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El aire dentro de la cueva era espeso y frío, como si la misma piedra exudara un miedo antiguo. Alden se puso de pie, aún sintiendo la tensión en sus músculos, y asintió lentamente hacia Evelyn.
-Bien -susurró-. Muéstrame el camino.
Evelyn no respondió de inmediato. Sus ojos dorados parecían brillar en la penumbra de la cueva, escaneando las sombras que danzaban con el parpadeo de la linterna de Alden. Luego, sin decir más, se giró y comenzó a moverse con pasos silenciosos hacia la parte trasera de la cueva.
Alden la siguió, aunque cada instinto en su cuerpo le gritaba que aquello era una pésima idea.
La cueva se extendía mucho más de lo que había imaginado. A medida que avanzaban, las paredes de piedra parecían cerrarse sobre ellos, como una garganta de roca dispuesta a tragárselos. La única iluminación era el tenue resplandor de la linterna, que proyectaba sombras extrañas en las paredes.
Finalmente, llegaron a una abertura en la roca, apenas lo suficientemente grande para que pasaran de lado. Evelyn se detuvo y le hizo una seña con la mano.
-Aquí es.
Alden frunció el ceño.
-¿Aquí qué? Solo veo un agujero en la pared.
Evelyn giró lentamente la cabeza hacia él.
-No es solo un agujero. Es la entrada al sendero.
Alden tragó saliva y miró el pasadizo oscuro. Algo en él le erizaba la piel. No era solo la oscuridad, sino la sensación de que estaba mirando algo que no debía existir.
-Si seguimos este camino, nos llevará al otro lado del bosque -dijo Evelyn, con la voz apenas un murmullo-. Pero recuerda lo que te dije... Si ves algo que no debería estar ahí, ignóralo. No le hables. No le respondas.
Alden sintió una punzada de nerviosismo.
-¿Cómo se supone que sé qué es real y qué no?
Evelyn lo miró fijamente.
-Lo sabrás.
Antes de que pudiera hacer más preguntas, Evelyn se deslizó por la abertura y desapareció en la oscuridad.
Alden respiró hondo, murmurando una maldición, y la siguió.
El pasadizo era sofocante. El techo era bajo y las paredes de piedra estaban tan cerca que Alden casi podía sentirlas rozando su chaqueta. La única fuente de luz era la linterna, cuyo haz de luz temblaba con cada paso que daba.
El silencio era absoluto. No había rastro del sonido del bosque, ni del viento, ni siquiera de su propia respiración.
Evelyn iba adelante, avanzando con pasos seguros, como si ya conociera el camino.
-¿Cómo sabes de este lugar? -susurró Alden.
Evelyn no se giró.
-Porque he estado aquí antes.
Alden frunció el ceño.
-¿Cuándo?
-Cuando era niña.
Su respuesta lo tomó por sorpresa. Antes de que pudiera decir algo más, Evelyn se detuvo bruscamente.
Alden se tensó.
-¿Qué pasa?
Evelyn levantó una mano, indicándole que guardara silencio. Luego, con un movimiento lento, apagó la linterna.
La oscuridad fue inmediata.
Alden sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Estaba a punto de protestar cuando lo escuchó.
Un susurro.
Era bajo, casi imperceptible, pero estaba ahí.
-Alden...
El periodista sintió que la sangre se le helaba en las venas.
La voz venía de la oscuridad, de algún punto frente a él.
-Alden... ¿por qué te escondes?
Era una voz femenina. Suave, conocida.
Alden sintió un nudo en la garganta. No podía ser.
-¿Mamá?
El sonido de la respiración de Evelyn se hizo más fuerte, como si estuviera conteniendo el aliento.
Alden sintió una presión en el pecho. Su madre había muerto hacía años. No podía ser ella.
Pero la voz volvió a hablar, más cerca esta vez.
-Alden... ¿por qué no me respondes?
Él sintió que su cuerpo se paralizaba.
Evelyn se inclinó hacia él y le susurró al oído:
-No mires. No hables.
Alden cerró los ojos con fuerza.
El susurro continuó.
-Alden, hijo... por favor...
La voz estaba justo frente a él ahora. Casi podía sentir un aliento helado contra su piel.
Cada fibra de su ser le decía que levantara la linterna, que mirara, que hablara.
Pero recordó las palabras de Evelyn.
No mires. No hables.
El silencio se alargó. La presencia frente a él se mantuvo inmóvil.
Y luego, el susurro se convirtió en un siseo.
-Eres aburrido...
El aire se volvió pesado, y un olor nauseabundo se extendió a su alrededor. Algo se movió en la oscuridad, alejándose lentamente.
Alden sintió que sus músculos se aflojaban de golpe. Evelyn tomó su brazo y lo apretó.
-Vamos -susurró.
Avanzaron en la oscuridad, sin encender la linterna, guiándose solo por la intuición y el tacto.
Después de lo que parecieron horas, el pasadizo comenzó a ensancharse. Un tenue resplandor apareció al final del camino.
Alden sintió que su cuerpo casi colapsaba de alivio.
Salieron a una pequeña quebrada en el bosque. El aire fresco golpeó su rostro y el sonido del viento volvió a sus oídos.
Se giró hacia Evelyn, todavía temblando.
-¿Qué demonios fue eso?
Evelyn exhaló lentamente.
-Uno de los Caminantes del Abismo.
Alden pasó una mano temblorosa por su rostro.
-¿Y qué habría pasado si hubiera respondido?
Evelyn lo miró fijamente.
-Entonces ya no serías tú.
Alden sintió un escalofrío recorrerle la espalda.
El peligro no había pasado.
