Capítulo 3 SALGO DE ALLÍ COJEANDO

Laura está en el vestíbulo cuando llego cojeando. Lleva un café y un par de zapatillas de playa en cada mano. Casi me echo a llorar cuando veo esas zapatillas.

-Gracias -me atraganto, aceptándolas.

Ella arruga la nariz. -¿Estás bien?-

-Está bien. Salgamos de aquí.

-Cámbiate los zapatos primero -dice, arrastrándome hasta una silla en el vestíbulo. Quiero correr lo más lejos posible de Roger, pero Laura se muestra firme. Mientras me quito los zapatos, ella se sienta a mi lado y sonríe-. ¿Lo viste?

-¿Ver a quién?-

-El nuevo dueño de la empresa. Escuché a las recepcionistas hablar de él. Al parecer, es muy rico y da mucho miedo. Dicen que todas las empresas con las que entra en contacto mueren como si fuera una especie de ángel de la muerte multimillonario. Su nombre es Carlton o Holton o...-

-Roger Bolton -susurro.

Mis tacones rotos caen al suelo mientras la verdad me golpea directo entre los ojos.

El nuevo propietario del que todo el mundo habla...

El director ejecutivo por el que Winifred echó a nuestra organización benéfica a la calle...

Es Roger.

Roger Punto de Vista

Ver a Ana fuera del ascensor me dejó paralizado, pero tengo la sensación de que habría llamado mi atención incluso si no tuviéramos historia.

Cada centímetro de ella está diseñado para acelerar el pulso de un hombre.

Ese cabello... rizado, negro y cayendo mucho más allá de sus hombros.

Esos ojos, de color marrón cierva, puros y lo suficientemente grandes como para que un hombre adulto pudiera ahogarse en ellos.

Esa boca, carnosa y exuberante, con los labios listos para el saqueo. Nunca le gustó el lápiz labial, y yo sí que apreciaba sus preferencias por el sabor a cereza.

¿A ella todavía le gusta el brillo labial de cereza?

Pagaría un millón de dólares por tener la respuesta. ¡Diablos!, pagaría diez veces más por probarla yo mismo.

Casi lo hice. La forma en que cerró los ojos, las pestañas revoloteando sobre sus mejillas morenas, cuando me acerqué para presionar el botón del ascensor me hizo pensar que no estaba del todo en contra.

Entonces abrió los ojos, me clavó una mirada gélida y sentí toda la amplitud de su disgusto.

Se esperaba su enojo.

Nuestro complicado pasado es una red gigante y pegajosa entre nosotros.

Aún así, me alegré de verla.

No, feliz no es la palabra correcta.

Ella era un fantasma que rondaba mis recuerdos. Un anhelo que nunca expresaba en voz alta, pero que siempre sentía resonar en mi pecho. Verla en persona, estar lo suficientemente cerca para tocarla, no solo me hacía feliz. Llenaba una parte de mí. Una necesidad desesperada. Como el agua para un hombre que había estado vagando por el desierto durante días.

-Ya estamos aquí. -Un bruto gigante con una cicatriz en el ojo me hace un gesto para que salga del ascensor.

Doberman es el jefe de mi seguridad. No es su verdadero nombre. No es que me importe saber su verdadero nombre. Cuando mi hermano mayor Clay me impuso un equipo de protección, me dijo que Doberman era confiable y minucioso. Esa es toda la información que necesito.

Entro en un pasillo que está más concurrido que un club nocturno los fines de semana. Mi expresión se tensa con fastidio cuando veo a mis nuevos empleados mirándome. Ojos ansiosos. Charla en voz alta. Pérdida de tiempo.

-Es él.-

-Él está aquí.-

.

No lo registro. Mi mente se mueve a mil por hora. ¿Cómo se lastimó Ana? ¿Tuvo algo que ver con el hecho de que la sorprendiera frotándose el pie fuera del ascensor?

