/0/16062/coverbig.jpg?v=65d19d6cc8fd19ff0990ac7a6a74b941)
Emily aún no terminaba de asimilar su nueva realidad cuando, menos de veinticuatro horas después de firmar el contrato, un jet privado la transportó desde Las Vegas a Nueva York, directo a la mansión de Alexander Westwood.
La "casa", como él la llamaba, era todo menos eso. Se trataba de una propiedad majestuosa en el Upper East Side, con una fachada de piedra blanca, enormes ventanales y una arquitectura clásica que exudaba riqueza y poder. Emily se quedó boquiabierta al verla desde el asiento del auto.
-Dios santo... -murmuró mientras el chófer atravesaba las puertas de hierro forjado.
-¿Te gusta? -preguntó Alexander con una sonrisa ligera.
-No es una casa, es un castillo.
Alexander soltó una pequeña risa, como si estuviera acostumbrado a esa reacción.
-No es tan grande.
Emily le lanzó una mirada incrédula.
-Si necesitas personal de servicio para mantenerla en pie, es demasiado grande.
-Solo hay un par de empleados de confianza. Te los presentaré.
Emily no sabía si eso la tranquilizaba o la ponía más nerviosa. Estaba a punto de compartir techo con Alexander durante seis meses y, aunque la casa era enorme, aún sentía que estaba cruzando un límite del que no podría volver atrás.
El auto se detuvo y un hombre de cabello canoso, vestido con un traje impecable, les abrió la puerta.
-Bienvenidos, señor Westwood, señorita Carter.
Alexander salió primero y le tendió la mano a Emily.
-Gracias, Henry. Esta es Emily, mi esposa.
Emily casi se atraganta con su propia saliva al escuchar la naturalidad con la que lo decía, pero forzó una sonrisa y estrechó la mano del hombre.
-Un placer.
Henry le dedicó una mirada amable y asintió.
-Bienvenida, señora Westwood.
Señora Westwood. Demonios.
Emily fingió que el título no la hacía entrar en pánico y siguió a Alexander al interior de la casa.
Si el exterior era impresionante, el interior era de otro mundo. Los techos altos, las lámparas de cristal y los muebles de lujo la hacían sentir como si hubiera entrado en un palacio moderno. No pertenecía allí.
-Puedes elegir la habitación que quieras -dijo Alexander mientras caminaban por un largo pasillo de mármol-. Aunque preparé una para ti en la segunda planta.
Emily parpadeó.
-¿No dormiré en la misma habitación que tú?
Alexander la miró con diversión.
-¿Querías hacerlo?
-¡No! -respondió rápidamente, sintiendo el calor subir a su rostro-. Solo pensé que... ya sabes, por las apariencias...
Alexander se detuvo frente a una puerta y apoyó una mano en el marco.
-Nadie va a entrar aquí sin nuestro permiso. Podemos aparecer como una pareja perfecta en público sin necesidad de compartir habitación.
Emily exhaló aliviada.
-Bien.
Él empujó la puerta y Emily entró en lo que era, sin duda, la habitación más lujosa en la que había estado en su vida. Una cama enorme con sábanas de satén, una chimenea, un balcón con vista a la ciudad y un armario que probablemente era más grande que su antiguo apartamento.
-Espero que sea de tu agrado -dijo Alexander con tono casual-. Si necesitas algo más, solo dímelo.
Emily recorrió la habitación con la mirada y se giró hacia él.
-Esto es... increíble. Gracias.
Alexander le dedicó una sonrisa ligera antes de alejarse.
-Descansa. Mañana tenemos nuestra primera aparición pública.
Emily sintió un escalofrío.
-Genial... -murmuró, cayendo sobre la cama. ¿En qué me he metido?
El Desayuno y las Reglas
A la mañana siguiente, Emily se despertó con el aroma del café y algo que olía deliciosamente a pan recién horneado.
Con un suspiro, se levantó y se puso una bata de seda que había encontrado en el armario. Al bajar las escaleras, encontró a Alexander en la cocina, vestido con una camisa blanca remangada y un par de pantalones oscuros.
Lo que la sorprendió no fue solo lo bien que se veía, sino el hecho de que estaba cocinando.
-¿Tú cocinas? -preguntó Emily, cruzando los brazos mientras lo observaba voltear unos panqueques en la sartén.
Alexander le dedicó una mirada divertida.
-Cuando tengo tiempo. Aunque no lo creas, puedo hacer algo más que firmar contratos.
Emily se sentó en uno de los taburetes de la isla de la cocina.
-Bueno, esto sí que es inesperado.
Él le sirvió un plato de panqueques y café antes de tomar asiento frente a ella.
-Hoy tenemos un evento de gala -dijo mientras tomaba un sorbo de su café-. Será nuestra primera aparición pública como esposos.
Emily tomó un pedazo de panqueque con el tenedor y lo probó.
-¿Qué tipo de evento?
-Una gala benéfica organizada por mi empresa. Estarán presentes inversionistas, empresarios y prensa.
Emily exhaló lentamente.
-¿Cuánto de actuación se espera de mí?
Alexander dejó su taza en la mesa y la observó con seriedad.
-Tendremos que ser creíbles. Lo mínimo será tomarnos de la mano, sonreír, mirarnos como una pareja feliz...
Emily enarcó una ceja.
-¿Y lo máximo?
Alexander sonrió de lado.
-Si alguien nos lo pide, un beso no estaría fuera de lugar.
Emily casi se atraganta con su café.
-¿Un beso?
-No tiene que ser real -dijo con calma-. Solo creíble.
Emily dejó el tenedor en el plato y lo miró con escepticismo.
-¿Alguna vez te has casado por accidente antes? Porque pareces demasiado tranquilo con todo esto.
Alexander rió suavemente.
-No, nunca me ha pasado algo así. Pero soy bueno adaptándome a cualquier situación.
Emily apoyó un codo en la mesa y lo observó fijamente.
-Muy bien, entonces dime... ¿cómo me verás cuando estemos en público?
Alexander se inclinó un poco hacia ella, su mirada intensa clavándose en la suya.
-Como si fueras lo más importante en mi vida.
El aire se atascó en la garganta de Emily.
-Eso suena peligroso.
Alexander sonrió con un destello de diversión.
-Solo si empiezas a creerlo.
Emily sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Porque, por primera vez desde que todo esto había comenzado, se preguntó si realmente podría distinguir entre la actuación y la realidad.