Mycalyna - La reina del Este
img img Mycalyna - La reina del Este img Capítulo 7 Invitación a cenar
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Capítulo 8 Ofensa img
Capítulo 9 Solo te veo como amigo img
Capítulo 10 Somos amigos img
Capítulo 11 Una profunda conversación img
Capítulo 12 Una muerte dolorosa img
Capítulo 13 No eres mi tipo img
Capítulo 14 Invitación de Jerónimo img
Capítulo 15 Mi primer beso img
Capítulo 16 ¿Qué sucede entre los dos img
Capítulo 17 No tienes nada con él img
Capítulo 18 ¿Salida al cine img
Capítulo 19 No contesto sus llamadas img
Capítulo 20 Otra vez en la clínica img
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Capítulo 7 Invitación a cenar

Preguntó, solté la risa, solo especulamos las dos aún seguíamos vírgenes en un mundo donde ese concepto estaba abolido.

-¿Me lo preguntas a mí? -Nos miramos para volver a reír.

-Apenas tenga dieciocho años haré el amor con el primero que se me atraviese.

En ese aspecto éramos tan distintas o en algo influye la crianza de mi abuela. Soy la Reina de un mundo y ya fui predestinada a un solo hombre. Esa era la razón por la cual no puedo tener novio, mucho menos acostarme con otro. Por momentos me preguntaba ¿cómo será el famoso rey del Oeste?

-Mejor estudiemos.

Finalizaba el mes de marzo, era miércoles, me asomé a la ventana y Jerónimo miraba el cielo desde su tejado. La abuela preparaba una deliciosa cena, desde mi habitación se sentía el increíble aroma a filete de pollo asado. Salí al balcón y lo observé por varios minutos. Hay algo en ese joven, sigo con ese deseo de ayudarlo, ¿cómo lo puedo hacer? -¿Qué busca al subir al techo?, lo observé por varios minutos, lo notó y sus ojos negros se veían inexpresivos.

-¡Hola! -Fue lo único que le dije después de tantos días en la indiferencia total.

-Hola. -Al menos saludó con decencia.

-¿Puedo preguntarte algo? ¡Si no te molesta! -grité, autorizó con un leve movimiento-. ¿En qué momento estudias? -arrugó su frente, se desconcertó con la pregunta.

-En las noches, en las madrugadas, algunas veces en la tarde.

No me agrada el color negro y él parece adorarlo. Y tampoco negaré que su porte era muy varonil. Se apoyó en su brazo derecho y se levantó.

-¡Ah! -bajó de forma ágil al balcón de su habitación.

-¿Algo más? -alcé una ceja.

-Sí... ¿Ya comiste? -volvió a arrugar su frente.

-¿Qué?

Las manos me sudaron, decidí mirarlo de frente y sostener la pregunta.

-Lo que escuchaste

Regresé a la recámara, bajé las escaleras corriendo, la cocina era visible a la entrada, le grité a mi abuela.

» ¡Invité a un amigo a cenar!

Se asomó por la puerta de la nevera con su rostro en blanco. No le di oportunidad de hablar. Salí a la terraza, fui al extremo derecho para ver el balcón de Jerónimo, él seguía en el mismo lugar con la misma expresión a la de la abuela.

-¿Te vas a quedar ahí o puedes bajar?

Quedó más desconcertado, eso de que los ojos son las puertas del alma, en él no aplica. Era tan hermético. Ingresó a su cuarto, a los pocos minutos salió mirándome con una camisa de color azul, era la primera vez que usaba ropa de otro color, como una tonta le sonreí. Rodeó el jardín de la casa, cuando llegó apoyó su cuerpo en la columna.

-No quiero ser descortés, pero ¿a qué se debe la invitación? -Le sonreí...

-A nada, tengo la sensación de que no te alimentas bien.

Me sentí tonta, no se me ocurrió decir nada más, yo tampoco sabía por qué lo invité a cenar.

» Somos vecinos y parecemos dos extraños, además perdona, algo me dice que hoy necesitas la compañía de alguien que no sea en tu cama. -intentó hablar, pero continué-. No tienes una amiga.

Le ofrecí la mano, la miró, luego la estrechó con una leve sonrisa en sus labios, no fue falsa como las otras.

-¡Yelena! -llamó mi abuela-. Ya pueden pasar.

-Adelante. -Dio un paso y lo detuve.

-Jerónimo, espera. -Se dio la vuelta tan rápido, choqué con él, era alto, retrocedí de manera automática-. Por favor, no ingreses con eso. -entendió cuando le señalé la cantidad de aretes en su rostro.

-¿Ese es el precio?

Sonreí, mordí mi labio inferior como siempre lo hago. Él tragó en seco. Con un suspiro comenzó a quitarse esos accesorios, me los fue entregando uno por uno mientras y su apariencia le fue cambiando.