Solo habían cruzado la primera barrera.
El frío de la madrugada era cortante. Afuera de la cueva, el bosque parecía otro, más oscuro, más denso. Los árboles se alzaban como sombras colosales, sus ramas nudosas entrelazándose en lo alto, bloqueando casi por completo la luz de la luna. A pesar de que el pasadizo había sido una pesadilla, Alden no sentía ningún alivio al estar nuevamente al aire libre.
Su cuerpo aún temblaba por lo que acababan de enfrentar.
Los Caminantes del Abismo.
La voz de su madre... No, no era ella. No podía ser.
Evelyn avanzó unos pasos y se detuvo, observando la profundidad del bosque. Su silueta se recortaba contra la penumbra, tensa, como un animal que olfatea el peligro antes de verlo.
-No podemos detenernos -dijo en voz baja.
Alden la miró con incredulidad.
-¿Cómo que no? Necesito un momento para...
-No hay tiempo, Alden -lo interrumpió ella, girándose hacia él con una intensidad aterradora en los ojos-. Piensas que lo peor ha pasado, pero no es así.
Alden apretó los dientes.
-¿Qué quieres decir?
Evelyn inspiró profundamente y señaló los árboles.
-El pasadizo nos protegía en cierta forma. Era un espacio intermedio... como una frontera. Ahora estamos otra vez dentro de su territorio.
Alden sintió un escalofrío recorrer su espalda.
-¿De qué hablas?
Evelyn caminó lentamente hacia él y lo miró directamente a los ojos.
-Este bosque... no es como otros. Está vivo. Respira, se mueve, y sobre todo, tiene hambre.
Alden sintió que su estómago se revolvía.
-Eso es... ridículo.
Evelyn no sonrió.
-Dime, ¿acaso algo de lo que has visto hasta ahora te parece lógico?
Él abrió la boca para responder, pero la cerró de inmediato. Sabía la respuesta. Nada tenía sentido. Nada de esto debía ser real.
Evelyn le hizo un gesto con la cabeza.
-Vamos. Debemos seguir caminando.
Alden apretó los puños, sintiendo la frustración y el miedo mezclarse en su interior. Pero no tenía otra opción.
Comenzaron a avanzar entre los árboles.
El suelo era blando, casi esponjoso bajo sus pies, como si caminaran sobre una superficie viva. Con cada paso, Alden sentía que algo se removía bajo la tierra, algo que se agitaba en las profundidades.
-¿A dónde nos dirigimos? -preguntó en voz baja.
Evelyn no respondió de inmediato.
-Hay una cabaña al otro lado del bosque. Un lugar seguro... al menos por ahora.
Alden asintió con desgana. "Seguro" ya no significaba nada para él.
La caminata continuó en silencio. El bosque era sofocante, y con cada minuto que pasaba, Alden tenía la sensación de que los árboles estaban más juntos, como si el sendero se cerrara tras ellos.
Entonces, el sonido comenzó.
Un crujido suave, como si algo grande se moviera entre las ramas.
Alden se detuvo de golpe.
-¿Lo escuchaste?
Evelyn también se había detenido, su cuerpo tenso.
-Sí.
El crujido se hizo más fuerte. Ahora sonaba como ramas quebrándose bajo un peso inmenso.
Alden tragó saliva.
-¿Qué es eso?
Evelyn no respondió. En cambio, con un movimiento lento, sacó un cuchillo de su chaqueta.
-Sigue caminando. No mires atrás.
El tono de su voz hizo que los vellos de la nuca de Alden se erizaran.
-¿Qué pasa si miro?
Evelyn le lanzó una mirada helada.
-No querrás averiguarlo.
Alden sintió que su corazón latía con fuerza descontrolada en su pecho.
El crujido se hizo más fuerte. Algo estaba siguiéndolos. Algo grande.
Con cada paso que daban, el sonido se acercaba.
Alden quería correr, pero algo en la forma en que Evelyn caminaba, manteniendo un ritmo constante y controlado, le indicó que esa no era una opción.
-Está muy cerca -susurró.
Evelyn no respondió.
De pronto, Alden sintió un cambio en el aire.
El crujido se detuvo.
El bosque quedó en un silencio absoluto.
Demasiado absoluto.
No había viento. No había hojas moviéndose. Ni siquiera el sonido de sus propios pasos.
Era como si todo hubiera sido engullido por un vacío.
Alden se detuvo, incapaz de evitarlo.
Y entonces, lo vio.
Apenas una silueta entre los árboles. Alta. Demasiado alta.
Era imposible distinguir sus rasgos, pero sus extremidades parecían alargadas, deformes. Sus dedos, largos y huesudos, terminaban en puntas afiladas.
Y lo peor de todo eran sus ojos.
Vacíos. Negros.
Evelyn se tensó.
-No te muevas.
Alden no podía respirar.
El ser inclinó su cabeza de manera antinatural, como si los estuviera analizando.
Entonces, dio un paso adelante.
Alden sintió que el suelo se hundía bajo sus pies.
El ser no caminaba. Deslizaba su cuerpo de una manera imposible, como si la gravedad no aplicara a él.
El silencio se rompió con un susurro gutural.
-Tienes hambre.
Alden sintió que su cuerpo se congelaba.
-No respondas -susurró Evelyn, sin mover los labios.
Pero la voz del ser volvió a sonar.
-Tienes hambre... lo sé.
Alden sintió que algo se movía en su estómago.
Era un hambre voraz, un vacío en su interior que nunca había sentido antes.
Y con horror, comprendió la verdad.
No era su hambre.
Era la del bosque.
Y lo estaba devorando desde adentro.