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Arquea sus pobladas cejas detrás de sus gafas. -Las cosas han cambiado. Gracias a esa revista, has conseguido el interés del público. Ahora hay muchos más ojos puestos en ti que antes de la publicación del mes pasado-.
Apreté los dientes. Aceptar esa entrevista para el premio al mejor soltero del año fue la peor decisión que pude haber tomado. Un pequeño golpe a mi ego se convirtió en una pesadilla publicitaria.
En mi defensa, nunca he sido candidato antes, a pesar de tener los recursos económicos para calificar. Me gusta ganar, incluso si la competencia no vale la pena. Desafortunadamente, esa arrogancia me mordió el trasero.
-Tú eres quien me dijo que no nos afectaría -gruño, lanzándole una mirada oscura a mi asistente.
-Dije que no nos afectaría negativamente, y no lo hará si adoptamos un enfoque más suave-.
Me quedo mirando a Vargas. -¿Eso es una advertencia?-
-Un consejo amistoso.-
Me burlo y espero hasta que Vargas abre de un empujón las puertas de la sala de conferencias. Los ejecutivos que están alrededor de la mesa se ponen de pie de un salto.
-Señor Bolton. -Con las mejillas fruncidas en una enorme sonrisa, un hombre corpulento con traje de negocios se acerca a toda velocidad hacia mí-. Es un gran honor conocerlo en persona.
Ignoro su mano y tomo su silla en la cabecera de la mesa, mirándolo fijamente mientras continúa de pie con el brazo extendido.
-Ah, sí. Sí -se ríe nerviosamente-. Puedes sentarte en ese asiento. Aquí hace mucho más calor. -Hace un gesto hacia uno de los otros ejecutivos, lo levanta de su silla y lo acomoda a mi derecha-. Soy Winifred. Hablamos por teléfono...
-Sé quién eres. -Entrecréo los ojos en su dirección.
Traga con tanta fuerza que su nuez de Adán casi deja inconsciente al tipo que está al otro lado de la mesa.
-Me siento honrado-, dice finalmente.
-No deberías estarlo. -Mis labios se curvan hacia arriba cuando lo veo retorcerse. Hace tiempo que acepté la oscuridad dentro de mí que disfruta de esto.
-¿Qué?- Su mandíbula cae hacia abajo.
-El hecho de que te reconozca no es algo bueno-.
Empieza a parpadear tan rápido que siento un viento fuerte.
Extiendo mi mano. Vargas suspira antes de colocarle una lima.
Con voz fría anuncio: -Comencemos-.
* * *
-Está decidido -señalo a la secretaria tímida que está parada a mi derecha-. La señorita Colleen ha estado haciendo la mayor parte del trabajo a lo largo de los años y todos ustedes se han atribuido el mérito. -Miro a los ejecutivos que no pueden mirarme a los ojos-. A partir de ahora, ella asumirá el cargo de jefa de departamento. El resto de ustedes... -hago una pausa- están despedidos.
Se escuchan jadeos de sorpresa por toda la habitación.
Winifred se lamenta.
Sin inmutarme, me levanto de la mesa.
Mi trabajo aquí está hecho.
-¡Espera! ¡Espera! -El hombre corpulento se pone delante de mí-. No puedo perder este trabajo. No puedo.
El Doberman avanza, silencioso y mortal.
Levanto una mano para detener a mi guardia de seguridad. Winifred está haciendo una escena, pero no me hará daño. Los hombres como este solo atacan cuando tienen una ventaja y, en este momento, él no tiene ninguna.
El Doberman se calma, pero su cuerpo todavía está en alerta.
Vargas se mantiene a una distancia prudencial, sin confiar en ponerse en la línea de fuego.
-Por favor. Haré lo que sea. -Los ojos de Winifred están vidriosos y sus mejillas sonrojadas-. Por favor.
Lo miro con voz tranquila y apática. -¿Algo?
Él asiente con entusiasmo, luciendo dispuesto a caer de rodillas y jadear como un perro si se lo pido.
No es que pidiera algo tan deshumanizante... hoy.
Me acerco a Winifred y le pongo una mano en el hombro. Me agacho hasta que estamos nariz con nariz y le digo: -Devuélveme los ciento cincuenta mil dólares que robaste a la empresa y lo consideraré-.
Sus ojos se abren tanto que parece que van a explotar y salir de su cara.
Tan predecible.
Qué aburrido.
