, estudiando o quizás, hasta leyendo, pero no iba a salir por nada del mundo a tener que convivir con esta mujer y que me amargara la existencia.
- ¿Tu madre desayunará con nosotros? - solté.
Federico nada más soltó una risita nerviosa, como si mi pregunta hubiera sido incómoda para él de responder.
- No te preocupes por ella, yo me encargaré que no te quiera seguir molestando como lo hizo ahora que se conocieron. Ella no es tan mala, solamente es un poco...
- ¿Grosera? - continué su oración sin pretender ofenderlo con mi respuesta.
Federico asintió la cabeza con resignación.
- Además de esto, supongo que ella ha de haber salido para desayunar con sus amigas, como lo hace siempre desde antes de haberme tenido, entonces, no creo que esté en el comedor para cuando bajemos a desayunar. Así que puedes quedarte tranquila con esto. Dejaré que descanses.
Y entonces, él se marchó, dejándome sola en la habitación, cerrando la puerta a sus espaldas.
Me cambié de ropa, dejé mi ropa doblada a un lado de la cama, donde sé que no se arruinaría, y de inmediato, sin pensarlo más, tiré a la cama, colocándome las cobijas encima. Era muy relajante, el colchón se sentía casi que nuevo, y las almohadas, ni hablar de ellas, eran perfectas hasta para abrazarlas mientras dormía.
Fue así como caí en un sueño profundo, y cuando en la madrugada creí que estaba disfrutando de un sueño relajante y perfecto, fue cuando lo viví, la peor pesadilla de todas. Aquella pesadilla, me mostraba un cuarto oscuro, se parecía a esa habitación de la que yo compartía con mi novio, con Jonathan, al frente de mí, con su mirada oscura y sombría, llena de odio, me miraba como si yo tuviera una gran deuda que debía de pagarle y de la que él pretendía hacer pagar con mi vida.
- ¡Eres una traidora! ¡Largo de mi casa! ¿Cómo pudiste hacerme esto a mí? ¿Justo el día que iba a proponerte matrimonio? ¡Estás loca! - gritaba Jonathan con furia contenida.
Desperté abruptamente cuando sentí las manos de Jonathan, rodear mi cuello, y apretarlo con fuerza, como si de la nada, quisiera ahorcarme, asesinarme, desquitar su ira conmigo, haciéndome desaparecer de su vida para siempre aunque le costara la libertad.
Mi respiración se sentía agitada, pesada.
Siento un calor abrumador recorrer mi cuerpo y tengo que quitarme inmediatamente la cobija de encima para respirar.
¿Qué mierda había sido? ¿Qué significaba ese sueño para mí ahora?
Fue lo primero que me pregunté a mí misma.
Me levanté de la cama, comienzo a caminar descalza por alrededor de mi habitación, como si quisiera con ello distraerme, olvidar esa horrible pesadilla, sin embargo, me era imposible hacerlo, por tanto, tomé la decisión de salir de la habitación, a esta hora, seguramente no habría nadie más despierto que la servidumbre. Era improbable que después de aquella llegada tarde a casa, la madre de Federico estuviera despierta, al igual que él, puesto que todos nos fuimos a dormir como casi a las 4:00 de la madrugada, e iban a ser las 6:10 de la mañana, o al menos eso lo detallé en el reloj que estaba colgado de la pared del pasillo de las habitaciones antes de bajar las escaleras.
Bajé con cuidado de no hacer ruido, y me acerqué a la cocina.
Allí me encontré con la servidumbre, y, por desgracia, la madre de Federico estaba allí, tomando una taza de café, y leyendo noticias en una tableta, o quién sabe qué haciendo allí. Más eso no me importaba, yo solamente bajaba por una taza de café, a presentarme con la servidumbre y me marcharía a esperar a Federico para desayunar juntos y marcharnos a cumplir con nuestro horario del día en una de las mesas del patio de afuera, cerca de la entrada.
- Buenos días - dije para todo el mundo.
El chef, la servidumbre, y el mayordomo me miraron con amabilidad y me saludaron.
Pero no fue ni siquiera necesario mirarla fijamente a los ojos como para haberme dado cuenta de que aquella mujer estaba viéndome despectivamente, así como lo hizo hace un par de horas cuando nos conocimos.
- ¿Qué crees que haces aquí? - preguntó la madre de Federico con esa prepotencia que tanto la caracterizaba a la mujer.
- Vine por un café. ¿Acaso no puedo? - respondí, hablándole de la misma manera en que lo hacía para que ella se diera cuenta de que conmigo no podía meterse.
- Fíjate bien por como me hablas, niña. Aquí tú nada más eres una arrimada, mi hijo nada más te está usando para cumplir con su parte del testamento del abuelo, recupera su herencia, espera un tiempo, y luego, te largarás de esta casa y de nuestras vidas para siempre. Por tanto, cuida como me hablas, no sabes con quién te estás metiendo, y no querrás tenerme como tu enemiga de por vida. ¿No es así? - dijo la mujer con voz fría y amenazante, sin dejar a un lado lo que hacía, pero sí que mirándome fijamente para que con eso se encargara de hacerme prestarle mucha atención.
- Señora, usted también tenga mucho cuidado. Usted no sabe quién soy yo, y así como ustedes tienen, yo también puedo hallar la manera de joderles la vida si no cumplen con su trato, para que este matrimonio se lleve a cabo y para que yo pueda tener todo aquello que le exigí a su hijo cuando lo conocí para ser parte de esto. Mejor, agradezca que estoy ayudando a su hijo sin exigirle mucho a cambio a pesar de la forma que nos conocimos, porque dudo mucho que otra en mi lugar hubiera aceptado esto, así tan descabelladamente - respondí a la señora amenazante.
Ella solo me miraba con recelo, con odio, con fastidio de que hubiera conocido a alguien tan aventada como yo antes.