-El de la boca también. -dije. Me miró, se dio la vuelta para desenroscárselo, se quedó con ese en la mano-. No te preocupes. -Le ofrecí la mano-. No pensé que fueras considerado.

Intentó decir algo, pero prefirió callar. Ingresamos, su comportamiento fue diferente, hasta parecía ser un joven educado, ha demostrado ser un chico problema a quién no le interesa caerle bien a nadie.

-Abuela, te presento a un compañero y nuestro vecino. -saludó de mano con una leve inclinación.

-Jerónimo Bell. -La abuela se inclinó también.

-Virginia Hugman, adelante joven, siéntate como en tu casa.

Escondí una leve sonrisa, al entrar a la cocina boté los accesorios en el cesto de basura, si él se los quitó era porque no le interesaban, además, se ve mejor sin ellos.

-Hija, lávense las manos, luego vengan a sentarte. -ordenó.

La comida quedó exquisita, nuestro invitado se comió dos platos de filete de pollo asado, con una deliciosa ensalada, tres vasos de jugo natural más dos porciones de flan. Domina la etiqueta, la abuela me miraba de vez en cuando dándome la aprobación respecto a algún gesto, modal o comentario expresado por Jerónimo.

Qué, por cierto, habló con ella de temas tan cotidianos y al mismo tiempo tan sabios. Fue notorio su agrado por el vecino. Terminamos, dejamos los platos en el fregadero, fue él, quien tomó la iniciativa de lavarlos dejándonos sorprendidas.

-Es agradable saber que el único amigo de Yelena ha sido bien educado.

La fulminé con la mirada, en otras palabras, nunca he besado y continúo virgen.

-Ha sido la mejor cena en años, solo les agradezco, usted cocina como los ángeles.

La señora Virginia se sonrojó, me quedé con la boca abierta al verla.

-Puedes venir cuando quieras. -Le contestó mi querida abuela.

-Muchas gracias.

Al terminar nos sentamos en la sala, a los pocos minutos llegaron sus amigos a buscarlo. A lo mejor son ideas mías, pero a veces me da la sensación de que no le gusta estar con ellos.

-Ya debo irme Yelena muchas gracias.

-De nada. -Lo acompañé hasta la puerta, encendí las luces de la casa.

-¿Puedes devolverme mis accesorios?

Abrí mis ojos, se las había botado. Comprendió mi expresión. «¿Ahora qué hago?»

-Los boté.

Le dio rabia, su rostro se transformó de una forma abrupta, pasó de relajado, ha enojado, se enrojeció.

-Como te atreviste a hacer... Pero ¡¿quién te crees para hacer eso?! -Tenía razón. Ahora la que se puso roja fui yo.

-Puedo buscártelas... -No dejó terminar la frase.

-¿Qué pretendes? ¿Qué me dé una infección? -negué-. No te iguales niñita, no somos tan amigos para que tengas ese derecho...

Fue tan déspota e insensible, se me formó un nudo en la garganta, cuando lo vi fue peor, su mirada era fría. Dio media vuelta y se fue, prefirió callar. Lo vi subir al auto con una increíble mujer rebosando belleza quien se bajó a besarlo. Por mi parte, tenía tanta vergüenza, fui una tonta... ¿Por qué se los boté?, Ingresé a la recámara, mi abuela leía un libro en la suya.

Por unos minutos medité lo sucedido, él fue muy descortés, aunque tenga razón, yo le puedo pagar sus feos accesorios, debía arreglar el malentendido. Cuando nos estrechamos de manos sentí algo diferente: como si fuéramos amigos de verdad. Por eso debía solicitar disculpas. -miré el reloj-. No era tan tarde, los centros comerciales deben estar aún abiertos. Tomé la tarjeta, el bolso y salí.

-¡Abuela, ya regreso no demoro! -grité.

Tomé el primer taxi, le pedí llevarme al centro comercial más cercano. Fui directo a los almacenes donde venden los dichosos artículos. La vendedora me consiguió casi todos, solo faltó uno y lo remplacé por uno más agradable. Los empacaron en una cajita de terciopelo, cancelé, tomé otro taxi de regreso a casa. Muy seguro recibo un desaire, espero aclarar dicha situación mañana, algo pasa con él.

En la mañana, llegué con premura a la escuela, era la primera en llegar, le puse el regalo con una pequeña nota donde me disculpaba por el atrevimiento. No pude evitar los nervios, no creo con lo ocurrido sea para acabar la pequeña amistad que comenzó ayer.

Le sonreí cuando lo vi ingresar, sin embargo, no respondió al saludo. Sigue enojado, de reojo miré que él tomó la caja, la abrió, desvié la mirada, escuché cuando se levantó. Al llegar al puesto me la devolvió

-No seas ridícula niña, deja tales cursilerías.

                         

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