Me enderezo y me limpio la mano con el borde de la chaqueta. Su camisa estaba pegajosa de sudor y ahora la tengo por todo el costado.
-Yo-yo nunca...-
-¿Nunca dices qué?- Arqueo una ceja.
Él cierra la boca y mira al suelo con aire culpable.
Ya es demasiado tarde. Ya me ha molestado y no hay vuelta atrás.
-¿Nunca creaste empresas falsas ni desviaste fondos del presupuesto para alimentar tu propio bolsillo codicioso? ¿Nunca abriste cuentas bancarias en el extranjero con la esperanza de despejar sospechas? ¿Nunca te apresuraste a borrar tus huellas cuando descubriste que la adquisición se había realizado?-
-El dinero era para una buena causa. Tienes que creerme-.
-¿Es por eso que llega convenientemente a tu cuenta bancaria cada mes?-
-Yo... -Abre la boca y la cierra de golpe. De repente, se arroja frente a mí, con las rodillas en el suelo. El sudor le cubre la cara y le gotea por la barbilla.
Detrás de mí, escucho toser a Vargas.
Los demás ejecutivos observan con ojos abiertos y temerosos el desarrollo del drama. Tengo toda su atención absorta.
-¿Qué haces?-, me burlo.
Winifred derrama una lágrima de cocodrilo que se desliza por su mejilla sonrosada. -Lo siento. No lo volveré a hacer-.
-No quiero tus disculpas. -Mis labios se curvan en una sonrisa cruel-. ¿Tienes el dinero o no?
-No lo sé. -Sus ojos se encuentran con los míos, salvajes y desesperados-. Pero puedo conseguir el dinero. Te lo juro.
-¿Cómo?-
Abre la boca, la cierra de golpe y mira hacia abajo.
Bajo la voz hasta convertirla en un susurro: -¿Tomando las sobras que quedan en tu cuenta de ahorros y gastándolo todo en el casino Royal Heaven?-
Winifred se pone pálida.
-Eres pésima jugando al blackjack, Winnie -mi voz es oscura y apática-. Si hubieras cogido el dinero y hubieras hecho algunas inversiones, te habría respetado más.
Winifred está conteniendo los sollozos. El sonido me resuena en los oídos.
No soy completamente despiadado, aunque ya he recorrido tres cuartas partes del camino. Es duro ver cómo el mundo entero de un hombre se hace añicos, por mucho que se lo merezca.
Pero tendrá que pagar.
Miro mi reloj.
Es hora de partir.
Mientras me alejo, la suela de mis Armani se desliza sobre algo delgado y cilíndrico. Miro hacia abajo, con una expresión tormentosa en mi rostro, y veo una extraña varita negra. Al observarla más de cerca, me doy cuenta de que no es una varita. Parece más bien la punta puntiaguda de los tacones altos de una mujer.
Vargas me ve mirando al suelo y también me mira. -¿Qué pasa?-
Me agacho para recoger el tacón roto y lo levanto hacia la luz. El color es el mismo que el de los zapatos de Ana.
Mi corazón empieza a latir más rápido.
Me di cuenta de que había algo mal con sus zapatos planos, pero no tenía sentido hasta ahora. Me di la vuelta y le hice un gesto a Winifred mientras mantenía la mirada fija en el tacón. -¿Estuvo Ana Maura aquí?-
-¿Qué? -El hombre se pone de pie con dificultad. Tiene manchas rojas en las mejillas.
-¿Estaba ella aquí?-, ladré.
-S-sí.-
Mis labios se curvan hacia arriba y envuelvo mis dedos alrededor del tacón roto. Sin decir una palabra más, salgo de la sala de juntas.
Vargas me alcanza. -¿Te sientes bien?-
-Estoy perfecto. -Paso mi pulgar por el largo del talón de Ana.
-Mmm. Perfecto. Correcto. -Vargas frunce el ceño y observa mi nuevo tesoro-. La gente sensata no acaricia la basura que encuentra en el suelo. -Cuando no respondo, resopla-. Una persona sensata tampoco sobreviviría como tu asistente durante tanto tiempo, así que supongo que no soy quién para juzgar.
Apenas lo oigo.
Muevo el pulgar hacia arriba y hacia abajo. -Vargas-.
-¿Qué?- Me mira con cautela.
-Necesito que me compres un par de zapatos...-
-Por supuesto.-
-...talla seis y medio.-
-¿Seis? No era un seis-.