Maldita sea. Debería haber insistido en llevarla a casa. Si no me hubiera sentido tan impresionado por ella, habría pensado en una solución mejor que dejarla marchar.

Me quedo congelado en medio del pasillo, cada vez más molesto por mi descuido.

Doberman y su equipo también se quedan paralizados.

Los susurros que iban y venían se detienen como si todos pudieran sentir que estoy a punto de perderlo.

Con una respiración profunda, volví a poner mis emociones bajo control.

Ver a Ana hoy me dejó perplejo. Su odio era algo vivo. Respiraba. Estaba vivo. Tan presente como la química que nunca perdimos. Tan sensual como las curvas que llenaban su cuerpo y enviaban flechas de lujuria directamente a mis pantalones.

El odio y el deseo están divididos por una delgada línea y vi ambos en sus ojos cuando me miró. Mi respuesta fue mucho más unilateral. Todo calor. Todo deseo. Cada segundo que pasaba me daba otra razón para anhelar su piel, su tacto, sus besos. Pequeñas cosas. Como la pendiente de su hombro. Los lunares en su cuello. El vuelo de sus caderas con esa sensata falda tubo.

Un fuego lento y persistente arde bajo mi piel.

Enteramente consumidor.

Y no es apropiado para el entorno.

¿Qué demonios me pasa? No me distraigo tan fácilmente.

Estoy aquí para hacer un trabajo.

No añorar a la chica que se escapó.

O más exactamente, la chica que tiré a la basura.

La multitud se queda en un silencio sepulcral cuando miro a izquierda y derecha. Finalmente, al mirar fijamente hacia adelante, gruño: -Cualquiera que no esté sentado en su escritorio en cinco segundos puede presentar su renuncia oficial-.

Por un momento, nadie se mueve.

Hay un dejo de incredulidad.

¿Puede hacerlo? ¿Lo hará?

La respuesta es sí.

Con mucho gusto.

-Uno -gruño, endureciendo mi expresión-. Dos...

Me quedo quieto, como un pilar en medio de la rugiente estampida que sigue. Los empleados vuelven a sus escritorios y se lanzan en tropel hacia el ascensor. El ruido de los pies contra el suelo es ensordecedor.

En tres segundos, el pasillo queda libre.

-¿Era necesario? -Vargas aparece de repente en mi campo visual, con un dejo de regaño en su voz. Es un hombre alto y delgado con un bigote meticulosamente cuidado y gafas cuadradas.

Camino a grandes zancadas por el pasillo, ahora vacío. Vargas me pisa los talones. -Has causado una mala impresión-.

-No me di cuenta de que estaba aquí para causar una buena impresión-, le digo.

Él se enfurruña.

-¿Reuniste a los HOD?-

-Estaban listos antes de que llegáramos. Hablando de eso, ¿por qué desapareciste antes?-

-Me perdí-, me quejé.

-Jum... -dice Vargas de nuevo.

Él sabe que estoy lleno de mierda.

Me escapé de mi equipo de protección por el bien de mi cordura. Después de dos meses con guardaespaldas, todavía no me acostumbro a que me sigan. Entiendo porqué es necesario y entiendo que Clay quiera cuidar de mí. Aun así, es una molestia.

-Al menos sé que hoy no te atacarán -murmura Vargas, mirando a Doberman y su equipo.

-¿Te refieres a lo que pasó en Feng Limited? -Giro la esquina y veo la sala de conferencias al final del pasillo.

-Y diapositivas infinitas. Y Regitech. Y...-

Levanto una mano. -Entiendo el punto-.

A la gente le resulta más fácil culparme por sus malas decisiones que aceptar la responsabilidad. Y Vargas está cansado de echarme de encima a empleados enojados, descontentos y recién despedidos.

-Hay pros y contras en una estrategia diferente, ¿sabes?-, dice Vargas.

-Mi estrategia funciona bien-.

            
            

COPYRIGHT(©) 2022